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El abogado de Indias (Amós Milton): "La justicia actual es tan lenta y arrogante como hace cinco siglos"

(P. García - ABC)
La Sevilla del siglo XVI es el escenario en el que este letrado almeriense ubica la trama de su opera prima, «El abogado de Indias» (Editorial Almuzara), de la que ya prepara una segunda parte.

Después de seis años trabajando en su primer libro (cuatro de ellos investigando en archivos), el letrado y empresario Amós Milton (Almería 1969) dice estar viviendo un sueño. «Me siento como un niño pequeño y cuanto más tarde en despertarme, mejor», confiesa. Su experiencia profesional como experto en Derecho Mercantil y su pasión por el Quijote han sido en parte responsables de su aventura literaria. «El germen de todo fue mi curiosidad por conocer cómo se podía desenvolver la vida de un abogado en la Sevilla del siglo XVI y, en concreto, la de aquel que logró sacar a Cervantes de la cárcel, una figura, la del letrado, de la que no he encontrado referencia alguna, por lo que decidí inventármela».

—El personaje de Alonso Ortiz de Zárate es totalmente ficticio

—Sí, al igual que otros que aparecen en la novela, en la que he querido ser, no obstante, muy riguroso con la Historia, de forma que muchos hechos son reales, incluidos los casos que cito. Pero a Alonso lo he concebido como un chico de origen humilde que logra ser el primer doctor en leyes que sale de la Universidad en una época en la que esto era prácticamente imposible para gente como él que, como mucho, llegaba a bachiller o a licenciado. Entonces un abogado era más importante que un notario.

—¿Entiende las críticas que desde ciertos sectores recibe la novela histórica?

—En esto de la Literatura pasa como en la vida misma, hay personas con las que te gusta estar y otras con las que no. En la novela sucede algo parecido. Para mí, la buena novela histórica es una maravilla, pues supone todo un regalo que puedas leer y, al mismo tiempo, aprender y entretenerte.

—¿Qué le llevó al Archivo de Indias en 2004?

—Fue un interés puramente literario, con el fin de documentarme para después escribir el libro. Buscaba todo lo que fueran procesos jurídicos de aquella época; nunca había sido investigador, aunque siempre me han fascinado los documentos antiguos.

—¿Es el Archivo entonces un buen filón para la imaginación?

—Sin duda. Aunque me ayudó mucho para orientarme, proporciona una chispa que no puedes encontrar en la vida cotidiana. Encerrados en esos archivos hay tantas miserias, grandezas y vilezas del ser humano que resulta apasionante y muchas de esas curiosidades se plasman en los pleitos.

—«La justicia lo es por los hombres que la hacen», dice en su libro...

—Es que la justicia la inventan y la aplican los hombres y todo depende de quién y cómo se aplique. Quienes hacen las leyes no son tan sabios ni infalibles, baste, por ejemplo, recordar que hace unos cuarenta años las mujeres no podían salir del país si no era con permiso de su marido... las leyes que ahora tenemos tampoco son buenas pero, como estamos acostumbrados, las vemos como algo más normal.

—A juzgar por sus palabras da la impresión de que en cinco siglos no se ha avanzado tanto

—La justicia sigue siendo la misma, igual de lenta y arrogante. Porque, ¿puede considerarse juticia la que puede llegar a tardar hasta veinte años?

—¿A qué cree que se debe esa tendencia actual a judicializar hasta lo más cotidiano?

—Quizás sea influencia anglosajona. En la época de la novela no se judicializaba tanto; todo el mundo tenía mucho más temor, sobre todo si pillaban al más humilde. En cualquier caso, no creo que nadie disfrute con un pleito, aunque a la gente ahora parece que le gusta pleitear y eso de decir «ya le llamará mi abogado».

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