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Desmontando a Muñoz Molina


(J. M. Plaza - El Mundo)
El autor de "El jinete polaco" hace un repaso desmitificador de su vida, desde el antifranquismo hasta la democracia, y de los momentos que le llevaron a ser escritor "casi por casualidad".

Escribir es una labor solitaria, pero el escritor y académico Antonio Muñoz Molina pasa medio año en Nueva York, ciudad de la que fue director del Instituto Cervantes y donde da clases de escritura creativa. No le ha parecido, por lo tanto, ningún desafío ese maratón de 20 horas que es "Itinerarios de un aprendizaje", un curso en el que esta emana habla a sus alumnos de su vida, de su pasión por la literatura y de la importancia de las historias en nuestra vida.

Tras escucharle, uno se da cuenta de la influencia del azar en su biografía. Y es que este lector apasionado no tuvo nada claro que pudiera triunfar como escritor. Estas y otras confidencias forman las clases de este curso de la Universidad Menéndez Pelayo (UIMP). Bajo su mirada, repasamos aquí las claves de alguien que "sabe que las cosas pudieron ser de otra manera" y aprendió a hacerse escritor "casi por casualidad".

- Todo es ficción.

"En todas las épocas han existido los relatos. Todos estamos continuamente constando y escuchando historias", dice. El primer relato que recuerda es el de una mujer enterrada viva que le contó su abuelo materno. Cuentos así fueron decisivos para despertar su vocación literaria. "Las historias que más me importan son aquellas que sirven para comprender la propia vida y qué les sucede a los demás".

- Mis temas.

"Mi generación nació en un mundo y vive en otro". Muñoz Molina aún recuerda cómo se segaba el trigo a mano, con hoz. "Mi trabajo consiste en contar ese tránsito tan veloz y maravilloso que ha sufrido España e investigar las relaciones entre el presente y el pasado en un país donde el pasado siempre se está revisando y cambiando". Si tuviera que recomendar un título para iniciarse en su producción, se decantaría por sus piezas breves "El dueño del secreto" y "En ausencia de Blanca" o por su primera novela, "Beatus Ille".

- La ideología.

"La ideología y la literatura son incompatibles". ASí de rotundo se expresa, evocando los años universitarios "de intoxicación ideológica" en donde "todo estaba prohibido, y lo que no, era insoportable". "La ideología, sea del tipo que sea, es abstracta e irracional, tiene respuestas de antemano para todo y es como una máquina de hacer chorizos". En este sentido, ese tiempo militante fue muy negativo y le produjo esterilidad creativa. Entonces hizo una adaptación militante de "El principito", donde se daba la vuelta a la historia de Saint-Exupéry, que se firmó como "creación colectiva".

- Ser demócratas.

El escritor vivió su época universitaria en Granada, y desde la izquierda se vio envuelto en la lucha antifranquista. Se sorprende que hayan aparecido, de repente, tantos luchadores contra la dictadura. Y reflexiona: "Los antifranquistas no buscaban la democracia, sino la implantación de otro tipo de dictadura. La transición, dice, pasó su prueba de madurez en 1981, con el asalto al Congreso de los Diputados: "El miedo a perder la democracia nos hizo demócratas de golpe".

- El descubrimiento.

Las lecturas revolucionarias se quedaron atrás al toparse con "La isla a mediodía" de Cortázar y "El Aleph" de Borges, a los que seguirían "Cien años de soledad", de García Márquez, "Conversación en La Catedral", de Vargas Llosa, "El reino de este mundo", de Carpentier... ¡y Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti! El boom hispanoamericano, en pleno. Descubrió así que "no sólo no se habían acabado las historias, sino que el mundo estaba lleno de historias que tenían que ser contadas.

- "Beatus Ille".

Tras los hispanoamericanos llegaron los franceses: Stendhal, Flaubert, Proust. Y, por supuesto, Faulkner. Sin esas lecturas no hubiera sido posible "Beatus Ille", su primera novela. Una obra con dos claras referencias: "Jusep Torres Campalans" de Max Aub, y "Los papeles de Aspern", de Henry James. "Me costó mucho escribirla. Tenía una gran confusión mental y prisa. Debía acabarla ese verano, antes de irme a servir a la Patria". No lo logró y hubo de abandonar el proyecto.

- Muy perdido.

No volvió de la mili con "ardor guerrero", sino con confusión e incertidumbre. Se sentía muy alejado de la novela y era incapaz de escribir. "Mi sueño era convertirme en profesor de Historia y acabé de estudiar auxiliar administrativo en el Ayuntamiento de Granada, pero el contrato se me acabó y me quedé sin trabajo, con sensación de inutilidad; vi lo que había escrito y me pareció como si fuesen trozos de película sin montar. Estaba abatido, me sentía como un Robinson perdido en la ciudad". Un día tuvo una iluminación y se presentó en la redacción de un periódico nuevo, "Diario de Granada", y allí le encargaron un artículo semanal (sin pagarle). "Esa simpleza me cambió la vida. Una vez enredado en la disciplina de escribir, encontró la clave para organizar aquel material disperso y descubrió el lugar desde el que debía ser contada la novela. Nació, el fin, "Beatus Ille".

- Los premios.

Publicada en 1986, "Beatus Ille" logró el Premio Ícaro que Diario 16 concedía a los nuevos talentos. Fue importante este galardón, porque llevaba años presentándose sin surte a todos los certámenes de cuentos de tercera división que encontraba, y significó el primer paso para un reconocimiento mayúsculo y casi inmediato: premio de la Crítica y Nacional por "El invierto en Lisboa" en 1988: "Me dio tranquilidad y me permitió dar el salto e intentar vivir de esto". Esta inclusión repentina en el Olimpo de la gran literatura se engrandeció al ser elegido, en 1995, miembro de la Real Academia Española antes de cumplir los 40 años.

- "Feliz bajo el franquismo".

Su novela más reconocida es, quizás, "El jinete polaco", premio Planeta en 1991 y Nacional al año siguiente. "Me llama la atención que muchos de sus lectores de hoy no hubieran nacido cuando se publicó esta novela, una obra generacional, pero también muy tradicional: la historia de una joven que quiere escapar de su mundo y asomarse a la vida". Al publicarse en Francia, un periodista se asombró de que el protagonista fuese feliz en un tiempo tan sombrío como el franquismo. También algunos españoles se lo plantearon. "Claro que fui feliz bajo el franquismo", replica el autor. "Un niño, para ser feliz, necesita que lo quieran, un entorno estable y seguro, y tiempo y espacio para jugar. Sí, éramos pobres, pero no lo sabíamos".

- Laforet, Cela, Martín Santos.

Muñoz Molina se define, ante todo, como un lector apasionado. En su curso, y como memoria personal, ha querido rescatar grandes obras de la literatura española de posguerra. Algunas coinciden con las de los manuales al uso, como "Nada" de Carmen Laforet, o "La colmena", de Cela, "un señor que tenía pinta de gobernador civil" y con el que nunca se llevó bien. Además de "La colmena", le fascinó "Tiempo de silencio", de Martín Santos. Y hace una encendida defensa de Miguel Delibes, tanto tiempo menospreciado.

- New York, Elvira.

Muñoz Molina, que tiene tres hijos ya mayores, no suele hablar de su familia, algo privado. Sin embargo, se casó (por segunda vez) con la escritora Elvira Lindo y forman una pareja casi pública. "Estar con una persona con la que comparto trabajo y tengo un respeto intelectual absoluto y una gran admiración, para mí es un ejemplo y una ayuda". Así habla de su mujer, que siempre es la primera en leer (y revisar) sus manuscritos y una referencia continua en su vida. Juntos vivieron, y aún viven parcialmente, en Nueva York, una ciudad que siempre le fascinó: "Nueva York es un lugar de aprendizaje, allí ves cómo la gente, siendo muy distinta (hay 192 lenguas de origen), es capaz de entenderse y de arreglarse para convivir. Eso, para alguien como yo, que viene de un país obsesionado por las identidades, e toda una lección". También le gusta que en esa ciudad estadounidense se aprende a no ser nadie, lo que es una sólida disciplina. "Allí soy un principiante".

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