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Sospechosa verdad (Fernando Arredondo Ramón)

(Ideal)
Oswaldo Menéndez estaba simplemente al borde de la desesperación. Había intentado localizar por medio país al autor de Sospechosa verdad, una apasionante novela de intriga, corrupción política y narcotráfico desarrollada en territorio fronterizo de su problemático Estado.

Sentía una fuerte emoción cada vez que pensaba su nombre: Fidel Priego. El autor y protagonista había revelado escabrosos asuntos, que implicaban en delitos de traición y de tráfico de armas a personajes muy conspicuos del cuerpo diplomático e incluso del Gobierno de la nación. Algunos de sus amigos más cercanos intentaron que cuestionase la existencia de Fidel Priego o bien de los sucesos que relata, sencillamente por haber narrado su historia en primera persona. "Nadie escribiría esas cosas si realmente las hubiera vivido... es muy arriesgado. De ser cierto lo que dice, podría acabar asesinado por un cártel o encerrado en una prisión". Pero Oswaldo tenía que creer para ver, y no titubeó ni llegó a poner en duda que Priego escribía desde su retiro en alguna provincia de la costa, quizá con una falsa identidad.

Verdaderamente hacer de infiltrado, espía o como se le quiera llamar, en una de esas familias mafiosas, haciéndose cómplice de delitos muy graves -incluso de homicidio-, por conseguir información para el servicio secreto era una osadía, pues por alguna de las dos partes algo le podría salir mal. Sobre todo, cuenta el propio Priego, porque con su pretendida actividad de inteligencia, no sólo se iba enriqueciendo deshonestamente, sino que llegó a ocupar un puesto muy relevante en la compleja jerarquía del hampa.

Aún así, Oswaldo sabía que Priego era demasiado listo y que había conseguido escribir una crónica real haciendo pensar a los lectores que escribía una novela de ficción. Era como una manera de reírse de una sociedad ingenua que viviera ajena a lo que acaece en los entresijos de las instituciones que no sólo no la protege, sino que la manipula con descaro encubierto.

Buscaba por todos los lugares. Había llamado a la editorial, pero no quisieron facilitarle ningún tipo de información personal acerca del autor por cuestiones de privacidad. Había rastreado todas las redes sociales conocidas, había preguntado en todas las compañías de teléfonos... Incluso se llegó a desplazar a una remota urbanización al sur del país convencido de que, sin duda, era un lugar perfecto para ocultarse y llevar una vida normal sin ser reconocido. Nada. Sus amigos le advertían de su locura. "No puedes pasarte los días buscando a una persona como quien busca una aguja en un pajar, dejándote llevar por corazonadas. Vas a caer enfermo".

Pero él seguía empeñado... Hasta el sueño le costaba conciliar, pensando en que su destino pasaba por encontrar a Priego y sonsacarle más información en una entrevista privada.

Se presenció de nuevo en la sede de la editorial. Ante su insistencia alguien de allí le dijo que Fidel Priego es sólo un escritor y que lo que cuenta en sus novelas no es verdad, sino inventado. Que a nadie en sus cabales se le ocurriría pensar que lo que ahí relata pueda haber ocurrido realmente sin que trascienda siquiera a la prensa.

Oswaldo no estaba dispuesto a creer ese embuste disuasorio y continuó su búsqueda hasta que dio conmigo.

Sí, conmigo. Con Fernando Arredondo, quien ahora escribe y a quien usted lee.

Conocí a Oswaldo en una cafetería. Hablaba con un amigo cuando se presentó ante mí solicitando información sobre el señor Priego, con quien me unía un secreto que no logro todavía comprender cómo llegó a descubrir. Tal vez fuera la lectura y relectura de sus novelas, las que le habrían señalado algunos datos que Priego sólo dejaba ver a quien observase sus textos entre líneas. La cuestión es que sin saber cómo, Oswaldo me localizó y me pidió que le dijese cuanto supiera del autor de Sospechosa verdad.

Le advertí del riesgo que podría correr desde el momento que le revelase la información solicitada. No le importó: asumió tal riesgo. Esto fue lo que le dije -más o menos así lo recuerdo- y desde entonces nunca más he vuelto a ver al señor Menéndez, como si se hubiese esfumado con mis palabras:

"Bien, Oswaldo, Fidel Priego no existe. Escúchame. Fidel Priego es un pseudónimo que utilizo en mis divagaciones literarias. Nadie hasta ahora se había interesado por él. De modo que tuve que inventarte para que tuviera al menos un fan. Sí, no te pongas nervioso, Oswaldo, y termina de escuchar. No eres más que un personaje literario, como Fidel Priego. Te has presentado a mi imaginación en esta cafetería y he querido escribir tu historia. Es más, yo mismo soy sólo un personaje dentro de tu historia.

Ahora todo el mundo lo sabe y ya todos los que han estado pensando en ti, ufanos, como si fueras un tipo enloquecido por pensar real la existencia de un personaje de ficción, todos ellos se acaban de dar cuenta de que también han creído por un momento en que tú eras real.

Vale, vale... ya te desvaneciste para siempre -claro, si sólo eras una imaginación mía- y me quedé haciendo un monólogo dentro de tu historia. Vale, pero que cada lector reconozca ahora que por un momento durante la lectura de este relato ha sido transformado por la magia literaria en un Oswaldo Menéndez".

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