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'Cartas inéditas (a Gregorio del Campo)' (María Zambrano). Reseña

(Raquel Guerrero Villada)


La editorial Linteo rescata con toda su frescura y vitalidad un elenco de setenta cartas inéditas y misivas de María Zambrano escritas en los años veinte del siglo pasado dirigidas a su amado Gregorio del Campo, un romance que la pensadora mantuvo en sus primeros años de juventud antes de casarse con el historiador Alfonso Rodriguez Aldave. Cartas custodiadas por la familia del Campo que no han sido publicadas hasta ahora. En ellas, no solo describen detalles de su relación sino también hacen eco y revelan otros rasgos a destacar de su intimidad. Las cartas que le escribe a su novio “dan cuenta de sus dudas y de sus certezas, de sus deseos y de sus frustraciones, de una vocación pedagógica y de su entrega absoluta, desde su más incipiente juventud, a una filosofía que no renunciase a la sensibilidad” (p. 13). En definitiva, muestran a una María Zambrano que se va construyendo a sí misma. Son editadas bajo la responsabilidad de María Fernanda Santiago Bolaños, poeta, narradora y conocedora de la obra de esta pensadora, que también se hace cargo de la Introducción.

En cuanto a la estructura, la obra se articula en tres partes precedidas de frases acuñadas por la pensadora veleña. Un inciso antes de entrar en la descripción: El lector puede apreciar que las cartas han sido transcritas y ordenadas siguiendo fechas y acontecimientos pero, sobre todo, al hilo de los sentimientos que en ellas se fraguan. La editora ha optado por que sean las mismas cartas las que hablen. Algunas se conservan, incompletas o fragmentadas, debido a los avatares por los que ha sufrido la familia Gregorio del Campo en el transcurso del tiempo. Asimismo, destaca el uso frecuente de diminutivos castizos que expresa la autora en tono de complicidad y cariño hacia su amado con su inconfundible “María”en cada final de carta.

En la Introducción, Mª Fernanda Santiago contextualiza tanto a los protagonistas como a la situación político-social de una España a principios de siglo y reconstruye aquella temporada que tiene lugar la relación. Narra que data entre 1921-1928, por aquel entonces María residía junto a su familia en Segovia, “lugar de la palabra”, como le gustaba decir. Allí se conocieron, la que será “la filósofa de la aurora” realizaba sus estudios de bachillerato, comenzaría Filosofía examinándose libre en Madrid, esa carrera tan “masculina”, que la señalarían de extraña. El muchacho, cuyas cartas no se conservan, era entonces un joven alférez de artillería que había empezado sus estudios de Ingeniería Industrial en la Academia de Zaragoza. Se escribían mucho porque eran demasiadas las ocasiones que permanecían separados. El primer gran amor de María Zambrano fue, sin embargo, su primo Miguel Pizarro que tuvo una considerable influencia en la formación intelectual e incluso social en su vida. Éste regresa a Japón en 1925, pero no volvería a ver a su prima hasta tres años después. Fue entonces cuando nuestra filósofa debió romper su relación con Gregorio, con el que estuvo a punto de casarse y tuvo un hijo que murió al poco tiempo de nacer. Tras la separación, ella atravesaba un buen momento. Había finalizado su licenciatura en 1926 y ya intervenía en distintos actos culturales, participaba en tertulias y, del mismo modo, tenía una columna titulada “Mujeres” del periódico “El Liberal”. En el terreno personal, en 1928 suspende toda su vida pública y tiene que guardar reposo por una tuberculosis. Su padre, Blas Zambrano, autoriza la relación con su primo, sin embargo, se separan de nuevo hasta 1933, año en el que Miguel Pizarro anuncia su compromiso con la filósofa. Nunca llegarían a casarse. Ella, finalmente, contrae matrimonio con un compañero de las Misiones Pedagógicas, Alfonso Rodriguez Aldave, el 14 de septiembre de 1936. Él, más tarde, con Gratiana Oniçiu. María nunca volvió a ver a Gregorio ni hablar de las cartas. Un año después de su ruptura con María Zambrano y ocho días antes de que se casara, es encarcelado en Zaragoza por los franquistas y asesinado tras aplicarle la Ley de Fuga.


Como balance, rememora la historia de la familia Del Campo, a raíz de un encuentro fortuito que mantiene con la sobrina de Gregorio, María Teresa, y ésta le hace entrega de las cartas que su abuela Fernanda había conservado con amor y que siguió custodiando después su madre Visitación, por expreso deseo de su madre y la memoria de su abuela. Finalmente, le revela que la familia pensó ponerse en contacto con ella cuando regresó del exilio en 1984 pero al final no lo hicieron por puro escrúpulo.

Una I parte, “...La verdad es poner la voluntad en conseguir lo que se quiere...” (Cartas I-LXII), describe maravillosamente las “idas y venidas sentimentales” de los amados y de los sentimientos. En resumen, de dos enamorados que van creciendo y haciendo una biografía en común. Otros temas a destacar son: la vocación filosófica de la pensadora, sus deseos, la inquietud, el desasosiego, la mujer, el dolor y la muerte.

Presentaré, a continuación, una serie de fragmentos con unas notas introductorias en vistas a orientar y que sirvan de guía al lector para ilustrar algunos temas que aborda. En ellas, no se ve aún la filósofa de la plenitud que llegará a ser pero sí a una joven estudiante llena de inquietudes. Así pues, comencemos.

A María Zambrano le gustaba la Filosofía y acostumbraba a leer por aquel entonces con filosófica pasión algunos clásicos de la biblioteca de su padre renunciando una afición precedente: La música. Es la época que nuestra pensadora emprende las lecturas de Ortega, Unamuno, Machado, Galdós, Nietzsche y Bergson, entre otros. En este fragmento correspondiente a la V Carta, con fecha 15 de diciembre, María le hace entrever a Gregorio su vocación filosófica: “...se ha despertado en mí la afición hacia esas cosas. Y no digas q. eso distrae, disuelve, desasosiega, etc, no, esos estudios son muy serios y muy recogidos, para seguirlos hay q. concentrarse y recoger lucecicas de uno; y son buenos además porque le hacen poner a uno la inteligencia en cosas altas, muy por encima de las bajezas cotidianas; como objeto de “estudio” de esa ansia de conocimiento q. todos llevamos dentro, no hay cosa mejor, querido mío, q. esos estudios filosóficos, q. ciertos o no son serios, puros y lo más limpio de pasiones que el hombre ha hecho. Creo sinceramente que la Filosofía (y no creas q. estoy exaltada por lo q. haya leído; no, es q. en este momento tengo respecto a esto el juicio claro) es lo único respetable de las ciencias, lo q. prueba una fuerza intelectual superior en el hombre; la Filosofía entre todo es noble” (pp. 69-70). Más adelante, en otro fragmento, le anima a Gregorio que se suma a tan magnánima tarea: “Estas aficiones hacia conocimientos altos y profundos serán un motivo más de unión y de purificación, es decir, que nos será buenos. ¿Comprendes queridico? ¿Verdad que sí, pues, que trabajaremos, que juntos sumaremos nuestras lucecicas en estos conocimientos tan noblemente intelectuales? (p. 70).

La Carta XVII, con membrete de luto, va dirigida al hijo muerto. Resultan estremecedoras las palabras de María, todo un cántico de amor y, a la par, del dolor que profesa una madre ante la pérdida de su bebé. He aquí el texto: “Nene ¿por qué te has ido sin despedirte de tu madre, por qué te has ido sin que tu padre te dé un beso? ¿hijito por qué te has ido donde tu madre no te puede ver, donde vas a estar solo? Aunque hayas ido al cielo ¿qué te importa a ti Dios y esa gente? No estarías mejor con tu madrecita que pronto iba a ir contigo. Nene, ¿qué solito estarás! Tendrás frío debajo de la tierra, echarás de menos tu cunita y tu manta y tu toquilla blanca? Ay, si yo estuviera ahí te lo pondría todo, todo para que no tuvieras frío; tus faldoncitos que tu madre te hizo, toda tu ropita y te metería en la cunita para que te siguiera arrullando y meciendo...” (p. 104).

La XXIV, está dirigida a la madre de Gregorio. En ella, señala la intranquilidad e incertidumbre de una novia ante lo que le pueda suceder a su amado que se encuentra en Ceuta y de quien no recibe noticias. María manifiesta su angustia y ruega que le comunique cualquier información al respecto. El fragmento es el siguiente: “Digo yo, querida señora, que querría estar con V. pero más querría estar con él, sólo el pensamiento de que está solo y solo se encuentre si le hieren o le ocurre algo, me arranca el corazón de dolor...Le suplico, con toda mi alma, que enseguida sepa algo de él me lo comunique al momento, y si V. estuviese enferma y no lo pudiese hacer, que lo haga una de las niñas, que yo sabré agradecérselo de todo corazón. Si yo supiese algo de él, también se lo diría enseguida...” (p. 129).

En la Carta XXXII, con fecha 13 de octubre, expresa su preocupación por el problema teologal. El problema de Dios es una constante en la vida de la pensadora. De ello se ocuparía nuestra filósofa en su magistral obra “El hombre y lo divino” desde una perspectiva intramundana. Este pequeño texto ejemplifica cómo ya está latente en la adolescente: “...Hacía algún tiempo que tenía ya adormecido el sentimiento religioso, por el contrario de otras veces que era mi vida toda; y es que en mí, religiosidad va unido a dolor e inquietud, sólo siento a Dios en el sufrimiento y en la duda y sólo me dirijo a él con toda el alma como a un ser conocido sólo lo he visto cierto en momentos del más vivo dolor o de la desesperación más completa de las cosas del mundo...” (p. 145).

En la XXXIX, con fecha 6 de septiembre, María Zambrano relata a su amado la lamentable noticia de que han matado tres reos por los sucesos de Vera. La filósofa, mujer comprometida con unos ideales que quedan reflejadas en sus posteriores obras como son “Horizonte del Liberalismo” o “Persona y democracia”, muestra aquí su indignación ante lo ocurrido del siguiente modo: “...¡qué dolor ver así a mi humanidad, a lo mío. Lo que yo soy en carne y en alma, verlo tan bajo, tan infame, tan canallesco! Porque aquí lo trágico, lo horriblemente trágico, es que esos canallas son hombres como los demás, de nuestra misma naturaleza ¡si el mal -en esto como en todo lo demás- triunfa no es por seres aislados malos sino por la común maldad!...No, Dios mío, no estoy conforme con ser hombre, me avergüenzo, me rebelo a serlo; protesto con toda mi humanidad, protesto de haber nacido en este mundo infame donde suceden estas cosas...” (p. 162).

En la Carta XLVII, con fecha 17 de febrero, describe su honda preocupación por la mujer, una buena muestra de ello es este texto que nos habla de cómo se establecían en aquella época las relaciones entre hombre y mujeres, y de cómo estaban cambiando. Ejemplifica con clarividencia, la corta visión que los hombres han tenido de la mujer a lo largo de la historia considerándola “estatua de carne, más apreciada por carne que por estatua”. La actitud de rechazo se aprecia en las siguientes líneas: ”Pero si los hombres hubiesen amado de otro modo a la mujer, lo veo claro lo sé, las mujeres seríamos de otro modo. No seríamos todo carne -como tú dices- si los hombres hubiesen mirado en nosotras el espíritu, pues la mujer, te lo repito, es y más que en el individuo en el desarrollo de la especie, lo que el hombre quiere que sea, pues esa es su razón de ser...” (p. 191).

De la Carta LIV, con fecha 11 de abril, destacaría la gran admiración que muestra “la filósofa de la aurora” hacia el Arte, que será, sin duda, relevante en su método de la razón poética. Recogemos sus impresiones: “...El arte me parece lo más puro de todo, precisamente porque la verdadera belleza es impersonal y lo que no es ella, pero que sí es arte, es personal en lo mejor de la persona. Un arte de verdad no lleva germen de nada malo, sino que por el contrario restablece la armonía en la vida y suscita la idea de otro mundo mejor...Sí querría yo ser artista, y el caso es que por dentro lo soy, pero nada más que por dentro...” (p. 209).

La Carta LV, con fecha 22 de abril 1925, subraya un claro distanciamiento que existe entre la pareja: “...Tú ya sabes que yo necesito una vida activa, espiritual, por eso contra todos los obstáculos -que son muchos- sigo mi carrera. Y no estaría bien que una mujercita de tantas ambiciones tenga un marido dejado y holgazán. Si quieres permanecer cerca de mí, vivir conmigo, has de cultivar tu espíritu, has de tener una actividad, de no ser así, finalmente, necesariamente, sin que nosotros podamos impedirlo, nos alejaremos cada día más uno del otro hasta q. acabemos por ser unos extraños...” (p. 211).

En la Carta LXII, con fecha 15 de septiembre, explica que hace dos años que María se marchó a Madrid. Es el preludio del fin de la relación y una de las últimas cartas que le escribe a Gregorio: “...He repasado tus últimas cartas y en efecto he visto que se trata de algo extraordinariamente duro y seco, me han dejado helada, más helada que cuando las leí al recibirlas, no he podido por menos de pensar que esa gran indiferencia que para todos tienes debe extenderse a mí también, ya ni te debo preocupar lo más mínimo ni debes quererme nada, así que para qué voy a decirte nada más, así de mis sentimientos, ni de lo que me pasa? Nada te interesa!...Por eso adiós...” (pp. 228-229).

La II Parte, “Renunciar a vivir las cosas naturales es un suicidio encubierto...” (Cartas LXIII-LXVI), trata de los cambios que la filósofa va experimentando: en el conocimiento de sí misma, en su relación con el mundo y con los demás, del mismo modo, en sus proyectos de futuro. Agrupa las cartas, con fecha 13 y 14 de febrero, que pertenecen a años distintos y de gran carga emotiva para los amantes.

Por último, la III, “Siempre admiraré todo lo hermoso y grande dondequiera que lo encuentre...” (Cartas LXVII-LXX), describe a una María, mujer con ideales, grandes y bellos, que profesa su admiración por lo ideal y nos da una definición: “lo que da valor a la vida y la ilumina toda” (p. 252). El escrito aporta, a modo de colofón, varios documentos: un retrato de Gregorio y cuatro Cartas autógrafas (VI, XVII, XLII y LII). En ellas, el lector puede apreciar la escritura tan hermosa y, a la par, tan profunda de María Zambrano.

Pero la temática que reúne el conjunto de la obra es, sin duda, el amor. A lo largo de la historia se han formulado muchas concepciones sobre el tema. Por tratarse de un material inédito el que tenemos entre manos resulta enriquecedor adentrarnos y descubrir la postura de la pensadora veleña al respecto. En sus Cartas, María Zambrano describe con aplomo qué es el amor, cuál es su papel dentro de la pareja y, asimismo, cómo debe ser el amor verdadero. Hay textos claves que nos ayudan a comprender su pensamiento. Expondré, a continuación, los más significativos.

En primer lugar, María Zambrano se dispone a dar una definición del amor como “actividad espiritual” y, a la par, señala su inmanente operatividad. Se trata, en definitiva, de una operación que emana de lo más íntimo de nuestro ser. Lo expresa lúcidamente en la Carta LII: “...Pero como las personas tenemos algo más, q. es el espíritu, se infiere q. cuando este no es ya capaz de producir, está virtualmente muerto y como el amor es para mí una actividad espiritual, se deduce q. cuando el amor no sea esa continua creación, no nazca cada día como la luz del sol, habrá muerto, será solo un recuerdo, pues el pasado es un mito, como lo es el porvenir, sólo existe el presente, y el porvenir en cuanto está contenido en él” (pp. 202-203). Sus palabras reflejan la necesidad de hacer crecer el amor en continuo progreso. Otro rasgo a destacar, es el carácter absoluto que nuestra filósofa otorga al amor. El que ama de veras, ama de forma ilimitada y vuelca todo su ser, entrega toda su persona al ser querido. En la Carta LIV lo resume del siguiente modo: “...Yo no puedo concebir el amor sino como algo absoluto, para un relativismo más y peor por estar más cerca...por eso yo no quiero querer limitadamente, hasta aquí o hasta allí...no, tiene que ser entregarme del todo, si no no comprendo el amor” (pp. 241-242).

Cabe recordar que la voluntad es uno de los elementos constitutivos que intervienen en el amor. El amor es el acto supremo de la voluntad; se trata de un acto lúcido y es la voluntad la que elige libremente. Acertadamente, en el siguiente texto que corresponde a la Carta XIX, María Zambrano afirma con desparpajo su condición de una voluntad enamorada: “...¡yo soy lo que me da la gana ser! Así en absoluto y tengo la conciencia de una vez queriendo llegar hasta donde me lo proponga, porque sí porque tengo conciencia de ello y también alguna prueba. Así si ahora a pesar de todo te sigo fiel y te amo es porque me da la gana, tenlo así entendido” (p. 110).

Asimismo, conviene resaltar uno de los efectos que lleva aparejada el amor: la transformación de la realidad. Efectivamente, cuando uno se enamora toda la realidad parece recobrar una sentido diferente que no tenía antes cuando no se estaba en la condición de enamorado, y es el amado quien confiere sentido a la realidad. En el siguiente fragmento, Carta XLI, la filósofa afirma: “...Porque el querer, no es el querer materializado a la persona; o es el ambiente, o que trae consigo la persona amada, es esa dulzura y esa luz suave que parecen tener todas las cosas a su alrededor. Y es que todo parece diferente; cuando está el ser querido las cosas no se destacan, no tienen personalidad, todo se ve a través de esa vela tenue y luminosa que esparce la persona querida, o la propia alma de uno que se está deshaciendo en un fluido inmaterial...” (p. 168). En otro texto, le explica a Gregorio cómo se ha modificado su comportamiento desde que se ha enamorado de él: “He sentido hace un momento unas ganas muy grandes de escribirte porque me daba cuenta, fuerte y serenamente, de que te quiero y de que estoy para siempre unida a ti. ¡Si tú supieras lo que he cambiado desde que te conozco y te quiero!...” (p. 62). Así pues, el propósito de mejora del amante y de perfeccionarse para ser digna del ser amado es un rasgo característico que acompaña en el amor y que también lo vemos reflejado en el pensamiento de María Zambrano en la Carta XI: “...Si deseo trabajar, estudiar y colocarme es por ti (y por alegrar a mi padre), si quiero ser limpia y trabajadora como mujer es por ti, si quiero ponerme fuerte y sana y hasta bonica en lo posible es sólo por ti, y si alguna ilusioncilla personal me queda desaparecerá con el tiempo sin costarme dolor, sin trabajo...” (pp. 87-88).

Maria Zambrano también nos explica cuál es su lugar dentro de la pareja y describe cómo debe ser el amor verdadero. Hay un texto llamativo de la Carta LII en donde le advierte a Gregorio: “...no quiero ser ni tu mujer ni tu señora, en el sentido oficial de la palabra, puesto esto no significa una concreción una cristalización completa y definitiva del amor (tomándolo como la vida íntima de dos personas)...” (p. 202). Más adelante añade: “...Y como para la gente, el casarse supone esta cristalización (se trata no más q. de una honda pereza espiritual), yo te he dicho q. no quiero ser tu señora en el sentido q. la gente da a esta palabra...” (p. 203).

Para la filósofa el requisito indispensable para que un amor sea cabal reside, en última término, en la purificación del alma. Como escribe en la Carta LXV: “...el amor verdaderamente no lo hace todo, nene; si el nuestro es guapico y cada vez más puro, no es tanto por él mismo, sino por nuestras almas que lo sustentan. Tú te piensas nenín, que sería lo mismo si nos abandonásemos al simple “querernos” sin depurar nuestra alma, sin vivir como vivimos en constante alerta, con esa austeridad verdadera que consiste en no abandonar nunca el cetro de la razón, en no permitir que pasión alguna por buena que parezca sea desordenada y sin medida” (pp. 241-242). Siguiendo la misma línea cabe resaltar el siguiente fragmento: “...El amor, el amor! Sí, el amor es igual en todos los seres, eterno como la vida y siempre igual en sí mismo, distinto según los individuos q. lo albergan, se purifica o se obscurece según el manantial donde salga, agua es la q. baja cristalina de la montaña y agua la sucia de una charca infecta...” (p. 242).

Por tanto, la clave para que el amor sea genuinamente verdadero y crezca radica, en última término, cuando entendemos el amor en términos de “tú” y en la entrega a la persona amada. María Zambrano magistralmente lo resume en estas líneas: “...por eso cuando dos personas se asocian en su fin común, cuando una duerme la otra debe velar y cuando la una caiga o vaya a caer cansada de las fatigas del camino, la otra debe recogerla y prestarle fe y esperanza. Esto es lo que yo creo debe existir en una unión buena...” (p. 56).

En particular, estimo que se trata de una magnífica contribución y de enorme interés para todos aquellos que quieran conocer aspectos biográficos y rasgos ignorados de esta pensadora en su adolescencia. Asimismo, resaltaría su concepción del amor implícito en las Cartas. La obra está escrita con un estilo ágil, de enorme belleza y profundidad que promete cautivar al lector. Plausiblemente, nos encontramos ante una pensadora pionera que “aprendió a mirar” con otros ojos la realidad y emprender el camino de la razón poética.

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