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'El manuscrito carmesí' (Antonio Gala) - Entrega 27

Con la comida, por supuesto, era muy exigente, y no sólo en cuanto a la cantidad; pero, en último término, no desechaba ningún plato por mal condimentado que estuviese, porque era presa de una fruición como nadie podría concebir. El médico Ibrahim no disponía de armas frente a él. Le había diagnosticado muchas enfermedades: desde hidropesía hasta el mal funcionamiento de una glándula que decía que se hallaba en el cuello, aunque mi hermano y yo dudábamos que eso fuese posible, dado que el tío Yusuf no tenía cuello. Ibrahim, especializado en atenderle, le sermoneaba sin cesar, incapaz de hacer nada mejo por el desobediente.

- El estómago es la residencia de toda enfermedad, y la curación ha de empezar por la cabeza. hasta la peste negra, el más inevitable látigo de la humanidad, se combate con la dieta; cuánto más una simple obesidad como la que, por tus pecados, tú padeces.

Al oír llamar simple obesidad a su infinitud, Yusuf rompía en carcajadas que lo ahogaban, lo congestionaban, y lo ponían a punto de destrozar el monstruoso trono en que vivía.

- Mientras no te abstengas de salazones y pasteles, mientras no reduzcas tu ración de pan (y éste hecho de harina sin cerner, con sal y levadura en dosis razonables, amasado con vinagre y mojado en agua), yo no podré iniciar mi tratamiento.

El tío Yusuf se sofocaba de risa sólo con imaginarse comiendo las inmundicias que el médico le recomendaba, o absteniéndose de comer las exquisiteces que solía.

- Si lo tuyo fuese la gota, habríamos empleado, de haberlo consentido tú, cataplasmas de bulbos de cólquido, aplicadas sobre la grasa en fresco o por medio de una pasta de cólquido seco molido. Pero tú te niegas a todo. Resígnate, por lo menos ,a comer carne con moderación, mejor de aves de corral, nunca de caza, y a no beber sino agua bien fría con un chorreoncito de vinagre para limpiar los conductos corporales. Podrías comer, eso sí, manzanas amargas, ajetes tiernos, zumaques, uvas en agraz, jugo de limón, verduras que te aligeraran el vientre, peras y granadas bien maduras, ciruelas, higos, dátiles...

- Ya como todo eso. ¡Y legumbres? -preguntaba el tío Yusuf por chanza, sin el menor propósito de obedecer al médico.

- Zanahorias, lentejas, garbanzos y calabacines -replicaba éste con seriedad y con la ilusión de ser un día escuchado.

Para mantener el corazón, cansado como estaba de proporcionar sangre a tan inmensa humanidad, le suministraban sin interrupción cordiales y tisanas, cocimientos de hierbas y de bayas, y jugos de plantas aromáticas que amortiguaban el amargor de las medicinas extraídas de otras plantas aromáticas. Es decir, entre lo que comía y lo que tomaba para impedir que lo que comía lo matara, el tío Yusuf no disponía ni de un momento libre. Cuánto nos entretenía a i hermano y a mí asistir al incesante trasiego de platos, fuentes, cuencos, jarras, salvillas y bandejas, que un aluvión de criados acercaba o retiraba en las proximidades del sillón.

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