NOTICIAS                              FORMACIÓN LITERARIA                              ARTÍCULOS                              LEER

'Dictadoras' (Rosa Montero). Enamoradas de los hombres más despiadados del mundo

(Antonio Paniagua - Diario Vasco)
Rosa Montero indaga en las mujeres de los grandes dictadores y concluye que Hitler, Mussolini y Stalin se comportaron como unos «psicópatas» con sus parejas



Aparte de tiranos, eran psicópatas, narcisistas, incapaces de condolerse con el próximo y con un sentido perverso del amor. La escritora Rosa Montero ha rastreado la vida de grandes autócratas del siglo XX a través de las mujeres que les conocieron y el retrato es cruel y odioso. Stalin era un pedófilo que tuvo dos hijos con una niña de 13 años, Mussolini se jactaba de ser un violador, Hitler escondía a sus amantes del conocimiento público para seguir recibiendo las cartas de sus admiradoras. El único que sale mejor parado en estos asuntos es Franco, aunque su mujer, Carmen Polo, con sus ínfulas de aristócrata frustrada, azuzó sus ambiciones. Mussolini, un misógino irredento, solía decir que «el pueblo y las mujeres están hechos para ser violados». Testimonios de este jaez son recogidos en el libro 'Dictadoras' (Lumen), un documentado reportaje en el que la autora entra dentro de la historia «por la puerta de atrás».

Stalin, hombre feroz y «capo de matones», dio muy mala vida a su primera mujer, Kato, a quien empezó a echar de menos solo cuando murió. En el entierro, se lanzó sobre su fosa para abrazar su féretro. El dirigente bolchevique también bebía los vientos por Ludmila Stal, una revolucionaria aguerrida de quien el autócrata tomó su nombre. 'Stal' significa en ruso acero, de modo que 'Stalin' sería el 'hombre de acero'.

A su segunda mujer, Nadia, una bolchevique entusiasta y poseedora de una fuerte vocación política, Stalin la ató en corto y le impidió ejercer sus inquietudes. Su esposa acabó percatándose del régimen brutal que dirigía su marido, y se lo echó en cara: «¡Eres un torturador, torturas a tu hijo, a tu mujer y a todo el pueblo ruso!» La historia de amor acabó en desastre. En una cena en la que Stalin se puso a coquetear con una famosa actriz, Nadia se negó a secundar un brindis de Stalin y le dejó plantado. «Al rato se mató pegándose un tiro en el pecho», cuenta Montero. Curiosamente su hija, Svetlana Alilúyeva, quien vio conmocionada cómo iban desapareciendo asesinados sus familiares y amigos, terminó pidiendo asilo en EE.UU., harta de ser la hija de Stalin.

Si para Rosa Montero Stalin es equiparable a un «terror de cuento gótico», Hitler es una «ópera sangrienta», Mussolini una «opereta bufa» y Franco un «sainete». El führer llevó incluso su teoría de la superioridad aria al asunto de los culos. Le gustaban las mujeres exuberantes y los traseros voluminosos. Una vez, mientras paseaba por el campo, vio a unas campesinas trabajando y le dijo a Göring, comandante supremo de la Luftwaffe: «Mira, sus posaderas son admirables. En esas estructuras pienso cuando hablo de la sana mujer alemana: de la madre de hombres perfectos».

Dicen que su gran amor fue una media sobrina, Geli Raubal, quien también se disparó un tiro en el corazón. Eva Braun sufrió dos intentos de suicidio y para muchos fue la mujer que más intimidad trabó con el genocida. Y eso que a Hitler, abstemio y vegetariano, le llevaban los demonios cuando veía a su amante beber y fumar. Pese a pertenecer a su círculo más privado, Adolf Hitler nunca transigió en exhibirla a su lado. «Permaneciendo inaccesible en su torre de marfil, se rodeaba de misterio e infundía respeto y temor».

- El poder de Carmen Polo.

Mussolini era un mujeriego notable. En cuestión de amantes se liaba con mujeres liberales, socialistas o anarquistas. En su nómina de amoríos figura Margherita Sarfatti, quien se vio obligada a tomar el camino del exilio cuando el Duce implantó sus legislación antisemita.

Al lado de estos sátrapas pervertidos, Franco aparece como un santo. No en balde al todopoderoso ministro de Propaganda nazi, Joseph Göebbels, no le causó muy buena impresión el dictador español, en quien vio a un «beato fanático». Dijo de España que estaba gobernada por su esposa y su confesor. Su mujer, a quien siempre le ilusionó la idea de vivir en el Palacio Real, sí que metió la nariz en asuntos de gobierno. A ella se le atribuye la caída en desgracia de su cuñado Ramón Serrano Súñer, hombre de confianza de Franco en la primera etapa de la dictadura. «Atesoraba lo que le interesaba, incluso productos perecederos, que luego regalaba sin advertir que estaban deteriorados, como sus famosos bombones rancios», escribe Montero .

De las pocas cosas buenas que la escritora ve en Carmen Polo fue su defensa de Miguel de Unamuno, quien espetó a Millán Astray el célebre «venceréis pero no convenceréis». Polo tomó del brazo al rector de la Universidad de Salamanca, salvándole entonces de la ira de los fascistas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario