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'El patrón' (Goffredo Parise). La novela que inspiró la reforma laboral fue escrita hace medio siglo

(Peio H. Riaño - El Confidencial)


Si se adaptara, el joven empleado de la empresa podría hacer como hacen los demás empleados. Si se convirtiera en un instrumento más, “como son instrumentos las máquinas de escribir de administración o todos los demás objetos de propiedad del doctor Max”, es decir, si aceptara volverse una cosa, “todo iría bien”. “Viviría y basta; yo también podría casarme, como han hecho y hacen tantos otros, formar una familia, tener hijos. Vivir ese sentimiento que viven las cosas, o sea, ese sentimiento de adaptabilidad pasiva y por tanto consciente”.

Poco más que una cosa en la mano del doctor Max, el dueño de la empresa, El patrón que Goffredo Parise (1929-1986) retrató hace cincuenta años, y podría haber escrito hoy. El escritor, periodista y poeta italiano publicó la novela cinco años más tarde de que Billy Wilder (1904-1982) estrenara El apartamento, cuya resonancia es innegable.

Un veinteañero de provincias llega a la ciudad a ocupar un puesto de trabajo en una empresa que le explotará es la historia que ahora publica Sexto Piso. Esa es la historia de la humanidad desde hace más de dos siglos. El autor italiano, fallecido hace 30 años, recuperó en clave de fábula la relación entre empresa y trabajador. Al margen de las herramientas sarcásticas que utiliza para trazar en catorce capítulos las esperanzas del trabajador y los deseos del empresario, lo revelador de este libro es que, bajo el camuflaje de la novela, se encuentra escondido el manifiesto del perfecto trabajador a ojos de su patrón.

- Uno: La vida sin empresa no es nada.

Ya hemos visto que la buena vida es la de las cosas. Para llegar al estado de cosificación hay que entregar todas las horas a la empresa. Sin compartir los problemas y los proyectos del empresario, la vida del trabajador “se detiene”. La vida “pierde todo su significado y se sumerge en la nada” fuera del trabajo. El personaje vive su relación con su patrón “en comunión con él, como si él no fuese una persona extraña a mí, sino, mucho más que mi padre y mi madre, una parte de mí mismo”.

- Dos: La empresa es tu religión.

El patrón tiene una idea de la humanidad y la sociedad. Él lo llama una idea moral y condiciona su realización al dinero: cuanto más tenga, cuanto mayor sea su potencia material, más posibilidades de crearlo. Su empresa es el primer paso de su mundo. ¿Cómo es la idea del patrón? “Es una idea religiosa; quisiera que la empresa fuera una especie de comunidad religiosa en la que el trabajo se desempeñe como un rito. Es diferente a muchas otras empresas, que solamente quieren hacer dinero, a las que el ser humano les tiene sin cuidado”. El empleado apunta que toda comunidad religiosa, con sus ritos, necesita un dios… El patrón sonríe, como una divinidad.

- Tres: El empleado perfecto.

La inteligencia está penada en la empresa que describe Goffredo Parise. El modelo de trabajador es Lotario, el conserje multitarea. Es un hombre de iniciativa e inteligencia muy limitada. “No tiene cultura ni nada. Precisamente por eso es un empleado casi perfecto. Ojalá hubiera más como él. El caso es que, a diferencia de muchos otros, de casi todos en la empresa, Lotario pone amor, fe, en lo que hace. Para él la empresa es como una iglesia y su religión es la obediencia. Si todos fueran como él, yo no tendría más problema”, explica el patrón, el doctor Max.

- Cuatro: En la empresa, el dinero es inmoral.

En la fábula del trabajador alienado y del empresario déspota, las aspiraciones a un salario digno son un asunto prohibido. El dueño se lamenta de que hoy la sociedad sólo piense en el dinero, en ganar y ganar más, mientras él calza zapatos con agujero y no renueva vestuario. Baja el sueldo a aquellos empleados que estrenan traje o compran gabardinas a plazos. Le parece inmoral. Por supuesto, conduce un descapotable último modelo, todo tapizado de cuero, “a excepción de las puertas y de la capota, que están tapizadas con piel rosa” y salpicadero de madreperla.

- Cinco: El miedo es el poder.

Nuestro joven protagonista, pelele recién aterrizado en el inmenso edificio, tiene un despacho cerca del patrón: su antiguo retrete. Han quitado el retrete, a cambio de una mesa, una silla y un perchero. Allí piensa durante largas horas de inactividad que nunca será castigado. Se refuerza contra el miedo a la sanción. ¿Cómo logrará evitar el castigo? Enumera: “Exigiendo el mínimo sueldo cuando el doctor Max insiste en doblármelo o incluso triplicármelo”; no aspirar a ninguna propiedad (casa, muebles, lavadora, televisor, automóvil, etcétera); no hipotecarse; vestir con dos trajes y pocas camisas. Pero el mayor miedo de todos es a quedarse sin patrón y tener que buscar uno nuevo.

- Seis: El trabajador es una propiedad.

“Sería moral que esta gente se diera cuenta de que es de mi propiedad y yo puedo hacer con ellos lo que quiera. Si se dieran cuenta de eso, sería suficiente”. El patrón se siente un incomprendido –se define como el dependiente de sus dependientes– y padece la resaca de un complejo gigante de inferioridad que le hace sentirse así porque cree zaherida su potestad y su autoridad. “Con la excusa de declararse de mi propiedad, se me obliga moralmente, y me veo obligado a mostrar mil escrúpulos y atenciones hasta cuando les dirijo la palabra”, se queja el empresario, heredero del negocio de su padre.

- Siete: La felicidad es la sumisión.

La primera persona que ha creado Parise para descubrir la sumisión de su personaje es clara, inocente, verosímil. Porque al leer se encuentran los reflejos entre la ficción y la realidad. El mancillado cree que su vida es ideal. Antes de llegar a la empresa, su felicidad le parecía precaria. “Pero ahora se va consolidando. Lo que me hace feliz, por encima de cualquier cosa, es haberme convertido en propiedad del doctor Max”. Cada momento de su vida se anima en función del patrón. No lee libros ni periódicos, no va a partidos de fútbol, no pasea, no bebe. “No hago absolutamente nada que sea ajeno a la empresa y al doctor Max. Lo que gano apenas me llega para vivir, pero me basta”.

- Ocho: La esperanza está en la empresa, no en el Estado.

“Ahora que he encontrado este trabajo, espero que todo vaya bien”. Antes, lejos del trabajo, nada funcionaba. La familia tampoco era el refugio, ni el desarrollo. La familia es una unidad social inválida frente al progreso personal que el personaje pretende alcanzar en la empresa, convertido en una cosa. Ese es el secreto –cáustico– del futuro: la dulzura de vivir en función de la empresa, de “formar parte del gran envoltorio protector de la especie humana que es el trabajo”.

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