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'Ávidas pretensiones' (Fernando Aramburu). "El humor nos salva de la solemnidad y del fanatismo"




Es el libro con el que más licencias se ha permitido. Con este 'desmelene' literario, 'Ávidas pretensiones', ha entrado en la nómina del Premio Biblioteca Breve de Novela

'Ávidas pretensiones' (Fernando Aramburu). 413 páginas. Seix Barral. 20 €

El autor.- Origen: Fernando Aramburu nació en San Sebastián en 1950. Licenciado en Filología Hispánica, reside en Alemania desde hace tres décadas. Trayectoria: Ha publicado, entre otros títulos, 'Fuegos con limón' (1996), 'Los ojos vacíos' (primer libro de la Trilogía de Antíbula, 2000), 'El trompetista de Utopía' (2003), 'Bami sin sombra' (segundo libro de la Trilogía de Antíbula, 2005), 'Viaje con Clara por Alemania' (2010), 'Años lentos' (2012) o 'La gran Marivián' (tercer libro de la Trilogía de Antíbula, 2013)

Fernando Aramburu (San Sebastián, 1950) ha quitado todos los frenos para trazar a lo largo de las páginas de su novela una provocadora sátira sobre un universo literario en el que danzan poetas que, además de escribir versos con más o menos acierto, escriben sus propias historias cargadas de egolatrías, miserias y veleidades. Un convento apartado es el lugar elegido por el escritor vasco para concentrar a lo más granado del panorama lírico español y dejarlos al libre albedrío de los egos, el alcohol, las envidias y las rivalidades. Un encierro literario delirante narrado por alguien para el que el humor "es una necesidad vital". La novela llegó ayer a las librerías y el autor la presenta hoy en el Centro Andaluz de las Letras de Málaga (20.00 horas).

- Encierra a un grupo de poetas para construir una sátira del mundo literario. ¿Le ha llegado ya alguna queja, protesta o exabrupto?

- No, pero tampoco me importaría mucho. En parte yo sería el inductor, puesto que la novela empieza con la nota del narrador en la que explica que ha cambiado los nombres de los personajes para preservar su vida y para que no le destruyan sus modestos bienes. A partir de ese momento la curiosidad por saber quién se puede esconder detrás de cada personaje es grande. La ficción juega a eso. Pero, de momento, nadie se ha enfadado.

- El jurado definió su libro como una "delirante poetada".

- Lo que hacen los personajes es lo que trataría de hacer cualquier persona, como disfrutar de la vida o convivir mejor o peor avenidos. Son estas cositas que llenan las novelas. Si en lugar de haber poblado mi novela con poetas lo hubiera hecho con ajedrecistas o médicos, en verdad las acciones no serían muy distintas.

- Y en esa hoguera de vanidades, ¿encajaría también una reunión de políticos?

- Evidentemente, aunque yo no me imagino a los políticos encerrados en un convento del monte hablando de la belleza, ni leyendo textos propios. Los políticos ya tienen sus reuniones en el Parlamento, en donde exponen ante las cámaras sus rivalidades, sus rencillas y sus rencores.

- La vanidad es una constante en ese retrato de la naturaleza humana que es 'Ávidas pretensiones'. "La verdad purifica; la vanidad mancha", decía San Agustín. ¿Lo comparte?

- No exactamente. Soy condescendiente con la vanidad humana. Me parece uno de los vicios más perdonable. El hecho de que un ser humano tenga la necesidad de gustarle a los demás o de gustarse a sí mismo delante de los otros me parece una acción bastante inofensiva. Los seres humanos tienen esquinas mucho peores que la vanidad. Tampoco creo que mi novela vaya sólo de la vanidad. Hay unos cuantos vanidosos, bastantes, pero hay otros poetas en mi libro que no lo son.

- Fuente de episodios.

- En cualquier caso, ha calificado el mundo de los poetas de cerrado, narcisista y digno de parodia. Parece que le gusta hacer amigos.

- Modestamente, también hago mis pinitos poéticos. Y no me gustaría que se simplificase mi novela leyéndola sólo por ese lado. Lo que a mí me interesaba de estos personajes eran las historias que me pudieran dar. Me interesaban como fuente de episodios. Y por otro lado, si quiere que le diga la verdad, me he inspirado en poetas y en encuentros de poetas alemanes. Por tanto, una lectura reductora no es lo que a mí me gustaría. Mi libro está poblado de seres humanos que, sí, una de sus facetas es la dedicación a la poesía, pero hay mucho más: relaciones amorosas, reconciliaciones, un gran deseo de afecto o la natural pulsión humana por divertirse, por sacar gusto y placer a la vida.

- Un miembro del jurado, Eduardo Mendoza, dice que en esta novela se "desmelena". ¿Cuántas licencias se ha permitido?

- Muchas. Para empezar introduje un narrador que es una especie de saboteador de la literatura, aparte de un gamberro. No se toma en serio sus personajes, ni lo que hacen ni lo que dicen. No se toma en serio su novela ni tampoco la lengua española. Este libro es probablemente el libro con el que más libertades me he permitido. No me he puesto freno en la invención de palabras, en el uso irónico del lenguaje, el libro está salpicado de ironías, de frases sin terminar. Se mezcla lo que suena bien con lo que suena mal, lo poético con lo sarcástico. Va todo empaquetado.

- Además del aburrimiento, ¿de qué nos salva el sentido del humor?

- Nos salva de la solemnidad y del fanatismo y, sobre todo, es un magnífico amortiguador de problemas y de tristezas. Vivo en un país en el que se llenan los campos de fútbol para asisitr a lo que en España sería un club de la comedia, monologuistas que se suben a un escenario para hacer humor ante cuarenta o cincuenta mil personas. Es decir, hay una necesidad básica humana por reír. La risa nos reconcilia. El humor es una manera de estar a gusto en la realidad. Es una filosofía. Tiene además una proyección interior. A uno el humor le permite estar a buenas consigo mismo.

- Parece que cada vez nos cuesta más tener sentido del humor y, sobre todo, reírnos de nosotros mismos.

- El país está bastante cabreado. A la gente no le va bien y ése es un recurso humano, enfadarse y expresar el malhumor, aunque yo creo que es un recurso a la larga poco útil. Además, tengo la sospecha de que el humor requiere cierto grado de educación. Quizás cometemos el error en España de asimilar el humor a la fiesta, a la juerga, a la chirigota, a posturas superficiales de la persona. Yo disiento de esto. Creo que el humor es un magnífico instrumento para la crítica, para la crítica política también, en el sentido de que si funciona hace risibles las posturas de los adversarios. En Alemania los debates suelen abundar en gestos irónicos, juegos de palabras, en dar la vuelta al argumento del contrario. Bastante más sutiles que la ira, la barricada, el grito o el insulto.

- Lado ridículo.

- ¿Y qué es lo último que le ha hecho reír?

- Al llegar a la habitación del hotel he ido al baño, he visto mi cara en el espejo y he tenido que reírme. Dormí fatal y he visto la cara de un tipo soñoliento, al que le esperan aproximadamente unas 60 ó 70 entrevistas en los próximos ocho días. ¡Y me ha dado la risa, sólo con mirarme! Al reírme de mí en el espejo me he caído bien. Hablé con mi reflejo y le dije: todo este programa de promoción, que empieza ahora, lo vamos a conseguir. Y hemos empezado ligeros, contentos y como amigos.

- ¿Se ha sentido mejor?

- Claro. Uno está más a gusto, ve su lado ridículo, sus defectillos y se acepta a sí mismo con sus limitaciones. Uno termina haciéndose amigo de sí mismo, refrenando las ambiciones, la prisa, el estrés y el agobio. Un gesto humorístico de vez en cuando es como una manzanilla después de una comida opípara.

- Quiso ser futbolista de la Real Sociedad, ciclista, ajedrecista y lanzador de jabalinas. Y es escritor. ¿Demasiadas frustraciones?

- Ninguna. Lo que yo no quería era repetir el destino de mi padre, que era un hombre muy bondadoso y muy laborioso. Era obrero en una fábrica y se levantaba a las cinco y pasaba infinidad de horas trabajando en un sitio ruidoso y sucio.

- ¿Y cuál fue la estrategia?

- A los 14 ó 15 años me dije que en algún sitio tenía que triunfar, porque si no me iba a la fábrica. Probé en varios deportes y no funcionó. Pero no me frustó, fueron probaturas. Finalmente se cumplió un pronóstico que me hice de jovencito, según el cual, y según yo había visto en otros, las personas que dominan el lenguaje, también dominan a los demás, en el buen sentido de la palabra. Y por ese camino aprendí minuciosamente nuestro idioma. Durante años estuve estudiando gramática, aprendiendo listas de vocabularios, haciendo toda clase de comentarios de textos, analizando textos de otros, páginas de novelas, poemas, con la idea de tener el mayor dominio posible del idioma, de manera que fuera un amigo, no un estorbo. Y el resultado es el hombre que ahora está aquí y que escribe esos libros. ¡Y no terminé en la fábrica!

(M. Eugenia Merelo, Sur)

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