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'Partir para contar' (Mahmud Traoré , Bruno Le Dantec). “¡Ahora o nunca, no dudéis, todo el mundo a la valla, al ataque!”. Diario de un superviviente de 'la valla'




“En la pista que serpentea entre las dos vallas, los españoles gritan y disparan pelotas de goma al aire. Cuando se les agotan los cartuchos, empuñan sus armas reglamentarias, cargadas con balas de verdad. Corren por ahí en todas direcciones repartiendo porrazos y culatazos a diestro y siniestro. Les oigo insultarnos entre jadeos: “¡Putos negros! ¡Putos negros!”. Intentan golpear y detener a los que llegan a la segunda valla, pero somos demasiados. No dan abasto ni crédito a lo que ven, y dejan caer los brazos, casi replegándose, acojonados”. En la segunda valla le esperan más. Han llegado los refuerzos.

Mahmud cuenta que muchos se han herido con las cuchillas colocadas en lo alto de las vallas. Él se corta el tobillo al saltar la segunda. “Cuando llego a la cima, hago una pausa, porque abajo me espera un guardia con la porra levantada”. Pero cae al vacío y se queda colgando de un pie, “con una cuchilla clavada en las carnes”. Se sacude para soltarse, pero le causa una herida aún más profunda. “En ese momento, en caliente, no siento el dolor. Me agarro a la barra metálica para auparme a pulso, sacarme la cuchilla del tobillo y liberar mi pie antes de dejarme caer. El zapato queda enganchado arriba. Si no hubiera tenido ese reflejo, probablemente me habría seccionado el pie”.

Vehículos militares de la Legión, sirenas, refuerzos. Y entonces es cuando comienza el tiroteo. Y la carrera campo a través hasta el centro de estancia temporal para inmigrantes (CETI).

Creerás haber leído esta historia mil veces porque ya no te interesa. No quieres saber más de inmigrantes que se acumulan en las calles de tu barrio vendiendo bolsos y deuvedés, en pisos abarrotados por encima de sus posibilidades. No te cabe ni una palabra más de concertinas, de pelotas de goma, ni de asaltos videovigilados. Estás harto o harta de amenazas tituladas a cinco columnas que hablan de 30.000 “subsaharianos” esperando tomar tu país. Creerás que todos son iguales; que no tienen historia porque comparten la misma, la sangría de África.

Sólo tienes noticias de su desesperación en ráfagas, fogonazos informativos que no pueden condensar una vida. Una vida como la de Mahmud. Nació en Casamance y escapó de la pobreza de Dakar sin haber cumplido los 20 años. Ahora vive en el sur de España, donde aprende a ser carpintero mientras trata de regularizar su situación en tu país.

Como esto habrá dejado de interesarte, no leerás que huyó del suyo en 2002 y que tardó tres años en cruzar el norte de África para llegar a la frontera con el progreso. Él habla de salvación. Atravesó el Sahel, el Sáhara, Libia, el Magreb y el 29 de septiembre de 2005 participó en un asalto multitudinario a la valla de la frontera de Ceuta. Ya te lo habrás imaginado, pero su historia no acaba ahí.

A diferencia del resto de personas que son extorsionadas, maltratadas y ultrajadas por salvar su vida, la existencia de Mahmud Traoré es significativa porque el periodista Bruno Le Dantec la escribió. En un libro, no en un periódico con sus estrecheces. La autoría es compartida, igual que sus beneficios, pero quien recogió su vida en una conversación grabada de treinta horas fue Sonia Retamero, en febrero de 2010.

Su historia es la de un superviviente que pone en evidencia las buenas intenciones y las malas prácticas. Partir para contar (editado por Pepitas de calabaza) es el relato que convierte en papel mojado la carta de los Derechos Humanos Fundamentales, el testimonio –como el de tantos miles a los que no quieres mirar ni escuchar– que desmonta una civilización civilizada.

A medida que Mahmud Traoré se acerca al Dorado europeo, la necesidad y el afán de lucro aprietan cada vez más. El periodista Bruno Le Dantec recuerda que al borde de la valla aparece la figura del chairman, un padrino que gobierna rodeado de “ministros” y “policías”.” A veces, como obtiene tanto provecho de su papel de intermediario entre migrantes y traficantes locales, ese presidente ya ni siquiera aspira a llegar a Europa”.

“No somos animales, basta de sumisión. ¡Al ataque!”. Un centenar de inmigrantes ha decidido rebelarse contra las fuerzas de las mafias que controlan el gueto y los asaltos a la valla. “¡Poneos una chaqueta o una camiseta alrededor de la cabeza para protegeros de las piedras!”. Los “policías” de los guetos tratan de controlar el movimiento de insurrección que amenaza con el fin de la extorsión.

El capítulo dedicado al asalto es estremecedor. “Llevan demasiado tiempo quedándose con nosotros. No nos dejan entrar no nos dejan comer. ¡Más vale morir que vivir de rodillas!”. Lo peor está antes de las concertinas. Los policías dejan de tirarles piedras y se unen a ellos. Aseguran que han lanzado sin apuntar, sin ganas, “sólo para dar el pego”. También quieren fugarse y rompen filas.

En un claro, el grupo se sienta a debatir cómo acercarse y asaltar la frontera. Deciden aguantar en silencio hasta las dos de la mañana. Quieren llegar a la barrera todos a la vez. Son casi doscientos. “Hay que avanzar de frente, con los que van a poner las escaleras en primera fila. Si avanzamos todos juntos, no podrán coger a nadie. Y si tenemos ocasión de cortar la frontera, la cortaremos”.

El grupo ha ido creciendo tanto que el bosque hierve en susurros. De golpe parece superpoblado. “¡Ahora o nunca, no dudéis, todo el mundo a la valla, al ataque!”. Y el pequeño ejército de muertos de hambre baja hacia la frontera. Al otro lado, una patrulla de guardias civiles les increpa hasta que comprueban las dimensiones del movimiento.

“Atónitos, ven cómo nuestra tropa se precipita sobre la valla y apoya en ella decenas de escaleras improvisadas. Antes de que puedan reaccionar, la primera oleada corona ya la cima de la alambrada exterior”. Son tan numerosos que no hay escaleras para todo el mundo. La suya se rompe bajo el peso de cuatro o cinco exaltados que querían subir todos a la vez. Así que escalan con pies y manos. Mahmud es de los primeros en dar “la gran voltereta”. El resto ya lo has leído.

(Peio H. Riaño, El Confidencial)

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