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Mi primera lectura de 'Rayuela' (Emilio de Santiago)




El próximo 26 de agosto se cumplirán cien años del nacimiento de Julio Cortázar, el mago de la 'contranovela'. Gustoso, aprovecho este semanal espacio asignado para siquiera, modestamente, para tributarle un homenaje de recuerdo. Fue allá por el verano del 64 del pasado siglo (¡Dios, cuánto tiempo ha pasado ya!) cuando lei esta espléndida obra maestra. Sí, seguro que fue el verano de ese año. Me la había regalado un amigo y la llevaba en mi maleta como lectura para una breve estancia proyectada en La Rochelle, pero que luego terminó en París y se hizo más larga. En aquel tiempo, estaba yo fascinado por el halo que nimbaba la imagen literaria de este genial autor. Significó, creo, para todos los que, en aquel tiempo y desde España, despertábamos al conocimiento de la literatura hispanoamericana contemporánea, un auténtico e inusitado hallazgo. Toda vez que, a la sazón, el panorama de la escritura de aquellas ultramarinas latitudes ofrecía calidad y riqueza realmente sorprendentes.

La lectura del complejo entramado narrativo de esta obra vino a confirmarme aquella vieja idea de Joyce: "Novela es lo que quieras". Qué dilatado cosmos el de lo no novelado. De qué varias maneras puede jugarse con sus inagotables posibilidades y con el embrujo creador de tantos y tan diversos matices, sensaciones, vivencias. Empecé a conocer, claro está, a este insólito escritor latino de múltiples registros y de las más curiosas antítesis que puedan constelarse en un literato, a partir de un arquetipo de 'contranovela'. Vine a sumergirme en un extenso relato de denuncias contra la poca autenticidad de la vida de los hombres, aderezado con el inquietante aliño de una exasperación pertinaz. La técnica estructural utilizada da al traste con una estética y una psicología largamente sostenida por la novelística anterior.

'Rayuela' no establece, a mi parecer de entonces y el de ahora, ninguna linde sutil ni tampoco bien marcada entre las opciones de la condición humana y la difícilmente explicable sensibilidad del escritor. Me sentía, a medida que iba penetrando en la trama de esta genial narración, más que un mero lector, un cómplice de aquel elenco de personajes de los cuales ninguno se me antojaba totalmente lejano o quizá ajeno. Todo un abigarrado mundo de relaciones se iba tejiendo y entrelazando alrededor de mí cual una imperceptible tela de araña que no podía ni tampoco quería eludir o traspasar. Acontecía todo en una inacabable gestación de íntimos escenarios, de paisajes del alma.

Los hechos novelados se sucedían a la sombra de una suerte de anarquía que me aproximaba al devenir de la propia existencia, ora inesperado y subitáneo ora indefectible y añorado. Era el inarmónico, pero ordenado caos esencial al que nos enfrentamos todos cuando, más que existir, vivimos un destino misterioso al que no pudimos sustraernos y en el que, de cualquier forma, naufragamos. Se trata de esa región cotidiana donde no ha lugar el porqué indagador ni se anticipa el recuerdo. Cortázar, en cierto modo, va desprendiéndose de su pesonal identidad con un regusto autocrítico que invita a seguirle, peregrinando sin rumbo por la larga vía de la incongruencia dramática de tramas y de personajes. Un tremendo 'dramatis personae' de seres enfrentados a su propia derrota que, secretamente, asumen como si de un triunfo se tratase. Todo parece ceder u obedecer a dictados de un amor, de unos celos e incluso de una piedad y dolor desconcertantes. Hay tejido un desconocido ritmo de pasiones que aboca al final más cambiante e irreconocible. Iluminado argumento narrativo privado de límites. Fascinador mandala literario en el que, por fortuna, me perdí tratando de encontrar una imposible trascendencia. Luego, mucho más tarde, fui dotando de sentido a la metáfora y el desconcierto. Vuelvo a leer 'Rayuela' y, como diría su autor, a 'exorcizarme'.

(Ideal)

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