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La literatura del siglo XVIII. La poesía



Hay que entender la poesía del siglo XVIII como fruto de un periodo en el que se entrecruzan diversas tradiciones e influencias. No hay realmente una ruptura tajante con la lírica barroca, que se prolonga todavía bastante tiempo en el XVIII, como luego tampoco la lírica ilustrada desaparecerá con el fin de siglo, sino que penetrará profundamente en el XIX.

La poesía posbarroca domina durante las primeras décadas de siglo y en ella el influjo gongorino es todavía muy evidente. Pero paulatinamente tiende a hacerse una poesía más sencilla: se prefieren estructuras menos complejas, los retorcimientos sintácticos se atenúan, se busca una mayor ligereza rítmica mediante el uso de versos cortos y estrofas breves y cerradas; al tiempo, los poemas -que tienen como tema dominante la naturaleza, el amor y la belleza femenina- adquieren un aire delicado y refinado que destaca su valor decorativo. Por sus similitudes con el movimiento artístico correspondiente, se ha denominado a esta tendencia poesía rococó.

La poesía ilustrada o neoclásica triunfa durante la segunda mitad del XVIII. Sin embargo, el desarrollo de la nueva estética fue lento. Poetas ilustrados tempranos son Vicente García de la Huerta, Nicolás Fernández de Moratín y José Cadalso. La consolidación de la poesía ilustrada se produce en los años setenta en la 'Tertulia de la Fonda de San Sebastián' de Madrid. Allí se reúnen renombrados poetas no solo españoles (Moratín padre, Cadalso, Iriarte...), sino también italianos. Florecerá entonces la poesía neoclásica con autores como Cándido María Trigueros o Leandro Fernández de Moratín. Y también deben destacarse los fabulistas Félix María de Samaniego, de espíritu burlón y escéptico, y Tomás de Iriarte, ejemplos ambos, con su uso del género de la fábula y su consiguiente moraleja, de la poesía de intención didáctica típica de la literatura ilustrada.
Además de Madrid, Salamanca fue también un importante foco de propagación de las ideas ilustradas y, por tanto de la lírica neoclásica. A Salamanca marcha desterrado Cadalso y su presencia pudo servir de acicate para el surgimiento allí de una importante poesía, con autores tan destacados como Juan Meléndez Valdés.

Toda esta poesía neoclásica dieciochesca vuelve sus ojos a los grandes poetas españoles del siglo XVI y a sus continuadores en el XVII. El ideal renacentista parece pervivir, por tanto, a lo largo de varios siglos y rebrotar con fuerza en la segunda mitad del XVIII, cuando se defiende abiertamente la poética garcilasiana enfrentándola a la culterana gongorina, que es denostada. Otros modelos de los poetas ilustrados son los clásicos grecolatinos y los escritores neoclásicos del siglo XVIII francés e italiano. Además, no desprecian la tradición popular española: romances, romancillos, letrillas, seguidillas, décimas...

Los temas de la poesía ilustrada son: la exaltación de las bellas artes; las novedades científicas y filosóficas; las ideas de reforma social; la ponderación de la amistad; los astros como manifestación de una armonía universal; los ideales de virtud y fraternidad (ansia de fraternidad universal, desprecio o repulsa de la guerra, odio a los tiranos y condena de la tortura, exaltación de la paz y de la tolerancia); el rechazo de la ociosidad, de la ignorancia y de la opresión; la censura de los vicios; la fe en el progreso y en la perfectibilidad del ser humano mediante la educación; etcétera.

Y junto a esta poesía abiertamente filosófica y utilitaria coexiste, incluso en los mismos autores, una vertiente más tierna y sensual, que se manifiesta en los temas pastoriles, en una delicada visión de la naturaleza y en el canto de los placeres cotidianos. Así, es muy característica de la poesía neoclásica la anacreóntica, composición de metro corto y estrofas breves, de tono festivo y alegre, que exalta el amor y los goces sensuales.

A finales del XVIII, nuevos poetas se suman a la poesía ilustrada. Pero se pueden advertir ya en ellos pequeñas diferencias con sus predecesores que han dado lugar a que se hable de poesía prerromántica. Aunque puede afirmarse que en la poesía ilustrada conviven razón y sentimiento, el sentimentalismo y la exacerbación de la sensibilidad son más evidentes en los textos de algunos poetas del fin de siglo, los cuales continúan su labor hasta bien entrado el XIX. Los textos de estos autores, próximos a las ideas de la Revolución francesa, tienen a veces un acentuado tono social. Es el caso de Nicasio Álvarez Cienfuegos y Manuel José Quintana. En sus poemas, todavía dentro de la estética neoclásica, lo sentimental se plasma en ciertos procedimientos que anticipan los usos retóricos del Romanticismo: interrupción de los versos mediante puntos suspensivos, frases entrecortadas, exclamaciones, repetición de palabras, recursos efectistas, adjetivación que insiste en lo pasional o en lo angustioso, etcétera.

Debe destacarse, en fin, el surgimiento en este fin de siglo de un grupo de poetas sevillanos, animados por el prócer ilustrado Pablo de Olavide. Estos poetas presentan también ciertos aspectos que los aproximan al prerromanticismo y son de ideas avanzadas, lo que hará que varios de ellos sufran prisión o hayan de marchar al exilio durante el reinado absolutista de Fernando VII. Merecen ser citados José Marchena, Manuel María de Arjona, José María Blanco-White y, sobre todo, Alberto Lista, maestro de grandes poetas del XIX como Espronceda y Bécquer.

(Lengua Castellana y Literatura, 2º Bachillerato, edición de Julio Rodríguez Puértolas, coordinación y revisión de Literatura de Domingo Ynduráin Muñoz, proyecto y redacción de José Antonio Martínez Jiménez, Francisco Muñoz Marquina, Miguel Ángel Sarrión Mora; ed. Akal, Madrid 2012)

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