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'Falange y literatura' (José-Carlos Mainer). El canon literario silenciado: los textos de los autores del "Régimen"



- Genealogía de los "laínes".

Fue en 1971 cuando José-Carlos Mainer publicó 'Falange y literatura', un ensayo que fijaba el canon de los escritores afines a la doctrina falangista. Hoy esa antología ve de nuevo la luz, ampliada y actualizada. Un clásico que recupera buena parte de los nombres propios de las letras españolas entre 1930 y 1956, de quienes se dijo que ganaron la guerra pero perdieron la literatura

Fue Umbral, en una de sus más logradas novelas, 'Leyenda del César visionario' (1992), quien acuñó un formidable término para un grupo de escritores llamados con los años "falangistas liberales" (si no es un oxímoron): los "laínes". Una nómina a la que daba nombre quien fue rector de la Universidad Complutense, Pedro Laín, y que se caracterizaba por un fermento de tenue liberalismo desde un origen juvenil, fogoso y entregado a la causa falangista. José-Carlos Mainer publica estos días una nueva edición ampliada, actualizada y renovada de un ya clásico trabajo anterior (nada menos que de 1971), con idéntico título, 'Falange y literatura'.

El volumen se abre con una extensa introducción, precisa en el detalle, abundante en los datos que se aportan y exquisitamente escrita, para continuar con una generosa antología de textos de los autores que considera más próximos al ideario falangista, aún cuando se incluyan algunos más fascitas que falangistas (si vale la distincíon con lupa), como es el caso de Ernesto Giménez Caballero y de otros no tan entregados a la causa, por ejemplo, Agustín de Foxá. La anécdota, más leyenda que otra cosa, de Foxá con Franco no tiene desperdicio: "Excelencia, ¿sabe lo que no le perdonaré al comunismo?" "Diga, Foxá", contestó Franco, a lo que el notabilísimo autor de 'Madrid, de Corte a checa' respondió: "Que me obligara a hacerme falangista".
La introducción de Mainer va directa a narrar, con precisos comentarios de carácter histórico-literario, el origen político, social e intelectual de este variopinto grupo de escritores, la amalgama de sus influencias y lecturas, incluidas películas, y la configuración de su papel en unos tiempos nerviosos, turbulentos y dramáticos. De todos, y de cara a su impronta posterior, cabría destacar -piénsese que el autor recoge narraciones, artículos, poemas de más de una veintena de ellos- a los citados Foxá y Giménez Caballero, junto a Dionisio Ridruejo, Rafael Sánchez Mazas, Gonzalo Torrente Ballester, Luis Rosales, Antonio Tovar, Julián Ayesta, Álvaro cunqueiro y Pedro Mourlane Michelena, entre otros.

Andrés Trapiello, quien siguió la senda abierta por Mainer hace ya más de cuarenta años, logró con 'Las armas y las letras' una formidable enciclopedia de la actuación y posición del conjunto de los escritores durante la sangrienta contienda civil; no solo eso: editó, en tiempos todavía complicados, a algunos de los nombrados y se recuperó, para la literatura, lo que el triunfo de la Guerra Civil les había arrebatado.

- Versión cañí.

La frase sobre algunos de ellos que señalaba cómo habían ganado la guerra pero habían perdido la literatura se hizo patente, aún cuando otros, y debido a esa evolución de un falangismo primero arrebatado e impulsivo, después teñido de moderadas gotas de liberalismo y, al final, cercano a la socialdemocracia, ganaran las dos, la guerra y la literatura.

Lo muy destacable de las notas críticas de Mainer es cómo logra que el lector emprenda un viaje desde los orígenes del fascismo histórico español (1920-1936) hasta su culminación, eso sí, trocado en su versión cañí, el falangismo joseantoniano. Y enumera y desarrolla lo que bien podría ser la retórica literaria falangista, el prontuario y la terminología. Desde la revelación de un destino casi místico y, por supuesto, guerrero, que contagia a los jóvenes, díscolos con la situación española, hasta el temor a la amenaza comunista, tras la Revolución bolchevique, que asustara al conjunto de clases medias, de manera especial a las clases medias bajas, que, en el siglo de las masas, integrarán los diversos movimientos europeos de este signo.

Al mismo tiempo, se apunta la coincidencia, desde la perspectiva del arte y la literatura, con la irrupción de las salvajes vanguardias históricas. Es el siglo del vértigo, de la velocidad y del totalitarismo. Buena parte de los manifiestos vanguardistas obedecen a una actitud agresiva -el término vanguardia lo toman de su carácter militar-, beligerante, violenta y excluyente. No será una casualidad que así como el futurismo italiano abrace el totalitario fascismo, el surrealismo francés se entregue a los brazos del comunismo. Y España no fue ajena a esta alucinada deriva.

- Arriba y abajo.

Las características señaladas por Mainer iluminan los componentes de los que surgirá tal movimiento: un enrevesado esoterismo, un jaleado irracionalismo, un vitalismo adolescente y romántico y un misticismo vaporoso, que se resumen en expresiones como sacrificio, heroicidad, culto a la muerte, y cuya consecuencia es un absoluto desprecio de la democracia liberal como sistema político de las clases medias, algo en lo que coincidirían con sus colegas izquierdistas, cuando no claramente comunistas. Así, escribirá Óscar Pérez Solís, un tránsfuga del anarquismo que se afilió a Falange en 1935: "Jamás me he sentido en la clase media, en esa gris y pusilánime comparsa de los de arriba que solo acierta a estar abajo".

Señala Mainer los antecedentes que constituyen una suerte de programa político e intelectual: la parte que toman de los autores del 98 (sobre todo de Unamuno y Baroja); del 'noucentisme' trasladado a Madrid de Eugenio d'Ors; de unos heroios hechos de la Historia de España, vía Menéndez Pidal y así. Por eso, no es de extrañar que Ortega (víctima de esas apropiaciones un tanto pintorescas, cuando no disparatadas), al comprobar el giro que imprimían estos propagandistas, y notables escritores, se convirtiera en un "liberal alarmado" de lo que se venía encima. A Giménez Caballero, en una de sus visitas, Ortega, cansado de la perorata apocalíptica del autor de 'Yo, inspector de alcantarillas', le acompañó hasta la puerta, le golpeó suavemente en la espalda y le dijo: "Giménez, ya no hace falta que venga a verme, ya veo que puede usted pensar por sí solo", y eso, ay, es lo que ocurrió.

En esto, la selección de textos es impecable, porque consigue provocar en el lector el sentimiento de época, la temperatura política e intelectual que se vivía, el pulso literario y el clima emocional. Espléndida, no ya reedición, sino reelaboración concienzuda, trabada y ejemplarmente escrita.

- Un día de revolución.

Veinticinco autores se dan cita en 'Falange y literatura'. Veintinco ejemplos de prosa arrebatada. Como las que reproducimos, de Sánchez Mazas, García Serrano y Giménez Caballero

- La revolución a paso gentil (Rafael Sánchez Mazas).

La revolución fascista ha vencido absolutamente.

Hace casi dos meses escribíamos:

"El Fascio, si quiere triunfar para la primavera, tendrá que gritar '¡viva el Rey! y poner la mano en los cañones". Hallaron algunos arriesgado el pronóstico. No hace una semana fue la gran asamblea fascista de Nápoles. Benito Mussolini, ante millares de camisas negras, ante centenares de escuadras de 'triari' y de 'principi', por primera vez, entonó un canto noble de esperanza y de fe en la Monarquía.

La victoria fascista ha cortado los últimos laureles de su primera y gozosa campaña. En agosto batió, acorraló, pisoteó al socialismo deshecho. El 28 de octubre, ha batido, acorralado y pisoteado al democratismo ministerial y a ciertas anticuadas ficciones constitucionales. Son las ventajas de hacer una revolución a caballo, una revolución a paso gentil, una revolución aristocrática del pueblo -no de las 'masas'- incruenta y elegante como un 'carroussel de Saint Cyr'... Para esta mañana se temía la 'marcha sobre Roma', el avance de 100.000 fascistas sobre la capital... Florencia, Siena, Perugia estaban ya pacíficamente en sus manos. Concentrados militarmente en Tívoli, en Terni, en Monte Rotondo, aguardaban bajo el viento y la lluvia de otoño, la orden de partir...

Miles de fascistas, armados y uniformados, recorrían Roma. Las calles principales aparecían cubiertas de banderas. Era un día de revolución a paso gentil, festivo y sin sangre, alegre, de canciones y sedas de colores. El Ejército iba confraternizando con los fascistas, y el público ha aclamado al Fascio en sus desfiles, entre vivas a Italia y al Rey. Así se han interrumpido en la Italia de las izquierdas cincuenta años de mito democrático, algunos lustros de abyección socialista y una infame intentona final de crimen bolchevique.

- Pedagogía de la pistola (Rafael García Serrano).

Eugenio no da tiempo a nada. Sus ojos adivinan debilidades y acude a la brecha. Piensa siempre en revolucionario y no tolera que los demás piensen de modo distinto a él. Por eso ahora, conociendo mejor que yo mi hora confidencial y lenta, dice atacando lo más quebradizo de mi espíritu:

- Uno se lo explica todo cuando dispara el primer tiro.

Entre los camaradas nadie ignora que Eugenio es de armas tomar. Todos le saben combativo, pero nadie, solamente y solemnemente yo, aprende de él que un primer tiro es magisterio de vida y costumbre.

- Cuando apreté el gatillo para tumbar al comunista que me ofendía, había recorrido ya la vida inverosímil. Es decir, esa pequeña vida que no figurará nunca en la historia de los hombres célebres, y de la que no nos acordamos nunca porque estamos seguros de no haberla vivido.

- La vida de la anécdota -insinué.

- No. Una anécdota suele recordarse. Yo hablo de la vida inverosímil, que te sorprende al conocerla, y de la que solo el primer disparo te da la segurísima convicción de que la has vivido.

- ¡Hay pirineos! (Ernesto Giménez caballero).

Giramos por la estación. No se veía el cuadriculado bituminoso de los andenes, cubiertos de trapos, de papeles, de carnets, de bombas de mano, de orines, de boñigas de vaca.

Los periodistas se proveyeron de carnets rojos, de piel. "Ejército de la República española. Cartera militar de identidad", con la estrella roja y el sello en seco del Ministerio de la Guerra. También recogieron una muñeca rota.

- 'Povera bambola!' -musitaron.

El de 'La Stampa' fue a fotografiar un mulo sarnoso comiéndose un libro. Y teniendo por fondo los rótulos de 'Poste', 'Restaurant' y el reloj parado en las diez y cuarto.

Aun recorrimos el tren hospital nº 13. Pero estábamos muertos de hambre, con todas las pruebas a que nos sometimos, y marchamos al alojamiento de nuestro anfitrión el comandante.

El almuerzo fue intenso, en todos los sentidos. Los españoles sabemos hacer bien las cosas: comer, beber, cante y música.

Al final hubo 'Cara al sol', 'Giovinezza', abrazos, vivas, y hasta telegramas, que me entregaron para que yo los pusiera al 'Duce' y a Franco, y que perdí al otro día. Desde Port-Bou era difícil comunicarse, nada menos que con el Caudillo y Mussolini.

En el puerto estaban de guardia dos oficiales amigos míos. Uno era procedente de Renovación Española. El otro, falangista, y de mi promoción de alféreces.

- Oye -me dijeron-, han empezado a acudir por la raya algunas chicas. Vamos a verlas.

Había un grupo de cuatro mujeres, que nos saludaban con los pañuelos, desde el lado de Francia.

Casi en la misma raya había un Café-Bar, según ostentaba el rótulo de una casita que antes debió ser linda, amable y coqueta. Se llamaba: 'Chez Mariana'. Y una inscripción invitaba al forastero con esta frase: 'Ici on boit au repos des Pyrenées'.

Mis amigos se alejaron hacia el bar. Y me dejaron a solas con la cuarta fémina, que no había hablado nada.

- 'Monsieur... -me dijo al verme solo. Me acerqué. Era una señora y una buena señora. Rubia, apretada de carnes, pintada al disco, con un gabán marrón muy ceñido, y la falda muy corta. La cara era algo vulgar, como son muchas de las caras femeninas francesas, cuando se les examina el pergamino de cerca, con técnica de palimpsesto. Me hizo una sonrisa emocionante.

- 'Monsieur...' No sé español 'à peine'.

- 'Parlez done en français, s'il vous plait, Madame. Je vous comprends'.

- Habla usted muy bien el francés -me dijo con mucha y caliente suavidad-. ¿Ha estado usted en Francia? ¿Admira usted a Francia?

- Sí. Yo siempre la he llamado ¡admirable Francia, enemigo admirable!... Tengo ahí entrañables amigos... a quienes debo cosas inolvidables y decisivas... Pero mi deber, eso que se llama secamente "el deber"... ¡oh Francia!... (Una nube de pena sentí que me atravesaba el pecho). La señora se acercó más a mí.

- ¿Odia usted mucho a Francia?

- A Francia no se la puede odiar. Pero su cariño es de los que matan... Yo estuve dos años en el Rin, a raíz de ser ocupado por los franceses... Allí precisamente me enamoré...

- De una francesa, ¡claro!...

- No.

La señora se calló un instante en sus preguntas. Como sorprendida.

- Me enamoré de mi mujer, a cuyo cariño y respeto jamás he faltado. Para mí el matrimonio viene a ser algo así como la lealtad a la Patria...

- Pues yo soy la mujer de un oficial del Ejército, aquí en el Pirineo...

Y al decirme esto, se me acercó mucho, rozándome. Me miraba a los ojos sin pestañear. Me sonreía. Me llenaba de un perfume que sería de d'Orsay o de Coty, pero que me daba escalofríos.

- Yo quisiera de usted unas medias de seda... Las hay muy buenas en Cataluña... Si me las trae mañana, le espero en el túnel, para que me las dé...

Y me cogió de la mano en despedida, apretándola largamente.

Ya se marchaba.

Pegué un grito:

- 'Madame!'

La dama del oficial volvió la cabeza alarmada.

- 'Qu'est-ce qui'il y a?'

- Señora, las medias, que se las compre su marido. Y que él la espere en el túnel, si cabe...

La dama se quedó estupefacta.

- No se asombre, señora. No olvide que en España esta guerra, si ha valido para algo, es para que los maridos compremos las medias solo a nuestras mujeres...

- Palabras y flechas.

Dionisio Ridruejo.- Fue director general de propaganda del bando franquista durante la Guerra Civil. Rompió con el Régimen en 1942 y sufrió el destierro.

Agustín de Foxá.- Ingresó en la Falange en los años 30 y dirigió la revista 'Legiones y Falanges'. "En mis años mozos yo me adhería a la trilogía falangista que hablaba de patria, pan y justicia -dijo-. Ahora, instalado en mi madurez, proclamo otra: café, copa y puro".

Rafael Sánchez Mazas.- Miembro fundador de Falange Española y, de agosto de 1939 a agosto de 1940, ministro sin cartera del segundo gobierno franquista, puesto que abandonó por propia iniciativa. Suya fue la invención de la consigna "¡arriba España!".

Ernesto Giménez Caballero.- Uno de los primeros intelectuales españoles que abrazó abiertamente las ideas fascistas. Participó en la fundación de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS) y en la creación del movimiento falangista.

Víctor de la Serna.- Segundo hijo de la escritora Concha Espina, el periodista Víctor de la Serna dirigió el diario 'Informaciones', de ideología falangista y conservadora. También estuvo al frente del diario 'La tarde'.

Eugenio d'Ors.- Colaboró en la reorganización de las instituciones culturales del bando franquista. Fue jefe nacional de Bellas Artes y recuperó para el régimen los cuadros del Museo del Prado que la II República sacó de España durante la Guerra Civil.

Gonzalo Torrente Ballester.- Su entrada en la Falange le llevó a conocer en Pamplona a Dionisio Ridruejo y a los demás intelectuales falangistas del Grupo de Burgos: Pedro Laín Entralgo, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco... Colaboró con la revista 'Jerarquía'.

Luis Rosales.- Fue en su casa de Granada donde Lorca se refugió. Rosales no pudo evitar su arresto y asesinato. De 1949 a 1950 participó en la "misión poética" previa al restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Iberoamérica y el Régimen de Franco.

Rafael García Serrano.- Repartió su firma entre publicaciones falangistas como 'Haz', 'Arriba', 'Siete fechas' y 'El Alcázar'. Dedicó una de sus novelas, 'Eugenio o la proclamación de la primavera', a José Antonio Primo de Rivera.

Jacinto Miquelarena.- Fue uno de los autores del himno 'Cara al sol' y formó parte del grupo de autores afines a Falange Española. Uno de sus amigos, el periodista Pedro Mourlane Michelena, hizo célebre la conocida frase "¡Qué país, Miquelarena!".

Álvaro Cunqueiro.- Durante la Guerra Civil militó en la Falange. A partir de 1937, escribió en varias publicaciones del bando franquista. Su salida de Falange se produjo en 1943. En 1944 se le retiró el carné de periodista. Era el fin de su colaboración con el Régimen.

(Fernando R. Lafuente, ABC)

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