NOTICIAS                              FORMACIÓN LITERARIA                              ARTÍCULOS                              LEER

La literatura de la primera mitad del siglo XIX. La primera mitad del siglo XIX



Karl Marx y Friedrich Engels en la redacción de la 'Neue Rheinische Zeitung', 1848-1849, retratados por Chapiro
Las consecuencias de la Revolución francesa se dejaron sentir durante el siglo XIX. El que se hubieran podido cambiar las bases sociales y políticas por las que Europa se había regido durante siglos despertó muchas esperanzas en otros lugares. Pero ese hecho puso sobre aviso a los estamentos privilegiados de los demás países, que, atemorizados ante lo sucedido en Francia, adoptaron una actitud defensiva ante cualquier intento de oponerse a su posición dominante. Esta situación marca los avatares políticos de la primera mitad del XIX, en la que se suceden los enfrentamientos entre los partidarios del Antiguo Régimen, que se resiste a desaparecer, y los defensores de un liberalismo que pretende cambiar las viejas estructuras sociales, pero que pronto se ve sobrepasado por los incipientes movimientos obreros.

En Francia, las contradicciones dentro del proceso revolucionario llevaron al poder a Napoleón Bonaparte, quien, fruto de sus conquistas militares, llegó a formar un imperio que se extendió por gran parte de Europa. Su derrota en 1815 supuso la restauración de los monarcas absolutos y la creación de la 'Santa Alianza', organización integrada por Rusia, Austria, Prusia y Francia para defender las monarquías de posibles revoluciones liberales.

Sin embargo, la gran potencia económica de la época era Inglaterra, único lugar donde se había producido una verdadera revolución industrial. Aunque también a Inglaterra llegaron los ecos de la Revolución francesa, las reformas liberales se habían ido implantando paulatinamente y, aun con esporádicas agitaciones violentas, nunca se alcanzaron las tensiones revolucionarias del continente.
En Europa Central, Austria seguía siendo la gran potencia, pero entre los disgregados estados alemanes fue extendiéndose la idea de la unificación, impulsada por los liberales, que encontraba las resistencias de los monarcas absolutos de cada uno de los estados. Esta misma idea de la unificación de diversos estados se daba en la península italiana y también aquí alentada por movimientos de signo liberal. Y es que el surgimiento del nacionalismo es un fenómeno típico del siglo XIX, tanto en dirección unificadora (Alemana, Italia), como disgregadora (tensiones independentistas en diversos estados y naciones de los imperios austriaco y otomano: Bohemia, Hungría, Serbia, Croacia...). Así, Bélgica y Grecia consiguen su independencia en 1830.

Entre tanto, Rusia vivía todavía en condiciones semifeudales, con una rica nobleza, que gustaba del lujo y de viajar por Europa, y multitudes de campesinos que estaban aún en estado de servidumbre. Ello explica que durante este periodo fueran muy frecuentes en Rusia las revueltas agrarias.

Los Estados Unidos, por su parte, prosiguieron su expansión territorial y demográfica. Los nuevos territorios se adquirieron mediante la compra (a Francia, la Luisiana, y a España, la Florida), mediante la guerra con México o a través del asentamiento de colonos en las tierras del oeste, con el consiguiente desplazamiento o exterminio de las tribus indias. Además, las colonias españolas americanas van alcanzando su independencia y se ven en Estados Unidos como su lugar de influencia natural, según expresa la conocida 'doctrina Monroe', explicitada en 1823 por el presidente del mismo nombre ('América para los americanos').

Se cierra la primera mitad del siglo XIX con nuevas e importantes convulsiones en el continente europeo: las revoluciones de 1848. Tienen su epicentro otra vez en Francia, pero se extienden por toda Europa: estados alemanes, Austria, Italia, España... Muy significativa es ahora la participación de las masas obreras en estas revueltas, signo también del cambio en las relaciones sociales que se había producido en los últimos decenios. Es justamente en este clima social y en este año cuando Karl Marx y Friedrich Engels publican el 'Manifiesto comunista'. Pero las reivindicaciones obreras no se atienden en ningún sitio y los participantes son duramente reprimidos. Se produce entonces una honda fractura entre el liberalismo burgués y los movimientos obreos. La burguesía, que va viendo satisfechas sus demandas políticas y escalando los puestos del poder, se torna cada vez más conservadora.

En estos primeros cincuenta años del siglo XIX, se consolidan las relaciones sociales y las ideologías características del mundo contemporáneo. La consecuencia de ello es la aparición de dos clases sociales diferenciadas: los burgueses o propietarios y los proletarios u obreros. Estos solo tienen su fuerza de trabajo y sus hijos (es decir, nuevos trabajadores: de ahí el nombre de 'proletariado'). Como muchos campesinos se han visto obligados a emigrar a las ciudades, la oferta de mano de obra es muy abundante, por lo que los salarios se limitan en esta época a cubrir las necesidades mínimas de subsistencia: en la Inglaterra industrial del XIX no hay límite de edad, sexo ni horario para el trabajo. Esta situación propicia el surgimiento de nuevas ideas que reclaman un reparto más justo de los bienes: es el llamado 'socialismo utópico', que anticipa ya el vigoroso desarrollo del movimiento obrero durante la segunda mitad del siglo.

Junto al socialismo, es el liberalismo la otra gran ideología de los tiempos modernos. Propiciada por la burguesía, defiende la existencia de una serie de libertades: libertad de pensamiento, de expresión, de asociación, de reunión, de comercio. Propugna un sistema político basado en el sufragio universal y en el que la soberanía popular y la capacidad legislativa residan en el parlamento. No obstante, cuando los liberales llegan al poder, estos principios se adaptan a las circunstancias: sufragio censitario (solo pueden votar aquellos que alcanzan un determinado nivel de renta), recortes de las libertades, proteccionismo comercial, etcétera.

Al tiempo, como consecuencia de las conmociones producidas, primero, por la Revolución francesa y, más tarde, por las reivindicaciones liberales y obreras, se desarrolla un pensamiento reaccionario, abietamente antiliberal, que defiende el poder de la Iglesia ('ultramontanismo'), los antiguos privilegios y una moral católica muy conservadora.

(Lengua Castellana y Literatura, 2º Bachillerato, edición de Julio Rodríguez Puértolas, coordinación y revisión de Literatura de Domingo Ynduráin Muñoz, proyecto y redacción de José Antonio Martínez Jiménez, Francisco Muñoz Marquina, Miguel Ángel Sarrión Mora; ed. Akal, Madrid 2012)

No hay comentarios:

Publicar un comentario