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Cuando los turistas mostraban sus sentimientos (Diego Nieto Velasco)

(Sur)
Varios minutos antes del discurso, un becario advirtió cómo Sebastián Niemela, doctor en Turismo, y entre otras cosas reinventor del término, buscaba con pánico un vacío a la altura del pecho. El doctor, pese a sus 126 años, interrumpió tal actividad al saberse observado, recobró la compostura y pidió atropelladamente una Coca-Cola. Sudaba. El becario apareció entre zancadas con un vaso de líquido oscuro, derramando parte de su contenido. Este alarde de torpeza le pasó inadvertido al doctor Niemela, quien tras apurar su vaso con indolencia le reprochó al becario que le hubiese servido Pepsi.

- ¡Si es Coca-Cola! -protestó el becario, señalando en la lejanía un botellín de etiqueta roja, arrepintiéndose de haber levantado la voz casi de inmediato.

El doctor Niemela negó con la cabeza y se encaminó agonizante hacia la puerta que conducía al escenario, donde lo esperaba una mesa corrida repleta de colegas y un atril vacío. El público, en su mayoría estudiantes de Turismo recién graduados y familiares orgullosos, barrió el murmullo general con una ovación que tras la puerta habría de recordarle al aún desconcertado becario un rumor de cañerías.

- Esto no pinta muy bien, Sebastián -se dijo el doctor mientras atrevesaba el escenario, buscando con la mano derecha, esta vez inconscientemente, aquel vacío sobre el pecho. Pero el doctor no quería morir sin pronunciar su discurso y se abrazó al atril, intuyendo suficiente saliva bajo la lengua para un par de frases memorables. Uno de sus colegas procedió a la presentación del acto algo contrariado por la falta de puntualidad.

Fue entonces que cada palabra de su colega se convirtió en un latido. El doctor Niemela se perdió por los rostros de los recién graduados para ver entre ellos la foto de perfil de su mejor amigo en una extinta red social, aquel que le llamó pedante en un chat cuando hablando de libros dijo que le gustaría morir como el protagonista de "A la deriva' y no de viejo. Se deshacía en sudor, respiraba con dificultad. Todavía pudo reconocer comentarios sobre su biografía en la presentación, entre los que se destacaba cómo años atrás el doctor Niemela revolucionó el concepto de turismo, invirtiendo la ecuación y llevando a los turistas aburridos de viajes de placer, a revisitar aspectos olvidados de la vida cotidiana en paquetes individuales: "primer día de trabajo", "amor de instituto (versión 2.0 con beso incluido)", detalle que provocó admiración entre el público, o actividades grupales como "cena familiar con información sorpresa por parte de uno de los miembros", lo que trajo consigo un cambio social de tales dimensiones que a la larga...; pero todo honor le pareció leve y extraño al doctor Niemela. Ni siquiera quiso saberse doctor, sintiendo que los títulos siempre sobraban hacia el final.

- ¿Qué les vas a decir? -se interrogó Sebastián Niemela, echando en falta el escenario, el público, sus colegas, el atril, quedando a solas con un latido blanco cada vez más lento. Recordó cómo pese a haber vivido más de un siglo apenas había llegado a conocer esos pueblos de pescadores que habían cambiado palangres por puestos de comida rápida, ponchos de colores chillones a un precio disparatado, cantantes crepusculares y hoteles baratos de calidad barata.

- ¿Y qué les vas a decir? -se volvió a preguntar Sebastián, sintiendo que los apellidos también le sobraban, recordando en su infancia aquellas hordas de hombres que acunaban una gran cámara de fotos en su regazo como si de un cíclope negro se tratase, captando una vez tras otra la misma postal, avanzando como soldados al anochecer, con la tarjeta de memoria rebosante de recuerdos que serían compartidos lo antes posible. ¿De qué hablar? ¿De cómo en cierto momento todas las imágenes posibles de todo lo conocido estaban allí, en la pantalla, y dejaba de interesar el salir de casa?

- ¿Qué vas a decir, Sebas? -preguntó entonces al auditorio, sonriendo, recordando su revolucionaria propuesta de "turismo extremo", que consistía en conducir grupos de menos de diez personas a fumar un cigarrillo, y más concretamente de cómo las clientas le miraban cuando daba la primera calada sin toser. Él, pionero en reconquistar el territorio de lo antes conocido como cotidiano, presente cuando los turistas mostraban sus sentimientos, condenado a convertirse con su muerte frente al auditorio en otra experiencia turística.

- ¿... No es ya temporada alta? -acertó a decir.

Y cesó de respirar.

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