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El plan (Francisco Cervantes Gil)

(Ideal)
A Justiniano Megías le propinaron un golpe bajo. Lo que escuchaba en el gran mural holográfico mientras se aseaba le inquietó. El portavoz del Gobierno Global instaba a 'visitar' grandes granjas de inducción al suicidio colectivo revistiendo de una serenidad inaudita aquel modo de caer en el fondo del túnel de los sueños. No daba crédito a lo que oía. Disfrazar el lenguaje, cambiando lo que importa al servicio del poder, había sido una prioridad de los gobernantes, de manera que al sustituir el hombre de las cosas intentando cambiar su significado, ocultaban también su sentido. Lo que generaciones atrás entendieron como holocausto, resulta que estaban equivocados. Ahora, merced a llamarlo de mil maneras diferentes, sonaba como un cántico celestial en pos de la última morada; y si a ello se le unía la administración de un secuestro neuronal debidamente planificado, miel sobre hojuelas. Todo era un engaño; cuando esta gente enviaba a la población mensajes de tranquilidad, era cuando de verdad había que salir corriendo. Aquello no era nada más que el inicio de lo que todo el mundo sospechaba: la instauración, por Decreto Ley, de la eliminación vital obligatoria. ¿Habría sido mejor haber seguido los estándares desarrollados por la neurociencia estatal y sus mecanismo empáticos en vez de meterse en aquel mundo de inhibidores y antídotos neuronales? Nunca lo sabría, y ese viejo dilema empezaba a preocuparle, sobremanera, ahora cuando planeaba cómo pasar sus últimos tres años de vida.

El 'Biodecretazo', como ya presagiaba la cibernética imperante, consistiría en adelantar en dos años la edad vitalicia estableciéndola en 92. Si bien la esperanza de vida e había ido ampliando hasta los 120, los gobiernos habían cuidado de ir recortándola progresivamente porque la demografía y el aumento vegetativo de las poblaciones, así como la ausencia de guerras y epidemias, amenazaban con un verdadero cataclismo de no adoptarse medidas contundentes. Así surgió aquel 'Gobierno Global' de sutil lenguaje.

Todo espacio susceptible de se habitado en el planeta se ocupaba, de manera que las ciudades parecían no tener fin. De norte a sur y de este a oeste, se podía viajar, merced a los túneles de vacío y a las vías de levitación magnética, a velocidades próxima a las del sonido. Los que a lo largo del siglo XXI anunciaban la destrucción del planeta a causa del efecto invernadero, fallaron en sus predicciones gracias a la corrección en la producción de los gases FCF y la utilización de los combustibles fósiles. La nueva fuente de energía se obtendría como consecuencia de la colisión de protones en los grandes aceleradores de partículas. La verdadera destrucción de la Tierra vendría, si no se remediaba antes, por la superpoblación, haciéndose realidad las profecías del denostado visionario Thomas Maltus a quien tacharon de loco siglos atrás. El factor humano seguía trastocándolo todo y para dar cabida, además, a un mundo de robots cada vez más complicado para servicio propio, desplazaba a otras especies en busca de un espacio imposible. Aquello de que "Un robot jamás reemplazará a un humano" pasó a ser un anacronismo, y cubrir las grandes distancias siderales continuaba siendo una entelequia metafísica. La anhelada cuarta dimensión seguía instalada en el campo teórico esperando tiempos mejores.

Justiniano disponía, por tanto, de tres años antes de que su ciclo vital se viera interrumpido drásticamente. Su espíritu rebelde le impedía acatar el sistema establecido, eso quedaba bien para los abducidos y él se consideraba uno de los últimos románticos, y un arriesgado plan cruzó su mente. Bien mirado, se dijo, si le obligaban a dejar este mundo antes de lo que había estimado, arrastraría tras sí a más de uno de los que integraban aquella 'fauna salvadora'. Y el plan comenzó a tomar forma.

Había que reestructurar el sistema, cambiarlo. Pensaba en la gran incongruencia que consistía en eliminar seres humanos mientras se potenciaba demagógicamente la producción de cyborgs y replicantes por doquier como el culmen de la felicidad. Ya era hora de que los humanos volvieran a ingeniárselas ellos solos prescindiendo de tanta robótica. Arrasar las grandes cuencas de donde se extraía la materia prima se imponía como medida imprescindible, y destruir los centros de fabricación robótica, elemental. Para ello contaría con los que hasta ahora habían sido amigos y colaboradores, "Nico" entre ellos. Los 'outsiders', acusados de 'trastornos de conducta', moraban en uno de los pocos arrabales que aun existían en el planeta poseyendo el secreto de los inhibidores contra la invasión mental. Coto privado. Debía darse prisa antes de que el Servicio Telepático del Estado Central (STEC) descubriera cualquier atisbo de insurgencia.

Pensaba, mientras contemplaba la magnífica puesta de sol a través del ventanal de su ático, en todo lo bello que le rodeaba y cuanto merecía la pena seguir luchando. No tardaría el manto crepuscular en extenderse engullendo con afán cualquier vestigio de luz que se preciara envolviendo todo de tinieblas e insomnio, campo abonado para el STEC.

Absorto en su quimérico plan, pueril y exento de cualquier experiencia logística, no oyó las llamadas que insistentemente sacudían la estancia hasta sobresaltarle y que a punto estuvieron, cosa que sin duda le habría salvado, de sobrepasar los decibelios establecidos. A través de la cámara de seguridad pudo divisar la desgarbada figura de su gran amigo Nicolás Gálvez. Se preguntó qué querría "Nico" a esas horas y por qué llamaría de esa manera, pero que le venía al pelo. Confiado por quien era, desconectó el halo láser dejando franca la entrada a su amigo. Un sobrecogimiento súbito le embargó porque en vez de que asomara "Nico" lo hicieron dos individuos, de sórdido aspecto que evidenciaban su pertenencia gubernamental, tomando ambos lados de la puerta.

- ¿Justiniano Megías? -inquirió uno de ellos.

- Sí -balbució.

- Acompáñenos.

Con gestos de asombro propios del que no comprende lo que ocurre, giró la vista hacia "Nico" esperando alguna respuesta esperanzadora, y descubrió entonces lo que temía: el rostro inexpresivo y la mirada hueca ya no eran las de su amigo. Ni siquiera se molestó en cerrar la puerta.

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