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Tarántula (Thierry Jonquet). Ève se plantó delante de Richard... [Entrega 4]

Ève se plantó delante de Richard con los brazos en jarras y las piernas separadas. El vello de su pubis quedaba a la altura de la cara del cirujano. Él se encogió de hombros y se levantó para ir a buscar una caja nacarada que estaba en una balda de la estantería. Ève se tumbó sobre la alfombra mientras Richard se sentaba a su lado con las piernas cruzadas. Enseguida abrió la caja y sacó una larga pipa y unas bolitas aceitosas envueltas en papel de plata.
Llenó cuidadosamente la pipa y sostuvo una cerilla encendida bajo la cazoleta antes de tendérsela a Ève. Ésta dio largas caladas y un desagradable olor invadió el cuarto. Tendida de costado, en posición fetal, la joven fumaba mirando fijamente a Richard. Al cabo de un momento, su mirada se enturbió y se volvió vidriosa... Richard ya había empezado a preparar otra pipa.

Una hora más tarde, la dejó sola después de haber atrancado con los tres cerrojos la puerta de acceso a sus aposentos. Ya en su habitación, el médico se desnudó y contempló durante un buen rato su rostro en el espejo. Dirigió una sonrisa a su imagen, a su cabello canoso, a las numerosas y profundas arrugas que surcaban su cara. Tendió hacia delante las manos abiertas, cerró los ojos y esbozó el gesto de rasgar un objeto imaginario. Una vez acostado, se pasó horas rebulléndose entre las sábanas antes de dormirse, ya al amanecer.


2.-

Line, la asistenta, tenía el día libre, y aquel domingo fue Roger quien preparó el desayuno. Estuvo un rato llamando a la puerta del dormitorio de Lafargue antes de obtener una respuesta.

Richard comió con apetito, mordiendo ávidamente los cruasanes recién hechos. Se sentía de buen humor, casi con ganas de bromear. Se puso unos téjanos y una camisa fina, se calzó unos mocasines y salió a dar una vuelta por el jardín.

Los cisnes nadaban de un extremo a otro del estanque. Cuando Lafargue apareció junto a las lilas, las aves se acercaron a la orilla. Él les echó unos trozos de pan y luego se agachó para que comieran de su mano.

Después echó a andar por el jardín; los macizos de florea ponían manchas de vivos colores en la extensión verde del césped recién cortado. Se dirigió a la piscina, que medía unos veinte metros y estaba situada al fondo del jardín. La calle y las villas de alrededor quedaban ocultas a la vista por una tapia que rodeaba toda la propiedad.

Encendió un cigarrillo rubio, dio una calada y se echó areír. Cuando regresó a la casa, en la mesa del office encontró una bandeja que Roger había dejado con el desayuno de Ève. Sujetando la bandeja, Richard pasó al salón y, pulsando con una mano la tecla del interfono, gritó a pleno pulmón:

—¡En pie! ¡A desayunar!

Acto seguido, subió al primer piso.

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