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Tarántula (Thierry Jonquet). El Mercedes, conducido por Roger... [Entrega 3]

El Mercedes, conducido por Roger, salió de la villa de Le Vésinet para dirigirse a Saint-Germain. Richard observaba a Ève, sentada en actitud indolente a su lado. La joven fumaba distraídamente, acercando con regularidad la boquilla de marfil a sus finos labios. Las luces de la ciudad penetraban de forma intermitente en el interior del coche y arrancaban efímeros destellos al ajustado vestido de seda negra.

Ève mantenía la cabeza echada hacia atrás y Richard no podía verle la cara, iluminada tan sólo por el resplandor rojizo del cigarrillo.


No se quedaron mucho rato en la fiesta, organizada por algún especulador que, de este modo, pretendía darse a conocer entre la élite de la zona. Ève y Richard, tomados del brazo, pasearon entre los invitados. En el jardín, una orquesta tocaba una música suave. Junto a las mesas y los bufets diseminados por los senderos, los invitados formaban grupos.

No pudieron esquivar a una o dos sanguijuelas mundanas y tuvieron que beber varias copas de champán para brindar en honor del anfitrión. Lafargue se encontró con algunos colegas, entre ellos un miembro del Colegio de Médicos, quienes lo felicitaron por su último artículo, publicado en La revue du praticien. En el transcurso de la conversación, incluso prometió dar una conferencia sobre la cirugía reparadora del seno durante el congreso de especialistas que se celebraría en el hospital Bichat. Más tarde se maldijo por haberse dejado convencer, cuando habría podido negarse educadamente a esa petición.

Ève permaneció apartada; parecía pensativa. Disfrutaba de las miradas concupiscentes que algunos invitados se arriesgaban a dirigirle y se deleitaba respondiendo a ellas con un mohín de desprecio casi imperceptible.

Se separó un momento de Richard para acercarse a la orquesta y pedir que tocaran The Man I Love. Cuando sonaron los primeros compases, suaves y lánguidos, ella ya estaba de vuelta junto a Lafargue. Una sonrisa burlona afloró a sus labios cuando una expresión de dolor apareció en el rostro del médico. Este la sujetó con delicadeza por la cintura para alejarla un poco de la gente. El saxofonista comenzó a ejecutar un solo quejumbroso y Richard tuvo que refrenarse para no abofetear a su compañera.

Hacia medianoche se despidieron del anfitrión y regresaron a la villa de Le Vésinet. Richard acompañó a Ève a su habitación. Sentado en el sofá, contempló cómo se desnudaba, cosa que ella hizo primero de modo maquinal, luego con languidez, de cara a él, mirándolo con ironía.

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