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Tarántula (Thierry Jonquet). Alex entró en el Café... [Entrega 22]

Alex entró en el Café des Sports y, para impresionar a los presentes, pagó una ronda. Unos viejos jugaban a las cartas y aporreaban la mesa con el puño cada vez que mostraban su juego, mientras dos o tres críos se entretenían con un flipper, Alex estaba orgulloso de su éxito. Estrechó manos y bebió un trago a la salud de todo el mundo.
En la calle se cruzó con la señora Moreau, la madre de Vincent. Había sido una mujer guapa, alta, esbelta, elegante, pero a raíz de la desaparición de su hijo se había hundido de golpe, había envejecido, vestía mal. Encorvada y arrastrando los pies, entró en la cooperativa a hacer la compra.

Todas las semanas, sin excepción, visitaba la gendarmería de Meaux para preguntar cómo avanzaba la investigación del caso de su hijo, pese a que, después de cuatro años, ya no había ninguna esperanza. Ella había publicado anuncios con la foto de Vincent en innumerables periódicos, sin obtener resultado alguno. La policía se lo había dicho: en Francia se producían miles de desapariciones al año y la mayoría de las veces la búsqueda resultaba infructuosa. La moto de Vincent estaba en el garaje; la policía la había devuelto después de haberla examinado. Todas las huellas eran de Vincent. Habían encontrado el vehículo tirado sobre un talud, con la rueda delantera torcida, sin gasolina... En el bosque no habían descubierto ninguna pista...


Alex se había quedado a dormir en el pueblo. Esa noche hubo baile, era sábado. Annie estaba allí, igual de pelirroja que de pequeña y un poco metida en carnes; trabajaba en el pueblo de al lado, en la fábrica de conservas de alubias... Alex había bailado una pieza lenta con ella antes de llevarla al bosque cercano. Habían hecho el amor en su coche, tumbados en los incómodos asientos abatibles.

Al día siguiente, Alex se marchó después de haberse despedido de los viejos dándoles un beso. Una semana más tarde, atracó la sucursal del Crédit Agricole y mató al poli. En el pueblo, todo el mundo debía de haber guardado la primera plana del periódico con la foto de Alex y la del poli y su familia.


Alex retiró el apósito; la cicatriz estaba caliente, los bordes de la herida, rojos. Esparció sobre el muslo los polvos que le había dado su amigo, cambió la gasa y volvió a vendárselo bien fuerte.

Seguía teniendo la verga tiesa, la erección era casi dolorosa. Se masturbó furiosamente pensando en Annie. Nunca había estado con muchas chicas. Tenía que conformarse con las que cobraban. Cuando iba con Vincent, el asunto mejoraba bastante. Vincent sí que sabía ligar. Con frecuencia iban los dos juntos a bailar. Mientras Vincent sacaba a la pista a todas las chicas de los alrededores, Alex se instalaba en el bar y bebía cerveza sin perder de vista a su amigo. Vincent dedicaba a las chicas su encantadora sonrisa. Era la viva imagen de la inocencia. Hacía un gesto cautivador con la cabeza, una especie de invitación, y recorría con las manos la espalda de la joven, desde las caderas hasta los hombros, acariciándolas. Luego la llevaba al bar para presentársela a Alex.

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