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Entrevista a Guillermo Fadanelli, autor de 'Mis mujeres muertas', obra ganadora del Premio Grijalbo de Novela 2012

(Moisés Castillo - Animal Político)
Animal Político entrevista a Guillermo Fadanelli, autor de 'Mis mujeres muertas', obra ganadora del Premio Grijalbo de Novela 2012. Una historia sencilla, donde al autor le interesan más las emociones y los diálogos delirantes de Domingo con su mujer y consigo mismo, que cuestiones descriptivas

Domingo no sabía nada de la muerte ni de la soledad; sin embargo, tuvo que asumir que sería miserable toda su vida. Nunca se dio cuenta en qué momento comenzó a caminar para desaparecer y fundirse en la nada. Las mujeres más importantes de su existencia se las había tragado la tierra: Sara Mancini, su madre, había sido enterrada contra su voluntad; y Sara K, su mujer, murió sin que nadie conociera las razones exactas. Por si fuera poco, sus hermanos mayores Alfredo y Huberto le asignaron una misión vital: colocar una lápida en la tumba de su madre recién fallecida.

“¿Por qué se tiene que trastornar la vida de un hombre bueno, ebrio e indefenso asignándole una misión?”, se preguntaba Domingo. Tardó varios meses en comprar la losa de mármol y que grabaran la frase “Sara Mancini (1934-2007). El fin no es más que el principio”. Y al poco tiempo esa estela encontraría en la cajuela de su auto, un Shadow 94, su hogar permanente. ¿Podrá este hombre holgazán y mantenido ir hasta el panteón Jardines del Recuerdo?

Esta es la trama de Mis mujeres muertas, del escritor Guillermo Fadanelli, ganadora del Premio Grijalbo de Novela 2012. Una historia sencilla hasta su máxima expresión, donde al autor le interesan más las emociones y los diálogos delirantes de Domingo con su mujer y consigo mismo, que cuestiones descriptivas. “Los viejos son así; quieren ahorrarlo todo para dejar algo a los vivos, y que los recuerden”, dice Sara K mientras Domingo, en calzones, la escucha con atención.

En esta autoficción, Guillermo parte de una anécdota personal –la muerte de su madre y su efecto destructivo- para vestir un camuflaje eficaz, una piel distinta pero no desprovista de dolor y sufrimiento. Mis mujeres muertas es una novela de la orfandad masculina y la melancolía. Desolación en dos ojos oscuros. Domingo no sabe a causa de cuál de las dos mujeres llora. “A fin de cuentas todas las mujeres son una misma mujer”.

Domingo no encuentra ningún sentido para vivir, no hay un sitio donde pueda respirar un aire nuevo ni siquiera en el DF, que para él es en sí la desgracia. Mientras decide cuándo cumplirá “la misión”, y espera que cobre fuerzas su cuerpo hinchado en alcohol, vacía más botellas de licor, lee unas cuantas novelas rusas y se dedica a hacer nada.

La lápida sigue polvorienta en su auto noventero. Para un borracho pusilánime como Domingo que el tiempo no avance tan deprisa es algo glorioso. Que no suceda nada en su vida cotidiana es oxígeno puro para él. Pero ahí están sus hermanos jodiendo su realidad. Su vida es menos insufrible gracias a Isolda, una joven vecina del edificio de Salvador Alvarado, el tendero de la esquina –que gasta su dinero en intentar acabar con el polvo- y sus fieles cantinas de la Escandón y San Miguel Chapultepec.

Pero ahí sigue la lápida de su madre: sólida, pesada y fría, aguardando un viaje al norte de la Ciudad de México. Domingo se aferra a un trozo de mármol para vivir unos años más, ¿cuántos? ni siquiera el protagonista lo sabe. La voluntad de no ser: “Me gusta posponer los asuntos urgentes, me da tranquilidad. Es como posponer la muerte”.

Mis mujeres muertas tiene un poder de seducción total como un buen trago esperando ser bebido en el rincón más solitario de una cantina.

- ¿Esta es tu novela más personal?

- Es el relato de un hombre solitario, medroso y ebrio que ha perdido las raíces que lo ataban a la vida: su madre y su mujer. Sus mujeres muertas. Yo siempre establezco relaciones íntimas con mis personajes, sobre todo con el personaje principal. Pero Domingo es un personaje que desearía llegar a ser, no que soy. Creo tener más afinidades como Guillermo con Benito Torrentera, el personaje de la novela Lodo o con Orlando Malacara, el ser extravagante de la novela Malacara. No soy tan sabio como Domingo, no bebo tanto como debiera. Mis temores son mediocres. Creo que Domingo encarna la clase de persona que yo más admiro que es el hombre cortés, sobrio, ebrio y que tiende a la desaparición. Su ebriedad es una de las tantas maneras de la cortesía porque no es un ebrio que grita y cause escándalo, sino un ebrio que desaparece, discreto, tímido y por lo tanto apreciable. No es un ebrio santo, es un ebrio vulgar, un vulgar borracho.

- Tienes una obra consistente, ¿cuáles fueron los retos literarios-estéticos para escribir Mis mujeres muertas?

- La sencillez y la brevedad que para mí son valores muy apreciables, son virtudes de estilo en la literatura. Pero no es fácil, hay que trabajar mucho para poder narrar una historia de manera sencilla, emotiva e interesante. Hay que saber detenerse. Creo que la pericia, el olfato de un buen escritor es saber cuándo se está caminando de más, cuándo estás dando vueltas alrededor de la nada. Y hay que saber poner un punto final y sobre todo no escribir todo lo que pasa por tu mente. La imaginación puede ser vasta, abundante, abrumadora, pero es el estilo y el talento quienes limitan la imaginación y la guían para hacerla transmisible. Ese fue el horizonte que tendí a la hora de comenzar a escribir Mis mujeres muertas. Sencillez, economía de medios, brevedad. Y un sentido del humor, un sentido del humor trágico.

- En la novela haces referencias a escritores y personajes rusos, ¿es una especie de homenaje a la literatura de ese país?

- Más que a la literatura rusa, al temperamento ruso, a lo que considero o me engaño pensando que es el temperamento ruso: una inclinación a la santidad y a la desgracia, una vocación por las lágrimas y por la ebriedad, un sentimentalismo a flor de piel. Una apreciación casi divina de la amistad. De dónde proviene mi idea de lo ruso, pues de las novelas que he leído. Nunca estuve en la URSS y nunca he estado en ninguno de los países que se formaron después de la desintegración, pero he leído novelas y las novelas son también territorios simbólicos e imaginativos, son reflejo de las tierras donde se escribieron. Esa es una de las características de la novela rusa, el amor a la tierra. El temperamento campesino, la simplicidad de las emociones a la hora de expresarlas. Y por eso hay párrafos de Pushkin, de Gógol, de Chéjov de Andréyev, de Dostoievski, Tolstoi. Hay algunos párrafos que añado sin citar en la novela para que se sumen al temperamento melancólico del personaje. Y el lector no se da cuenta más que en casos muy claros como en la cita de Crimen y castigo. Pero en su mayoría hay citas que nadie se imagina que provienen de escritores rusos.

- ¿La lápida que tiene que llevar Domingo a la tumba de su madre funciona como un ancla que lo detiene en un pasado doloroso?

- Es un atrasar la cita con la muerte. Es la parábola de un hombre incompleto, pero también es símbolo de la holgazanería y de la displicencia. Cumplir con una responsabilidad a Domingo le parece una carga insoportable para vivir. Por eso prefiere vivir de manera modesta y se conforma con tan poco, es un hombre mantenido por su madre y por su mujer. No tiene ambiciones materiales, no desea ser un hombre exitoso, un hombre triunfador, y anhela convertirse en un cero a la izquierda. Es un hombre observador y que intenta mantenerse quieto y en paz para no llamar la atención. La historia de la lápida es una historia biográfica porque yo tardé tres años en llevar la lápida a la tumba de mi madre. El cementerio donde se encuentra ella, mi padre y mi abuela está en Jardines del Recuerdo, que es muy lejos para mí. Entonces siempre posponía esa acción, me proponía cada fin de semana llevar la lápida y no lo hacía. Después me fui a Berlín un año y la lápida se quedó almacenada en la cajuela del auto. Al regresar Yolanda decidió que era una grosería insoportable, un acto terrible de mi parte el hecho de no culminar el funeral y mantener la lápida alejada de la tumba. Ella misma fue y la colocó. Esa fue la anécdota original.

- En otras autoficciones como Canción de tumba, el camino doloroso hacia la pérdida de la figura materna es el tema central, ¿Domingo sufre otro tipo de dolor ante la ausencia de Sara Mancini y Sara K?

- Leí Canción de tumba e incluso soy mencionado en la novela. Es la obra de Julián que yo más aprecio; sobre todo por su vitalidad y su imaginación lúdica, pero las novelas tienen ritmos diferentes. La madre es importante en Canción de tumba pero en Mis mujeres muertas es la soledad y la melancolía, la sensación de orfandad. La orfandad no es cuando mueren tus amigos o tu padre, sino cuando mueren las mujeres que te rodean. Porque las mujeres son lo único tangible que existe, es la raíz con la tierra. Es el mundo, el vientre y ellas encarnan la vida. Cuando se van en verdad te quedas solo. Mi madre me enseñó a escribir y a leer a los cinco años, antes de ingresar a la escuela. Ahora las “larvas” entran a la escuela a los dos años. Pero en ese entonces uno entraba a la escuela hasta los seis años, y mi madre fue la encargada de enseñarme a leer y a escribir. La madre que te da la vida, las letras, la comida y te protege de la autoridad paterna, es todo pavra ti.

- Pero también nos confirma que los peores enemigos están en tu propia familia, los hermanos mayores de Domingo, el mejor ejemplo…

- Son tres aspectos de la relación de Domingo con el mundo: en su familia hay un médico y un abogado, que son los oficios más nobles y despiadados que existen sobre la tierra. El dios y el diablo. Para Domingo su familia es repulsiva. “El infierno son los otros”, decía Sartre y Nietzsche recomendó “no amar a nadie, las personas son cárceles”. Es mejor quedarse solo y desembarazarte de la familia y de todo lo que te estorba. Domingo encuentra en sus conversaciones con Isolda, a su madre y a su mujer. Las mujeres para él no tienen edad. Y puede conversar con ella como si conversara con su madre o con Sara K.

- Precisamente en una escena Domingo se avergüenza de la plática que tiene con su joven vecina: “Hablar de alcohol con una niña de trece o catorce años de edad, ¡soy un patán!”…

- Claro. El escritor Leonardo Da Jandra me decía siempre que me desembarazara de mi familia porque la familia siempre es un lastre, un ancla para todo y que más libres somos mientras menos familiares tengamos. En esta sociedad más vale estar solo. Desembarázate de tus cargas familiares y equivócate por tus propios medios y por tu propia voluntad. Haz que tus amigos sean tu familia. Desembarazarse de la familia me parece uno de los primeros pasos de libertad que tendría que dar cualquier persona sensata.

- Frank –padre de Sara K- le confiesa a Domingo: “Yo he vivido toda mi vida entre mujeres, pero creo que tú las comprendes mejor… Yo, para serte sincero, habría ahorcado a mi mujer hace diez años pero soy un mediocre y no puedo hacer nada para cambiar la situación”. ¿Los hombres de esta novela le temen a la soledad?

- Practicar los ejercicios de libertad desde la juventud es necesario. No estar donde no quieras estar. No ceder si eso va en detrimento de tu sensibilidad y de tu imaginación. Proteger la libertad individual por sobre todas las cosas siempre y cuando no dañes a los otros. Me parece que son normas necesarias de un pragmatismo para vivir. Sin embargo, las pasiones, el deseo, los vicios no te piden permiso y no respetan el guión que tú tienes para ellos. Incluso el matrimonio con los enemigos a veces es indispensable. Si tu vives muchos años con una mujer, has soportado majaderías de tus amigos o has tenido que ser tolerante con algunas tiranías se debe a veces a que nosotros no tomamos decisiones sobre nuestra vida, se nos imponen las pasiones. ¿Hasta dónde llega nuestra posibilidad de elegir y construir un camino? A veces pienso que vivimos del futuro hacia el pasado y que no podemos ser otra cosa que lo que somos. Y entonces recuerdo a Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación: “la resignación es el único camino que le queda al hombre después de vivir y de pensar”.

Mis mujeres muertas en frases:

- ¿A qué más puede temérsele cuando se vive con tanta pobreza y tan buena y nutritiva amargura?

- Sara se muere y eso nos obliga a ser peores personas.

- ¿Y cómo es que soportan vivir las personas sin estar borrachas?

- Tú me habrías conocido de todas maneras; mi suerte no es tan buena.

- Las mujeres odian el alcohol y traen ese odio en la sangre; ellas parieron con sangre y el alcohol les parece antinatural.

- Yo creo que los tacaños tienen envenenada el alma. Son algo repugnantes.

- El borracho digno bebe para desaparecer e internarse en esa niebla que es el aire de los muertos y nunca debe referirse a sí mismo como un “borracho”, pues eso delataría su falsedad o su gazmoñería.

- Quiero pedirte perdón por no ser tan bella como debiera. Parezco un obrero, una lesbiana de barrio.

- Se trabaja para después beber, ¿no es cierto?

- Los odiosos se obstinan en ser eternos, ¿qué le vamos hacer?

Domingo se la pasaba divagando. “¿Cuántas veces te vi desnuda siendo un niño? Muchas; eras bella”, se preguntaba y se respondía aquel hombre borracho mientras los tragos animaban la charla con Sara Mancini, su madre fallecida. Vivía en un departamento de la colonia Escandón y contaba con un centenar de libros. Leer a Kafka, a Fernando Pessoa o a escritores rusos le permitía calmar por momentos su terrible ansiedad. Y no era para menos. Poco después Sara K, su mujer, murió inexplicablemente y también conversaba con él: “Los viejos son así; quieren ahorrarlo todo para dejar algo a los vivos, y que los recuerden”.

Si bien la orfandad masculina y la melancolía son aspectos centrales en Mis mujeres muertas, de Guillermo Fadanelli (Premio Grijalbo de Novela 2012) el factor alcohol es fundamental para que Domingo, protagonista de esta historia, pueda sobrevivir a sus horas mediocres. Las mujeres que le dieron vida se fueron y ya no quedó nada. Tristeza de ser. Pero tiene que cumplir con la misión de llevar la lápida a la tumba de su madre a Jardines del Recuerdo, una piedra que se encuentra abandonada en su viejo Shadow 94. “Puta costumbre la de enterrar a los muertos”, se decía mientras bebía un buen ron.

Sus hermanos mayores criticaban su afición a beber. Huberto, el médico, no podía creer que de la noche a la mañana se volviera un alcohólico, “¿qué ha sucedido contigo?”. Con cierto enfado Domingo respondió “Yo que sé… No entremos en detalles; además el alcohol no hace a la gente borracha; nada tiene que ver una cosa con otra, ¿has pensado en eso?”.

Pero no sólo Huberto y Alfredo se enfurecían de que Domingo acudiera a esas cantinas de mala muerte, también Sara K le reprochaba que desperdiciara su dinero en un lugar fumigado por olores repugnantes: “te cobran diez veces más que si consumieras lo mismo en casa… beber rodeado de esta gente mata el espíritu, te vuelve un ser común y corriente, como si fueras el extra de una película”.

A Domingo no le interesaban esas opiniones porque sabía de antemano que las mujeres odian el alcohol. En esta novela que destila toda clase de bebidas etílicas también hay momentos divertidos: el encargado de la tienda de la esquina le advierte que no vende cervezas, pero algunas se encuentran en la parte baja del refrigerador. “Sé que los alemanes toman cerveza tibia… Pero, ¿en el trópico? ¿Por qué no enciende su refrigerador?”. “Los recibos de la luz están imposibles, señor”.

En una cantina de la San Miguel Chapultepec un anciano de barba abundante se sentó en su mesa. Charlaron y supo que el viejo era un astrónomo. Luego de varios tequilas Domingo se levantó al baño y cuando regresó ya había pagado la cuenta. “Señor, buenas noticias, puede usted comenzar desde cero porque su tío puso sus deudas en blanco”, informó la mesera. “No es mi tío, pero a partir de este momento lo considero el único miembro respetable de mi familia”, sentenció.

- Sara K regaña constantemente a Domingo por borracho, ¿las mujeres no entienden la relación de los hombres con el alcohol?

- No, jamás. Sobre todo cuando son mujeres-madres porque cuando son mujeres-cómplices suelen ser más tolerantes. La ebriedad es un privilegio masculino porque los hombres –en un sentido literario- somos cobardes por naturaleza, incluso el conquistador. La ebriedad abre puertas, te vuelve un ser más amable, amistoso, la risa viene sin invocarla demasiado, el miedo cede, la lucha se detiene. Creo que el hombre cobarde por naturaleza encuentra en la bebida una especie de retiro, de exilio de sí mismo, de descanso del ser y es un medio para fortalecer la amistad. Pero eso a las mujeres no les interesa, se preocupan por tu salud física, no por tu salud mental. Quieren cuidarte como si fueras un cachorro y guiarte por el camino del bienestar físico. Siempre a sus ojos seremos niños. Podemos ser niños perversos, malvados, inteligentes o maniacos pero siempre seremos niños. Eso, me parece, es la diferencia fundamental entre los hombres y las mujeres. Mientras que a nuestros ojos siempre serán un misterio, el misterio del vivir, del nacer, del estar. Nosotros somos niños.

- Luego de beber unos tragos en pleno panteón con Juan José, el encargado de mantener las tumbas en buen estado, Domingo lanza: “¿por qué tenemos que justificarnos con los idiotas?”. ¿En eso se nos va la vida?

- Por supuesto. Por eso Domingo aspiraba al exilio y al silencio. En la novela hay un rasgo singular que me gustaría comentar: los amigos más ebrios que yo he tenido cuando son mayores, cuando se vuelven viejos son muy dados a llorar y a conmoverse. Se conmueven por todo. Se conmueven porque alguien les sonríe, porque alguien les sirve un plato de sopa, la amabilidad incluso les conmueve y es el caso de Domingo. Él es un viejo prematuro pero su amistad con el cuidador del cementerio es una amistad real, es emotiva, ambos se comprenden, ambos dan paseos alrededor de la muerte, de la tumba. Uno de manera simbólica y otro de manera real. Y es también una alusión a Juan José Gurrola, el director de teatro que yo admiré tanto y que murió cuando yo estaba viviendo en Berlín. Lo que recibí de parte de su hija y de su esposa fue un abrigo estilo inglés que él apreciaba mucho y que usaba allá por los años sesenta y setenta. Me lo enviaron con una nota que decía: “Juan José hubiera querido que tú te quedaras con este abrigo”. Entonces, es una relación con ese Juan José que recibe a Domingo ya en caída y a punto de la desaparición. Es una la alusión a Gurrola, que nadie la puede identificar porque no hay señales, eso te lo digo yo.

- A la madre de Domingo la enterraron contra su voluntad, ¿cómo te gustaría que fuera tu funeral?

- Mi madre pidió, en los años que precedieron su muerte, durante las conversaciones que teníamos los domingos su deseo de ser cremada y que sus cenizas fueran lanzadas al mar de Veracruz, porque ella nació en Veracruz, de ascendencia italiana pero ella nació en Veracruz. Pero cuando murió yo estaba tan destruido, tan agobiado que ni siquiera reparé en esa voluntad que ella bosquejó a lo largo de mis conversaciones y, contra su voluntad –llamémosle así-, mis hermanos decidieron enterrarla y no pude oponerme. En esos momentos no tienes voluntad. He pensado mucho al respecto y me siento arrepentido de no haber tenido la fortaleza necesaria para imponer a mis hermanos el deseo de mi madre de convertirse en cenizas. ¿Qué pienso yo? Pienso en los demás. Lo que yo desearía es no molestar a nadie, ¿qué voy hacer para que incluso mi cadáver no sea un estorbo? Me causa desazón pensar que aún siendo un bulto sin vida causaré problemas a las personas que quiero. Me es indistinto lo que se haga con mi cuerpo después de muerto, para mí la vida termina con la muerte. No hay más allá. Soy agnóstico en ese sentido, no tenemos la posibilidad de comprender o de adivinar un mundo más allá de esta vida.

- A lo largo de la historia existen referencias a Maradona, a la Copa Libertadores, ¿cuál es tu relación con el fútbol?

- Mi padre jugaba fútbol, nos llevaba todos los domingos a los campos de Tetepilco. Él era centro delantero de la Alianza de Tranviarios de México y de niños jugamos fútbol. Después en la adolescencia cuando se cometen tantas tonterías decidí dedicarme a jugar basquetbol, pero en realidad mi pasión siempre fue el fútbol. Me gusta ver la liga italiana, vomito al Barcelona, admiro a Andrea Pirlo, a Di Natale, a Totti, a Del Piero. Ahora, los viejos dominan Italia. Tengo 40 años viendo fútbol, entonces ya sé cuando alguien es peligroso o no, nada más por su manera de caminar y pararse en la cancha estamos ante un jugador peligroso o letal. Veo a Pirlo pasearse como un rey ahora en la Juve y sé que ese es un verdadero jugador. Mi padre le iba al América y nos reuníamos los domingos para ver los juegos de las Águilas que jugaban a las 12 del día en el Estadio Azteca. Y sus hijos por llevarle la contra pues le íbamos al Cruz Azul, que jugaba los sábados también en el Azteca.

- ¿Y sigues siendo “cementero”?

- No, sentimentalmente sí. No me importa si últimamente no ha ganado nada. Hace más de 20 años que mi equipo favorito son los Pumas, renuncié al equipo cuando se nombró a Mario Carrillo como DT, porque Televisa entró a la UNAM. Los Pumas son un equipo de una institución académica supuestamente inteligente, progresista y de pronto se liga a un monopolio televisivo que promueve el entretenimiento barato y la decrepitud de la sensibilidad. Además entra García Aspe, imponen a Joaquín del Olmo, después a Carrillo y yo lanzo un tuit: “Abandono a los Pumas porque ese no es el equipo digno para una institución como la UNAM”.

- ¿Asistes al estadio o prefieres ver los partidos en casa?

- Ya no voy al estadio, me parece una barbarie absoluta pero sí fui cuando era niño con mis banderines. Vi jugar y meter goles a Octavio Muciño, a Horacio López Salgado, vi desbordar a Fernando Bustos por el extremo derecho, vi al Gato Marín volar, a Nacho Flores, a Alberto Quintano y Kalimán Guzmán. Y te podría hablar mil cosas del Cruz Azul. Cuando entré a la UNAM, a los 20 años, jugué seis años en la selección de basquetbol antes de volverme un indeseable. Digamos que me puse la camiseta.

- Este fin de año todo mundo hizo sus listas de los mejores libros del año, y en el suplemento “El Ángel”, de Reforma, Sergio González Rodríguez colocó a Mis mujeres muertas en la categoría “escritores que insisten en autoparodiarse hasta convertirse en ruido”. ¿Qué opinas?

- Estas listas que se hacen hoy en día sobre los 10 mejores de “tal o cual” nos dicen que los hombres continuamos siendo estúpidos. A Sergio, que es mi amigo, le gusta ser lapidario, es belicoso, de hecho le decíamos “Serbio González Rodríguez”. Su lista es un detrimento al pensamiento mismo y a la crítica literaria porque la crítica literaria tiene que ser razonada, tiene que ser profunda, compleja y no se agota en una sentencia, que además parece ser la pontificación de Zeus. Es normal porque es un ser pequeñito y además muy débil. Es una especie de Dios presuntuoso. Mi querido Sergio ha descuidado la crítica y el pensar por entrometerse en batallas que están de antemano perdidas. A mí me gustan mucho sus ensayos, sus artículos sobre los bajos fondos y además él siempre ha sido un crítico y un gran lector. Apoyó a Moho mucho tiempo y presentó varios de mis libros. No puede ver que Mis mujeres muertas, es quizás el libro donde está todo mi oficio y todo lo que soy. Entonces no es posible que haya aplaudido novelas menores y a esta le ponga un epitafio de una manera tan barata. Esto se debe a su temperamento. Esas listas que hace me parecen vanidosas, muy retorcidas, esas sí añaden ruido. Las listas son el ruido por antonomasia. Sergio ha enloquecido.

- Para él La escuela del aburrimiento fue el peor libro del 2012, ¿estás de acuerdo?

- ¡Jaja, ese Sergio! El libro de Luigi Amara es un libro de reflexión y bien escrito porque él es poeta. Los escritores a veces no sabemos quiénes son nuestros verdaderos enemigos. Nuestros enemigos son los políticos corruptos, los empresarios voraces, los criminales, los acumuladores de bienes, los monopolios, los bancos y los secuestradores. Esos son los enemigos, no otros escritores y menos en un país donde casi nadie lee. Que los escritores y los intelectuales no sepan reconocer quiénes son sus enemigos, a mí me parece terrible. La crítica es importante, es el motor de toda creación mundana, pero el resentimiento, la ofensa, el escarnio, la humillación de escritores por parte de otros escritores me parece tan secundaria, de una bajeza humana. Un escritor que haya escrito una mala obra eso no lo convierte en tu enemigo, simplemente lo convierte en un mal escritor. Hay que ser respetuosos, no hay que ser frívolos. Esta frivolidad me parece una canallada. Luigi es un escritor, un ensayista, un pensador, es alguien que además tiene una editorial. Todo su talento y el de su mujer están allí, pone todo su tiempo y recibir ofensas de esta naturaleza, ¿qué clase de personas somos? Ese tipo de listas me parecen terribles. Y ojalá Sergio me ponga en su próxima lista en la novela más mala del año.

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