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'El anarquista que se llamaba como yo' (Pablo Martín Sánchez). "Las estrategias de insurrección son igual desde hace un siglo"

(Matías Néspolo - El Mundo)
El novel Pablo Martín Sánchez revela algunas de las claves del sorprendente éxito de la novela ‘El anarquista que se llamaba como yo’

Del egosurfing como síntoma posmoderno ya se ocupó con pericia Llucia Ramis en su anterior novela, pero puede que nadie haya sacado mayor provecho del simple acto de teclear su propio nombre en Google como Pablo Martín Sánchez (Reus, 1977). La historia, a estas alturas, es conocida: una referencia de pasada en una incompleta enciclopedia francesa señalaba a un Pablo Martín Sánchez condenado en 1924 al garrote vil (aunque se suicidó antes de la ejecución), junto a dos compañeros, por la frustrada incursión revolucionaria de Vera de Bidasoa para derrocar a Primo de Rivera.

Más de tres años de investigación, entre hemerotecas, archivos y documentación in situ sobre su homónimo histórico dieron como resultado El anarquista que se llamaba como yo (Acantilado), obra publicada a finales de 2012 con la que el novel autor encandiló a la crítica y a lectores. El Cultural la señaló como mejor opera prima del año y la editorial ya se dispone a hacer la primera reedición, prácticamente agotada la primera tirada de 4.000 ejemplares.

Lo cierto es que esa voluminosa novela histórica, que también tiene mucho de novela de aventuras tras los pasos del tocayo cajista de imprenta en la Argentina o el París de entreguerras, ofrece un gran fresco de época entre el nacimiento del cine y la Semana Trágica de Barcelona por el que transitan personajes clave como Durruti o Blasco Ibáñez, pero no es una lectura inocente.

Empezando por la delgada línea que separa la ficción de la realidad histórica. «La vida íntima o privada del personaje es una reconstrucción ficcional, pero en los hechos históricos me he ceñido a la documentación», comenta el autor mientras se ríe por lo bajo conmalicia, porque lectores y críticos ya han tomado por verídicas algunas de sus invenciones y viceversa. Sin embargo, se niega a aclarar malentendidos. «Trazar esa línea le corresponde a cada lector. Entiendo la literatura como juego; me divierte embaucar al lector, aunque le ofrezco suficientes pistas para que se dé cuenta», explica.

Con ese mismo juego se escabulle a la pregunta sobre Teresa, la sobrina nonagenaria del anarquista que logró localizar antes de su muerte y cuyos recuerdos le sirvieron para trazar el periplo no documentado del personaje. «Después de Borges hay que desconfiar de todo», advierte el joven autor que no en vano debutó en la narrativa con un volumen de relatos titulado FrICCIONES (2012).

Y ese mismo espíritu lúdico aconseja/desaconseja acercarse a la novela con ojos ingenuos, a pesar de su formato sólo en apariencia tradicional. Porque el licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada la redactó mientras escribía su tesis sobre el grupo Oulipo. «Las 12 reglas o restricciones formales autoimpuestas de George Perce en La vida: instrucciones de uso me sirvieron de estímulo y diversión», confiesa. Compuesta de tres partes, a su vez integradas por nueva capítulos en arábigos y ocho en romanos intercalados, sus reglas de composición incluían «una cita camuflada en cada capítulo, que los numerados en arábigos acabaran con un alejandrino, que la primera frase de los capítulos en romanos tuvieran lamisma cantidad de palabras que la numeración correspondiente», revela, y así hasta una docena de restricciones.

«Pero los presupuestos oulipianos son un trampolín para ir más allá», matiza. Y donde vamás allá Martín Sánchez es en el desarrollo histórico y en el tratamiento del movimiento anarquista, desde cierta empatía ideológica, pero sin caer jamás en la moralina. Confiesa haber sufrido el síndrome de Estocolmo con su homónimo, «pero he procurado mantener la distancia para no caer en el maniqueísmo», aclara. La prueba: «Pongo a caldo tanto a los revolucionarios de acción como a los de salón, dos perfiles que se necesitaron y complementaron mutuamente y compartieron mítines y cafés», dice.

Ascaso y Durruti los pinta en París despidiendo a sus hombres demasiado conscientes de que los envían a una escabechina porque «una revolución se puede hacer sin héroes, pero no sin mártires», dice el segundo. Y al instigador Blasco Ibáñez, desde su casa del mediodía francés, desentendiéndose «de los locos de Vera de Bidasoa». Sin embargo, su arenga en París, que es un extracto de Una nación secuestrada, parece hoy más vigente que nunca, al calor del fallido atentado de la catedral de la Almudena de hace unos días, reivindicado por el Comando Insurreccionalista Mateo Morral. «No pensaba en la actualidad», se excusa, «pero las estrategias insurrecionalistas y policiales siguen siendo las mismas desde hace un siglo», concede.

«Yo puedo estar más o menos de acuerdo con el ideario anarquista, pero la ideología llevada al extremo necesita víctimas y eso no lo comparto », aclara el autor. «Un ideario que al menos en el espíritu de que otra manera de hacer las cosas es posible sigue vigente en los movimientos sociales y el 15-M», concluye.

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