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Fallece Rubén Bonifaz, alto poeta latinista

(Luis Antonio de Villena - El Mundo)
Rubén Bonifaz Nuño nació el 12 de noviembre de 1923 en Córdoba (México) y murió el 31 de enero de 2013 en México D.F

Hombre grandón, de abundante pelo blanco y ojos algo saltones, cansados, como avezados largamente al estudio y a la noche, el mexicano Rubén Bonifaz Nuño, nació en Córdoba –estado de Veracruz– en noviembre de 1923. Decano prácticamente de las letras mexicanas en este momento, Bonifaz Nuño murió el pasado jueves en la Ciudad de México con 89 años largos. Para muchos era un muy notable poeta (su primer libro, La muerte del ángel es de 1945) y para otros fue sobre todo un extraordinario filólogo, en cierto modo un sucesor del gran Alfonso Reyes, que creó una escuela y tradición del estudio de las lenguas clásicas en México, dedicándose a traducir y estudiar a los autores grecolatinos, en una magnífica colección bilingüe que no sé si continúa, la Bibliotheca Scriptorum Greacorum et Romanorum Mexicana.

Yo pasé un par de tardes con él en México, precisamente hablando de los métodos de traducción del griego y del latín, que a Bonifaz Nuño (como aquí a Agustín García Calvo) le gustaban con cierta cercanía rítmica a los viejos hexámetros y pentámetros, sin olvidar la cualidad estilística del hipérbaton. El caso es que sus estudios intensos de latín y de griego antiguo empezaron en 1960, pues antes Bonifaz Nuño se había licenciado en Derecho por la UNAM, aunque nunca ejerció esa carrera.

Aunque tradujo con primor (y acaso, a veces, con algo de barroquismo) a autores como Ovidio, Lucrecio, Píndaro, Propercio, Catulo, Virgilio o Julio César, es curioso que su primera traducción publicada importante fuera La Eneida de Virgilio en verso –en 1973– y la última, hasta donde sé, La Ilíada de Homero –en verso asímismo– en 2008. Ya en 1974 recibió el Premio Nacional de Literatura y Lingüística de su país, y estaba en la Academia Mexicana de la Lengua, como miembro, desde 1962.

Es obvio que su no escasa producción poética, deja sentir sus trabajos como traductor y latinista, sin opacar una obra meritoria, amplia en registros y temas. Entre sus libros líricos puedo destacar Los demonios y los días (1956), El ala del tigre (1969), Albur de amor (1987), Del templo de su cuerpo (1997) y acaso el último, Calacas de 2003 (calacas son cráneos en el habla popular mexicana, empleada en ritos mortuorios). En España, la obra filológica de Rubén Bonifaz Nuño era bien conocida entre los expertos, sin embargo su estricta labor poética tardó más en llegar, consagrándose esa llegada con la antología de su obra que hizo para Visor, en 2008, Sandro Cohen, con el título Luz que regresa. Antología. Abundan los poemas de amor y versos tan logrados como estos: Hasta en mi contra estoy de parte tuya. O ¿Por qué, si no me quieres, me has querido?.

El clasicismo –sonetos y alguna otra estrofa tradicional– importa en su obra de enamorado de la literatura española del Siglo de Oro, pero va más allá. Igual puede decirse respecto de los clásicos grecolatinos, su fértil especialidad. En ese camino publicó, entre otros, dos bellos ensayos, El amor y la cólera en Cayo Valerio Catulo (1977) y Los reinos de Cintia. Sobre Propercio de 1978. Con Rubén Bonífaz Nuño se ha ido un gran poeta y un sabio en esas tan necesarias humanidades. Pena que en España lo hayamos conocido algo tarde.

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