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'El manuscrito carmesí' (Antonio Gala) - Entrega 6

La luna, erguida y sola, atenúa su poderío. Todo el cielo bajo es ya verde y se aleja; sólo el alto es azul. Hacia el Norte, una mínima nube tenebrosa, una equivocación, una mancha de tinta sobre este paisaje pintado por un niño. Aún queda un gallo, sólo uno, y un millar de pájaros resucitados y enloquecidos. Las colinas del fondo se distinguen unas de otras, se separan, se acercan o se alejan según su oficio diario. El caserío del Este se concreta; el del Oeste, trepa definido y exacto, azoteas sobre azoteas, aún no quietas como habrán de fingirse durante el dominio de la luz, sino temblorosas, ateridas acaso, o desentumeciéndose. La luz creciente, apoyada sobre la ladera o sobre los más elevados edificios, hace crecer las casas ruines, y vacilar y entrechocarse...

Y, como cada amanecer, un infinito bando de zorzales brotado del olivar negrea de repente en el cielo: una red espesa que se abate para alcanzar en silencio y por sorpresa a la ciudad. Serpea, seguro y borbotante; traza formas distintas en lo azul; se abandera, se expande, se concentra en el gozo del alba; se abre y se cierra como una palmera aventada. Oigo el rumor difuso de su vuelo. Y en un instante, lo mismo que llegó, s aleja de nuevo al olivar. vienen a mi memoria aquellos versos:

'Cuando más necesita su venida,
se van del olivar los estorninos...'

El cielo queda más puro, más destelleante. El verde se diluye en el predominio de un azul casi blanco. Los ocres, los grises, los pardos del a medina recuperan su peso. Unos cueros -las aves de la misericordia, según el desterrado Almutamid, tan despojado de ella como yo- cruzan muy cerca de mi frente. Al percibirme, frenan, o me parece así, su prisa... Ya identifico mezquitas, madrazas, mausoleos. Han roto a zurear las palomas, y oigo, sin verlas, los arrullos de las tórtolas. Se aleja la luna por su propio agujero de luz. Un par de cigüeñas atraviesa muy bajo sobre las terrazas. Han brotado de la noche las rosas del jardín entre los mirtos. El calor de la vida se derrama despacio sobre el mundo, aunque no sobre mi corazón. Y también el escalofrío de la vida, que es lo que en mí siento esta mañana... Llora un niño sin consuelo posible. Aún no ha salido el sol, y es todo luz; no hay sombras todavía, y todo yace bajo una leve sombra. Cuando el sol, frente a mí, irrumpa violente, todo caerá en la sombra otra vez: en la sombra del sol -de eso el que mandó sabe-, en el humo y la niebla. Salvo los airones de las palmeras, que se levanten y lo reten, y los agudos alminares; salvo lo que mantenga la soberbia de aspirar y elevarse: de eso el que estuvo por encima sabe... Hasta que suba el sol y se entronice y reine, la vida será bella... Entretanto, me temo que ha llegado mi hora: de ahí que me demore sobre estos papeles carmesíes que me traen al recuerdo tantas cosas.

En los últimos meses los asuntos del califa de Fez, Hamet al Benimarín, no han ido bien. Se han estado tramando intrigas y partidos. Yo revivo los días postreros de Granada. Hoy estoy convocado por él a su palacio. Creo que pronto va a tener que salir al campo a defenderse; el olfato de la traición es lo único que los desterrados no perdemos. Y yo sé lo que defenderse -no atacar- significa. Adonde vaya -y también sé dónde va- yo lo acompañaré. Los mariníes una familia que es un poco la nuestra, son ambiciosos, y presionan los acontecimientos; nunca usaron de la paciencia. La tribu de los jarifes le disputa al califa su trono; yo, a estas alturas, no cambiaré de rey. He perdido a mis súbditos, y acaso también os he perdido a vosotros: es bastante perder.

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