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Mircea Cartarescu: "La censura es como un cataclismo, prefieres sobrevivir antes que morir"

(J. Ors - La Razón)
Mircea Cartarescu abrió los ojos y los fijó en los libros, en esa biblioteca de autores indispensables que había atesorado su padre. «Eran treinta volúmenes y eran tan preciosos como muñecos. Aún recuerdo cada uno de ellos. No sólo el texto, también la textura, el olor», asegura este eterno candidato al Premio Nobel de Literatura. El autor de «Lulu», «El ruletista» y «Nostalgia» (Impedimenta), la última obra que se ha traducido al español, estudió durante la única década liberal de su país, Rumanía, que fue la de los setenta, cuando las editoriales traducían clásicos sin preocuparse por las tijeras de la censura. «No había nada de calidad de vida y todo el mundo leía mucho. Incluso la gente sencilla. Lloraban con "Don Quijote" y "Ana Karenina". Hoy, en cambio, no se lee nada. Es una paradoja de la Historia. Luego sentí el impulso de entrar en la literatura. Leí tanto en el instituto y la universidad que estuve en el borde de la esquizofrenia. Me salvó el servicio militar (risas)».

– ¿Y cuándo comenzó a escribir?

– A los diez años redacté mi primera novela, de siete páginas. Era muy ingenua. Empecé de manera profesional a los veinte. Esos relatos primeros eran prototextos, influidos por Julio Verne... pero al releerlos, me he encontrado que los temas que me preocupan, el núcleo, estaban ya en ellos.

– ¿Cómo ve la lectura ahora?

– El mundo moderno se ha construido alrededor del libro. Ahora ha habido una revolución que lo ha marginado por otra cosa. Doy clases en la Universidad y observo los efectos de este cambio en los estudiantes: el libro es un objeto extraño para ellos; las pantallas son lo habitual. Al menos se ha inventado el e-reader y leen algo. Sin él, no leerían nada. Nos acercamos a una nueva Edad Media, en la cual la cultura volverá a producirse en los monasterios. No desaparecerá el texto escrito, pero quedará reducido a nichos culturales. En «Fahrenheit 451», el totalitarismo destruía los libros; en los sistemas democráticos, estos libros irán desapareciendo sin que existan sectas que los conserve.

– Usted sufrió la censura.

– En mi país, durante largos periodos, todos los libros eran censurados. Los censores eliminaban páginas como en un plan, igual que los policías multan coches. Cuando Umberto Eco vino a Rumanía y vio que habían eliminados unas páginas de «El nombre de la rosa», se preguntó qué había de peligroso para el comunismo en un «thriller» de monjes. Descubrió que el censor había suprimido veinte páginas al azar. El censor había cumplido con su trabajo... En mi época los escritores acabaron aceptando la censura porque era la única manera de publicar. La censura es como un cataclismo natural: antes que morir, prefieres sobrevivir. Era doloroso, pero, al menos, quedaba algo. Lo importante es la libertad interior.

– La imaginación es una de sus claves.

– Para mí es fácil escribir imaginativamente, no de una forma realista. No entiendo las novelas realistas que cuentan un divorcio. Las grandes novelas realistas de Balzac, Tolstói, son poéticas en primer lugar. Lo que yo también intento en mis libros es llevar el lenguaje al límite. Me ayuda mi pasado como poeta. No habría escrito «Orbitor» (su obra maestra, todavía pendiente de traducirse al español) sin este pasado. De todas formas, la literatura es una inmortalidad frustrada.

– ¿Cómo conjuga la fantasía con el mundo de los adultos al escribir?

– En el mundo de los niños, en su pensamiento, están las ideas originales, está la base del pensamiento mítico. Yo vivo con los dos. Los utilizo para escribir. Es como en los programas de ordenador. Los nuevos no eliminan los antiguos. El cerebro infantil es más difuso, aunque asocia muchos conceptos. La mente adulta sirve para dar coherencia a los textos. Me veo en mis libros como un factor de ordenación del mundo. Sin sentido sería un escritor surrealista y descontrolado. Mi escritura, puede afirmarse, es un sueño controlado.

– ¿Ya no escribe poesía?

– Es una experiencia de juventud que dura siete años. Ningún poeta puede más. Hay gente que prolonga más su juventud. Pero, igual que los héroes, los poetas mueren jóvenes. Hay algunos que siguen escribiendo poesía, pero autocopiándose.

– Pero en sus textos se nota la presencia de la poesía.

– El término poesía es ambiguo. Es más una forma de ver las cosas que un género literario. En primer lugar soy poeta. Ahora escribo en prosa, pero mis textos son poéticos. La superficie es sencilla, lo importante son los subterráneos míticos.

– ¿Cómo ve la crisis actual?

– No me importa las crisis económicas. No hay que confundir Europa con la Unión Europea. Europa es un contexto cultural, más allá de los traumas que hemos sufrido. En este sentido me considero un escritor europeo. Pero tampoco acepto el eurocentrismo, porque Borges y Sábato también pertenecen a nuestra tradición europea.

– ¿Mantiene una relación tensa con su país?

– Cada vez que me enfado, quiero emigrar a otra nación. Me lo planteo diez veces al año. Vivir en Rumanía es como nadar en una piscina con ácido sulfúrico. En ocasiones me apetece salir del agua. Pero siempre llevaré Rumanía conmigo. Las personas somos los recuerdos de infancia, y somos fieles a ellos. Ésa es la patria, pronunciada sin énfasis.

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