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'El manuscrito carmesí' (Antonio Gala) - Entrega 7

Durante mucho tiempo deseé remitiros estos papeles míos. Considero útil que conozcáis la historia cognoscible de vuestra sangre, si es que la sangre puede conocerse. Afirman que toda historia se repite, y no es cierto: los que se repiten son los historiadores. Cuando se escribe a la orden de alguien, siempre se acaba por escribir lo mismo: a los hombres los guían intereses monótonos. La Historia la suelen contar siempre los vencedores -los vencidos, o no viven, o prefieren olvidar-, y en consecuencia la alinean siempre entre sus aliados. Supongo que, si la contaran los vencidos, sucedería igual; pero ellos la usarían para mantener su esperanza. en todo caso, cualquier historia tiene que reducirse, antes o después, al tamaño de un libro: simplificarse, allanarse, decolorarse, es decir, en el fondo, dejar de ser. Por eso os advierto que no hago aquí -o no lo hice mientras escribía- mi panegírico, ni siquiera mi alegato. No es una historia de reyes la que os cuento, sino la de un testigo que, por ser el último, tuvo mayor valor. Por otra parte, no es mi intención, ni lo fue nunca, corregir estas notas apiladas, cuyas fechas y cuyas procedencias son tan distintas como acrónicas. En ocasiones escribí´, y volví sobre lo escrito; en otras escribí de pasada, como quien suda o vomita a su pesar.

Las personas que pueblan todos estos papeles, menos Amín y Amina, han muerto ya; acaso yo también. Y acaso también vosotros dos, de quienes ignoro casi todo, o uno de vosotros. Sólo tengo noticias vagas, probablemente inciertas. Lo único que supe del mayor de vosotros, hijos míos, es que había estado en Tremecén, y que salió de allí con sus mujeres y sus hijos. No sé más. Procuraré que alguien con mayores bríos que yo -no con mayor interés- os busque y os encuentre, y lleve a vuestras manos este manuscrito carmesí -el color es lo más persistente de él-, que es lo único que os lego. Al califa, en pago a su generosidad, le ofrendaré, si hay lugar, esta casa. El resto de mis bienes es ya vuestro: os lo cedí cuando la muerte, hace ya años, pareció no rechazarme más. A partir de entonces no os he visto.

La pasada semana proyecté releer este penoso testamento, refundirlo, exponer con mayor orden y mayor detención mi testimonio; pero se me ha hecho tarde. Os lo envío como está, amontonado sin concierto alguno, o con el desatinado concierto con el que fue fluyendo. Quizá si todo hubiese sido de otro modo -y yo también- lo habría redactado con meticulosidad y pormenores; pero pertenezco a una época y a una cultura -que es la vuestra- en que los más esplendorosos palacios se construyeron con unos cuantos maderos y un poco de escayola. Ahí dejo, pues, los elementos necesarios para que alguien, si quiere, los mezcle y los transforme. Ni tengo tiempo ya, ni ganas, ni la certeza de que haya algo en este mundo que merezca la pena. El valor que conservan es el de haber sido escritos más o menos en la hora en que lo que narran ocurría. Yo fui educado como un príncipe, y, por lo tanto, no fui un buen gobernante. Me atrajo la lectura; tuve curiosidad; pude haber sido más o menos sabio. No me lo permitieron; me obligaron, en cambio, a luchar por la supervivencia de mi pueblo. No desempeñé un papel airoso, ni pudo ser de otra manera. Pero ¿por qué volver -acaso me lo pregunto por la comodidad de no revisar estos papeles- sobre lo que ya queda lejos? Lejos para vosotros, porque para mí, no: hay circunstancias en que la vida se detiene, se paraliza sobre un momento concreto, como una mula que se niega a avanzar, como una vieja ebria que se desploma y se adormece ante los lugares en que le dieron de beber...

No, no quiero pensar en que haya habido jamás acontecimientos más importantes que éste de hoy. No el que sucederá en la batalla del califa contra sus enemigos, sino el de haber visto amanecer en Fez el día en que cumplo quizá sesenta y cuatro años... Mi memoria no es buena: Amina me lo probó anoche; podría añadir algo a estos papeles, pero con el aroma del recuerdo perdido, y ya sin ton ni son. Permanece el perfume de la rosa cuando la rosa se marchita; sin embargo, ¿qué es el perfume sin la rosa? Prefiero que los recojáis con la misma espontaneidad con que nacieron. Y además, ¿quién sabe si llegarán hasta vosotros, o si os interesará siquiera echarles un vistazo?

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