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No me llames cómic, llámame novela gráfica

(Jordi Canyissà, La Vanguardia)
La verdadera popularización del nuevo concepto llegó en 1992 cuando 'Maus', de Art Spiegelman, recibió el premio Pulitzer

Dicen que el nombre no hace la cosa. Pero durante los últimos años un nombre ha entrado con fuerza en panorama editorial y no son pocas las cosas que han cambiado. Se trata del término novela gráfica. Lo que antes era un cómic, una historieta o, siendo más castizos, un tebeo, se ha convertido ahora en una novela gráfica. Y ante la novedad surgen algunas dudas: ¿Qué es una novela gráfica? ¿Desde cuándo se usa ese término? ¿Es lo mismo una novela gráfica que un cómic?

Vaya por delante que el arte de las viñetas ha tenido poca suerte con su nombre. La palabra cómic casa mal con las obras serias que ha dado este medio. Historieta es difícil de aceptar para relatos que no son simples anécdotas. Y tebeo ha sido definido por la RAE como revista meramente infantil.

Así las cosas, podría pensarse que el término novela gráfica es el que por fin ha logrado consenso. Pero no. Muchos autores han recibido con recelo la nueva etiqueta; aunque fue uno de ellos quien la reivindicó con más claridad.

En efecto, el norteamericano Will Eisner dio carta de naturaleza al término novela gráfica colocándolo en la portada de la edición original de Contrato con Dios (1978). Sin embargo el término no era nuevo. Basta decir que en España se usó durante los años 50 y 60 referido a colecciones populares (sin asomo de elitismo alguno). Y mucho antes, en 1830, el célebre Caran d’Ache llamó “novela en imágenes” a uno de sus proyectos más ambiciosos: Maestro.

La verdadera popularización del nuevo concepto llegó en 1992 cuando Maus, de Art Spiegelman, recibió el premio Pulitzer. ¿Demasiado honor para un cómic? Ese libro sobre el holocausto (en blanco y negro y con un formato similar al de las novelas) parecía exigir otra etiqueta. Ese libro que los libreros no sabían en qué sección colocar pasó a ser una novela gráfica.

La nueva etiqueta funcionó para desmarcarse de los comic-books más populares, los productos infantiles y los de rápido consumo. Respecto de los cómics tradicionales, la novela gráfica se convirtió así en el reflejo de las nuevas ambiciones expresivas y temáticas de sus autores. Aunque eso no supone en ningún caso dar por sentada la calidad de esas obras.

La obra Jimmy Corrigan, de Chris Ware, rompió otra barrera en 2001 cuando The Guardian le concedió el First Book Award. No ganó por ser el mejor libro de cómic sino por ser el mejor libro, sin más adjetivos. A partir de ese momento, las reseñas sobre este tipo de libros se convirtieron en algo habitual en periódicos como The New York Times o The Washington Post.

Enseguida, otros títulos ocuparon la atención de los grandes medios y se asomaron por primera vez en las listas de libros más vendidos: Persépolis, de Marjane Satrapi; Epiléptico, de David B. y Palestina, de Joe Sacco. Todas estas obras han sido publicadas en España.

El cómic fue el medio de entretenimiento masivo en la década de 1950. Pero luego ese papel pasó a manos de la televisión primero y de los videojuegos después. No es raro que ante este cambio social y cultural, el cómic haya querido conquistar un nuevo espacio cultural acercándose a nuevos lectores. ¿Dije cómic? Quería decir novela gráfica.

- ¿Un movimiento o un formato?

El historietista escocés Eddie Campbell publicó en 2004 un Manifiesto sobre la novela gráfica. Ahí explica que el término, que considera “desagradable”, se refiere más a un movimiento (como el impresionismo) que a una forma (un libro grueso). Y en el último punto del decálogo añade con socarronería que se reserva el derecho a “negar todo o parte de lo mencionado arriba si ello le supone ventas rápidas". No hay que olvidar que el término novela gráfica ha permitido mayor difusión de la historieta y mayor presencia en librerías. Que no es poco.

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