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‘En la orilla’ (Rafael Chirbes). "España es un pantano que todo lo va pudriendo"

(Elena Hevia - El Periódico de Catalunya)
Un maestro de las letras españolas disecciona la crisis

Cuando dentro de unas décadas alguien se muestre interesado por lo que ocurrió en España durante la crisis económica, no va a tener más remedio que ponerse a leer En la orilla (Anagrama), continuación natural de Crematorio, desoladora disección de la especulación inmobiliaria que devino serie de televisión. Su autor, el valenciano Rafael Chirbes, ha tardado décadas en abandonar su estatus de escritor secreto hasta llegar a esta consideración general de maestro que se ha ganado a golpe de rigor literario. No porque lo que hiciera antes no fuera excelente, sino porque se ha mantenido empecinadamente al margen de modas y capillitas. Sus 63 años le han conducido a un agrio pesimismo escrito que contrasta con la bonhomía de su voz cazallera. Todas sus respuestas rezuman veracidad.

– En Crematorio vio usted cómo iba a estallar la burbuja antes que nadie. ¿Cómo se siente cuando le llaman profeta?

– Ha sido como en aquel cuento de Edgar Allan Poe en el que todos buscan una carta supuestamente escondida que siempre ha estado encima de la mesa. He escrito lo que veía cada día, lo que ocurre es que los escritores estaban contando otras cosas. Pero eso me ha pasado con casi todas mis novelas.

– Chirbes, siempre a contracorriente.

– Yo de jovencito leía a Marx y eso ayuda mucho. Te permite entender que no tienes un alma particular sino una de tu tiempo. Eres como eres porque piensas y deseas en tu tiempo. Hay gente que utiliza la literatura con oportunismo o la ponen al servicio de alguien. Sin ir más lejos, al servicio del zapaterismo estuvo toda esta segunda hornada de novelas sobre la guerra civil, que era una literatura del régimen aunque fingiera ser una literatura de los perdedores. En realidad lo que estaban haciendo es mantener un Gobierno, con una visión seráfica que no se correspondía con la realidad. Por eso casi nadie hablaba de la acumulación de capital, de la sobreexplotación. Es como cuando en los hospitales ponen un biombo delante del enfermo.

– ¿Tener esa lucidez frente al mundo no le produce un gran dolor?

– Se acostumbra uno a todo. Pero no creo que la mía sea un visión dura, yo creo que la realidad es así.

– ¿Desde el éxito de Crematorio se siente más acompañado?

– Vivo solo en Beniarbeig, en compañía de mis perros. Pero mal le irá a un escritor que no escriba solo. Creo que no es bueno que los escritores se junten mucho con otros escritores.

– Pues está apuntando al corazón de la «vida literaria».

– Es que la única manera de mantener una mirada personal es estar un poco al margen, porque si no te contaminan los mismos temas y preocupaciones y acabas teniendo los mismos tics que el grupo. A mí la soledad, por encima de todo, me resulta cómoda porque me permite hacer lo que me da la gana.

– Pero aquí está, de promoción.

– Y me cuesta mucho. El otro día un amigo me dijo: «No parece que este libro lo hayas escrito tú porque es mejor que tú cien veces». Yo en las tertulias no hago un buen papel, no doy bien en las distancias cortas y no me sé una sola cita de un libro. No sé cómo hablaría Montaigne pero no creo que lo hiciera tan bien como en sus ensayos.

– Crematorio era una novela bastante desesperanzada pero daba algún respiro en comparación con la opresión de En la orilla.

– (Ríe). Eso es porque se te ha olvidado. Quizá sí, y debe ser por la edad. Llega el momento en que empiezas a tener noticias de amigos que tienen cáncer y ves cómo te van subiendo las varices. Eso necesariamente te hace más pesimista. Luego está el entorno, claro. Vamos a suponer que yo estuviera agonizando en 1918 en la Unión Soviética. Moriría creyendo que mis herederos tendrían un mundo mejor y yo he luchado para que sea así.

– Pero, por desgracia, la ha escrito durante la mayor crisis conocida.

– No hay un hilito de esperanza en ningún lugar. Así que mi vejez y la crisis se reúnen, como el hambre con las ganas de comer.

– Si las figuras son tristes, qué decir del paisaje. ¿Qué simboliza el pantano de Olba?

– Lo bonito es que no se sepa todo lo que simboliza.

– Es difícil no pensar en España.

– Cuando empecé a escribir lo único que tenía claro era el pantano. En Crematorio retraté la costa y el engaño del ladrillo y en En la orilla eso es algo que permanece y sigue pudriéndose, un lugar donde se va acumulando ignominia tras ignominia y se traga las vidas de los que no se atreven a subir en la escala social. España es un pantano que todo se lo va tragando y todo lo va pudriendo.

– A los ciudadanos se nos machaca con la queja de que somos nosotros los que tenemos la culpa. Pero en su novela también somos culpables.

– A ver, eso en boca de un político o de un banquero es para darle dos bofetadas. Pero hablando entre nosotros, creo que ahora hay mucho descontento egoísta de aquel a quien han dejado sin juguete. Y ese descontento, si no está arropado por una ideología, acaba convirtiéndose en fascismo. Es fácil entretenerse viendo en televisión cómo llevan a los corruptos a la cárcel. Yo me alegro como el primero. Pero que levante la mano el que alguna vez le ha pagado el IVA al electricista.

– ¿No siente usted un poco de compasión por esos personajes tan desolados?

– Yo creo que deben sentirse queridos. Dan mucha lástima. Pero es que aspiran a ser reales. El mejor piropo que me han echado en la vida me lo dijo un señor de Granada: «Escribe usted literatura para adultos, porque todo lo que leo me ofrece amor y esperanza y las personas mayores sabemos que eso es mentira».

– ¿Cuando en Alemania, un país donde ha tenido un éxito mayor que en España, leen sus novelas, qué creen que piensan de nosotros?

– Eso no lo sé, pero da la impresión de que valoran mis libros por lo que supone de reflexión sobre un país, algo que quizá ellos echan de menos en el suyo.

– ¿Y cree realmente que cuando Angela Merkel lea esta novela nos va a dar más crédito?

– En esta novela damos mucha pena. Quizá por eso debería inundarnos de euros, más que nada para sanear el pantano.

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