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Música de la memoria

(Guillermo Busutil - La Opinión de Málaga)




Miguel Ríos: Cosas que siempre quise contarte
Planeta. 19,90€
Las vidas de los músicos son carne de literatura. Sus letras, sus canciones, su oficio nómada por esas carreteras de giras, sus amores y éxitos conforman muchas historias repartidas en documentales, en libros de periodismo literario, en biografías e incluso en novelas. Lo mismo que sus sombras por el lado salvaje y los ángulos oscuros de las drogas, el alcohol, el sexo y algún que otro callejón de atrás de su aventura vital son excelentes ingredientes que aderezan sus leyendas, sus fabulaciones, la ficción que nace de cualquier cicatriz, de cualquier tatuaje. En esta línea hay excelentes libros, muchos, entre los que citar 'Soy tu hombre' o 'Leonard Cohen' de Sylvie Simmons y Jacques Vassal respectivamente, 'Lowside of the road' acerca del enigmático Tom Waits o 'Wanted man' en cuyas páginas John Bauldie retrata a Bob Dylan. Cada uno de ellos, al igual que otros en una larga lista de cantantes y grupos, es como un viejo disco de vinilo con cara A y cara B, las luces y sombras de unos personajes que se han confesado a periodistas que los admiraban, que permitieron que sus huellas fuesen material de recopilación, entrevistas y puesta en escena o que fueron capaces ellos mismos de hacer inventario de sus días con la conciencia abierta y cierta elegancia en la manera de ponerla por escrito, igual que ha hecho Miguel Ríos en 'Cosas que siempre quise contarte', publicado por la editorial Planeta.

En Guanajuato, México, el rockero granadino, el hombre con chupa de cuero y gesto morisco a lo Lou Redd bajó del escenario, con sus botas cansadas de recorrer la vida en canciones al ritmo de la rebeldía, el compromiso y el amor. Allí decidió seguramente irse con la música en paz a otra parte y tal vez ponerle a su vida letra impresa. Una letra de la conciencia y la memoria, de la realidad y sus ficciones, del estribillo de los sueños y de las sombras, de las huellas dolorosas y las marcas de la pasión. Lo ha hecho Miguel en un libro ríos, limpio, entretenido, sin ajustes de cuentas y sin fantasmas. Con la misma voz personal que pespuntó la carrera de Mike Ríos en los sesenta, cuando Granada todavía tenías calles de tierra y quintos de cerveza Alhambra, como el barrio donde vivía su hermana Toñi, una más entre los siete hermanos de los que él fue la última música y la promesa bohemia de un sueño con patillas largas, el maestro del rock narra como un apasionado Stevenson los cuentos que lo identifican, el rastro de su aventura a lo largo de un río de corriente más brava que serena, más libre que sujeta a las orillas. El lector puede casi escuchar a través de una escritura oral y también templada como relato escrito la historia amarga bajo el cielo gris de Carabanchel, los días del 'power flower', el recuerdo de aquel micrófono de su debut en Radio Granada, los aciertos y desencuentros con representantes y empresarios, la embriaguez sicodélica de los primeros triunfos, las penurias jóvenes, los viajes a una Europa en transformación y a otros países iniciáticos, la acidez de los fracasos que durante un tiempo se quedan dentro. Hay nombres de futbolistas, colegas de farra y de cante, música grabada en noches blancas y música espontánea que la memoria silba entre otras páginas donde también hay amores y rupturas que suenan a blues de un corazón errante en autobús. Y no faltan en el trayecto revival ecos del himno de la alegría, las primeras fusiones entre flamenco y rock, el verano de una interminable noche de rock.

Unas memorias de ser humano en las que Miguel Ríos, al igual que un torero, baja al ruedo donde un hombre se enfrenta por derecho a sus logros y sus miedos, a sus virtudes y sus vicios, a sus equivocaciones y clarividencias, sin olvidar quién soñó ser, quién llegó a ser y quién es a esa edad en la que uno sabe que la memoria es una canción honesta, un libro directo al corazón. Uno termina sabiendo que Rock and Ríos nunca envejece y que Miguel es un buen tipo con el que volver a Granada y certificar que el gusto es nuestro si lo hemos conocido.

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