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'La piel dorada' (Carla Montero). Pasión y crímenes en la Viena de Klimt




'La piel dorada'
Autor: Carla Montero
Estilo: Novela
Editorial: Plaza & Janés
400 páginas
Precio: 19,90 euros

Carla Montero novela el desprecio y el maltrato a las modelos, usadas como "juguetes sexuales" por genios del arte

El fulgor intelectual y el oprobio criminal convivían en Viena hacia 1900. Freud articulaba el psicoanálisis, Schönberg la música atonal, Otto Wagner racionalizaba la arquitectura y el modernismo y Klimt y la Secession volteaban el guante de la pintura en la capital con la mayor concentración de burdeles y asesinos de Europa. Se sucedían crímenes horrísonos que empalidecían los de Jack el Destripador. Entre la sensualidad y el boato de la ópera y los valses, la sordidez de los más brutales asesinatos y las salas de autopsias se mueve 'La piel dorada' (Plaza & Janés). Es la tercera novela de Carla Montero (Madrid, 1973), que tras la 'Tabla esmeralda' vuelve a tirar del hilo del arte para desentrañar un mundo desconocido y fascinante, el de las modelos de los grandes pintores sin las que el arte de Klimt, Egon Schiele y tantos otros genios -"que las usaron y despreciaron"- no hubieran alcanzado escala universal.

"Maltratadas y utilizadas como meros objetos, fueron una mera herramienta de inspiración y hasta juguetes sexuales", explica Montero ante el edificio de la Mariahilfer Strasse que albergó el taller de Emilie Flöge, diseñadora y amante 'oficial' de Gustav Klimt, "pintor genial pero un ser abominable en su trato con la infinitud de mujeres a las que pintó". "Se acostaba con todas y las abandonaba a su suerte con unos hijos que no reconocía", explica la escritora en un paseo por los escenarios vieneses de una novela "entre la intriga criminal y la pasión".

"No es una novela negra", aclara Montero ante deliciosas porciones de tarta Sacher y Apfelstrudel en el centenario café Landtmann. Se inspiró en Klimt para crear a Aldous Lupu, un pivote de esta historia truculenta y esperanzada que derriba clichés. Discurre entre la pompa de los salones de la decadente aristocracia vienesa, el 'foyer' de la Staatsoper y la Musikverein, los estudios de pintores geniales y los depravados tugurios donde la sífilis y otros males venéreos se agazapan entre cuerpos sudorosos, vaharadas de alcohol y un humo denso y pegajoso como la pez.

Todo se disparó en la cabeza de la autora en una visita al Prado. Cedido por el museo Pushkin se exhibía 'La acróbata de la bola', joya de la picassiana época azul pintada en 1905. "¿Quién era la joven equilibrista? ¿Por qué se acercó a Picasso? ¿La escogió él? ¿Cuántas como ella hubo en París y en la Viena 'fin de siécle'?". Las pesquisas condujeron a Montero a la ciudad del Danubio y el Prater. La pujante Viena de Sigmund Freud, Arthur Schnitlzer, Otto Wagner, Richard Strauss, Gustav Mahler y la seductora Alma atrajo a las mentes más privilegiadas de su tiempo, de la torturada familia Wittgenstein y un sinfín de dispares genios como el criminólogo Hans Gross, "que se mezclaban en salones y cafés donde intercambiaban saberes". "Las modelos se desnudaban para los pintores en una sociedad tan reprimida como perversa".

"¿Era por mera superviviencia, por afán de protagonismo o para entrar en el mundo y la cama de los artistas sin ser tenidas por prostitutas?", plantea Montero. Ató cabos ante los frescos de Klimt para el 'Friso de Beethoven' en el pabellón de la Secession, en el Belvedere que alberga 'El beso', la sensual e icónica pintura que define una época, junto a las obras de Schiele del museo Leopold, en los cafés que conservan algo de aquel aire entre lujurioso y canalla, y el Ring, la imponente avenida que, apunto de cumplir 150 años, dio alas y prestancia a la capital imperial. Pero entre tanto brillo emergió una Viena "tenebrosa y apasionante".

"Desde antes del Renacimiento, las modelos son cruciales para el arte. ¿Qué sería de 'El nacimiento de Venus' y todo Botticelli sin Simonetta Vespucci? El 'Almuerzo sobre la hierba' de Manet no sería nada sin Victorine Murent, o la pintura prerrafaelita no existiría sin modelos". "Pero son seres anónimos y olvidados. Lo poco que sabemos de ellas es a través de terceros, por los artistas, que las querían sumisas y calladas, que las despreciaban aunque tuvieran la llave de la magia de sus lienzos". "Las atacaba por libertinas y amorales una cínica sociedad que trataría de salvarlas, pero nadie les dio voz. Tampoco ellas, de modo que la novela se la otorga en cierta manera".

Recrea una serie de asesinatos tan cruentos como inexplicables de hermosas modelos de dudosa reputación ligadas a 'La Maison des Manequins', creada por la enigmática y bellísima Inés, sobre la que recaerán todas las sospechas. Será el pionero detective Kasl Sehlackman quien desentrañe la madeja. "Las técnicas que hoy aplican los CSI las creó Hans Gross, padre de la criminalística y tan brillante en su campo como Freud, Klimt o Wittgenstein en los suyos", concluye Montero.

(Miguel Lorenci, Ideal)

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