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Juan Madrid: "Los criminales y los corruptos son como nosotros"




Sin móvil ni presencia en las redes sociales, este autor "maldito" de éxitos como 'Días contados' o 'Brigada Central' nunca deja de escribir y nunca habla de lo que escribe. Juan Madrid (Málaga, 1947) es el maestro de la novela policíaca

- ¿Qué recuerdos guarda de la serie 'Brigada Central'?

- 'Brigada Central' me la prohibieron. La Guardia Civil paró el rodaje. El director general de la Policía de entonces, el socialista Rodríguez Colorado, consideró que no se podía emitir, de modo que Pedro Masó, el director-productor, pactó con la cúpula policial. Un policía se unió al equipo de rodaje y fue "corrigiendo" lo que le vino en gana. Cuando me di cuenta, decidí que tenía que convertir aquellos guiones en novelas, mostrar que lo que yo había escrito no era lo que se filmaba. La historia novelada de "Brigada Central" la publiqué, la última vez en Ediciones B, entera y tal como yo las escribí.

- ¿Cómo se le ocurrió un comisario gitano de protagonista?

- Era un personaje rico, complejo, ambiguo y lleno de conflictos. Un gitano policía recogía toda una historia de menosprecio a ese pueblo. En cualquier país, una serie de ese éxito fulgurante en prácticamente todo el mundo, me hubiese generado una lluvia de contratos para continuarla. Pero no fue así. Después, mi película 'Tánger' fue prohibida, esta vez por el PP. Y una propuesta para hacer otra serie con Toni Romano fue desechada "porque daba una visión comunista de la Transición". Por otra parte, la editorial Alfaguara, donde yo había publicado unas siete novelas, entre ellas 'Días contados', dejó de renovarme el contrato y los críticos abandonaron el trabajo de ocuparse de mis libros. Tengo el honor de vender mis libros sin que los suplementos literarios de todos los periódicos mencionen o reseñen mi vasta obra, traducida a 16 idiomas, incluido el ruso y el chino.

- ¿La droga sigue siendo el mayor móvil de los crímenes?

- La droga el el principal motor creador de delincuencia, pero no el único, ni el más importante. La corrupción, la búsqueda insensata de beneficios por encima de todo, o sea, la doble moral y la doble contabilidad, que forma parte indisoluble del sistema. Ni la iglesia, la policía o el ejército tienen control democrático. Son un Estado dentro de otro Estado.

- ¿Por qué tiene tanto público el género negro?

- No todas las novelas llamadas 'negras' son iguales. El público más inocente busca que le fascinen a través de historias de aquí y de ahora. Tienen hambre de relato.

- ¿Por qué le atrae a usted?

- Lo que más me atrajo, mientras yo era periodista, fue su capacidad para contar lo que no se podía, ni se puede, contar. Yo no voy "hacia la novela negra", sino que parto de ella para crear un nuevo imaginario en mis lectores.

- Los Soprano caen bien, ¿eso es bueno? ¿Sigue alguna serie?

- Veo pocas series, pero conozco 'Los Soprano' gracias a Andreu Martín, que me la aconsejó. Excelente serie, por cierto. Y el tratamiento real y ambiguo del personaje es su mayor acierto. Los criminales y los corruptos son como nosotros, mejor dicho, somos nosotros. Considerar al delincuente como una especie aparte no tiene ni pies ni cabeza. Un empresario o un banquero, capaces de enviar al paro, a la miseria y a la desesperación a gran parte de la humanidad, lloran emocionados al sonar una canción de amor que les trae recuerdos.

- En una novela, ¿daría a Cañete el papel de policía o de ladrón?

- Cañete es un personajillo sin interés, una marioneta que habla por boca de otros. Un ser vacío y hueco, que se puede sustituir por un magnetofón mal sintonizado.

- No tiene móvil, ni está en las redes sociales...

- Efectivamente, no participo de las llamadas redes sociales, ni me comunico con mis lectores con esos medios. Lo hago a través de mis libros. Prefiero los amigos reales, de carne y hueso, y las conversaciones cara a cara. Me refiero a los amigos vivos, los pocos que me van quedando.

- Ahora quieren criminalizar el uso de Twitter, ¿qué opina?

- Lo criminalizan todo... abortar, salir a la calle a protestar, pensar de manera diferente, soñar en un mundo mejor o un poco mejor, escribir fuera de sus estrechos márgenes. Y cuando se instaure el sistema que quieren, no podremos bailar, cantar ni amar. Las jornadas de trabajo, cuando las haya, serán de doce horas y estaremos tan explotados y agotados que no podremos hacer nada excepto jalear a nuestros equipos de fútbol.

(África Pardo, La Opinión de Málaga)

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