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Leopoldo María Panero. Poeta: el genio desequilibrado




Áun me acuerdo muy bien de las noches ebrias de alcohol y belleza en los años 70 que pasé en Madrid junto a Leopoldo María Panero. Era un chico raro (a veces repetía muchas veces la misma frase) pero normal en lo demás: culto, no mal parecido, desequilibrado por la bebida o la grifa pero también porque algunos de sus modelos culturales tenían que ver con el malditismo. Su historia familiar y cómo esa historia se deshizo (el fin de la familia franquista) ha sido contada de muchas maneras. Quedará el gran documental de Jaime Chávarri, 'El desencanto' -1976- un auténtico revulsivo para la época y la tardía continuación de Ricardo Franco, 'Veinte años después', anuncio de una ruina que fue a más. Todos creímos que Leopoldo, tanático, sería el primero en morir, pero ha sido el último. Había nacido en Madrid en junio de 1948 y aquí estudió (con su hermano Michi) en el Liceo italiano. Luego inició la carrera de Letras en Madrid y en Barcelona, aunque no creo que llegara a terminarla. En 1968 ya había publicado un cuadernito malagueño que se llamó 'Por el camino de Swann'. Eso era lo único publicado cuando salió la antología de Castellet, donde era el benjamín. Su amiga de entonces -de correrías, no de amor- era Ana María Moix. Pero ella cambió mucho. Su mito: Pedro Gimferrer, admiración y monomanía. Poco después salió (fines de 1970) su verdadero primer libro, 'Así se fundó Carnaby Street'. Pronto el malditismo que Leopoldo buscó -amigo de todos los 'modernos'- se certificó con sus viajes a Tánger, ciudad cuyo mito todavía alentaba. Por esa época lo conocí en una extraña cena de poetas jóvenes en un (entonces) insólito restaurante japonés. Cuando Leopoldo publicó su segundo libro, 'Teoría' (1973), era ya un famoso juvenil que mezclaba la mejor cultura con la germanía. Fue nuestro tiempo (hasta el 78) de chicos y vírgenes locas. Leopoldo era homosexual -y le gustaban chaperos, que alguna vez le pegaron porque no tenía para pagarlos- pero también iba con chicas. Leopoldo estuvo unos meses en la cárcel de Zamora entre los presos comunes por consumo de drogas, su compañero de celda fue Eduardo Haro Ibars. Claudio Rodríguez, el poeta, amigo de los carceleros, los protegía. Eduardo decía que Leopoldo se lo quiso montar con él, pero que se negó. En contra de lo que la mayoría creyó estos dos estupendos malditos nunca fueron amigos...

Leopoldo llegó a publicar un libro de realtos, 'El lugar del hijo' (1976) de más talla que los que editó (ya no muchos) estando en el manicomio, como 'Papá, dame la mano que tengo miedo' (2007), título sorprendente en él. Para mí el último gran libro poético de Leopoldo fue 'Narciso en el acorde último de las flautas' (1980). O quizás un librito un tanto clasicista, 'Dióscuros' de 1982. Entonces hizo un viaje a París y volvió cambiado. El 'break down' había sido muy fuerte: olía mal y mojaba croasanes en el arroyo. Dicen que su madre autorizó a que lo llevaran al psiquiátrico de Ciempozuelos en Madrid. Creo que era 1983. Desde entonces empezó su destrucción (frenada por la medicación) y su paso por otros manicomios, como él prefería decir: Mondragón, y después el de Las Palmas de Gran Canaria, donde acaba de fallecer con 65 años. Los psiquiátricos no curaron a Leopoldo, simplemente frenaron su autodestrucción a base de estricta vigilancia. No dejaba de fumar y de beber coca-colas, los únicos 'vicios' tolerados. Fue lentamente deviniendo un monstruo fruto de la enfermedad más que del aparente malditismo. Le vi muchos ratos; más no se podía. Sólo decía frases sueltas, que podían ser versos brillantes pero no podía unir frases ni hilvanar conversación. Por eso -pese a mágicos destellos- los muchos libros últimos que hizo (muchos) no me convencen, ayudado a menudo por poetas canarios no muy conocidos, desde 'Tensó' con Claudio Rizzo. En 2013 su exégeta oficial, el catedrático Túa Blesa, que lo idolatraba, preparó la 'Poesía completa' en Visor. Creo que el "monstruo final", muy desdichado, vale menos que el joven atrevido y procaz del inicio. Leopoldo es un grande pero no por su biografía, ni mucho menos.

(Luis Antonio de Villena, El Mundo)

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