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La literatura del siglo XVIII. España en el siglo XVIII



En este grabado del siglo XVIII se representa a los sastres cortando capas largas en Madrid; esta cuestión sirvió de excusa en el motín de Esquilache
Frente al poder eclesiástico, los ilustrados defendían el poder estatal. Así lo hizo Campomanes impulsando el regalismo de Carlos III. Portada del 'Tratado de la regalía de amortización' de Campomanes, 1765
España empieza el siglo XVIII sumida en una profunda crisis tras la desaparición de la dinastía de los Austrias, que da lugar a la guerra de Sucesión entre los partidarios de Felipe de Borbón y los del archiduque Carlos. La contienda tiene un carácter internacional, porque Francia apoya al primero y Austria al segundo. Tras el fin de la guerra, ocupa el trono español Felipe V (1714-1746), primer rey de la dinastía de los Borbones. Pero el conflicto ha dividido al país, ha agotado sus exiguas reservas económicas y ha menguado sus posesiones, pues se pierden los Países Bajos, Nápoles, Sicilia, Gibraltar y Menorca (que será recuperada muchos años después, en 1781). Además, los territorios de la corona de Aragón, que habían apoyado al pretendiente Carlos, ven suprimidos sus fueros por el 'Decreto de Nueva Planta' (1716), con lo que se inicia el proceso de centralización administrativa típico de la dinastía borbónica. Un periodo de mayor estabilidad es el del reinado de Fernando VI (1746-1759), en el que debe destacarse la buena administración del ministro Ensenada. En el reinado de Carlos III (1759-1788) se acentúan las reformas, aunque no sin conflictos, como la expulsión de los jesuitas en 1767. Ministros ilustrados dirigen entonces la actividad política: Aranda, Olavide, Campomanes... Pero las resistencias son muchas y el tramo final del reinado de Carlos III tiene ya un sesgo conservador. El temor a las reformas es aún más acusado durante el reinado de Carlos IV (1788-1808) como consecuencia de la Revolución francesa. El hombre fuerte de este periodo será Godoy, que, aunque impulsó reformas interiores y contó por momentos con el apoyo de ilustrados como Jovellanos, Meléndez Valdés o Moratín, desarrolló una mala política exterior con graves consecuencias internas.

Durante esta centuria España registró, en líneas generales, una mejora económica, como prueba el que la población aumentara desde unos ocho millones de habitantes a principios de siglo hasta más de once al final. No obstante, las condiciones de vida para la gran mayoría seguían siendo penosas.

Las reformas ilustradas irán encaminadas a mejorar la situación incrementando la producción agrícola mediante la roturación de tierras incultas y la introducción de nuevos cultivos, desarrollando el comercio y abriendo nuevas vías de comunicación. Todo ello produjo un incremento de la circulación del dinero y de la actividad económica. Empezaron a ser frecuentes la figura del mercader y la del prestamista. Sin embargo, la industria apenas existía en España y la mayor parte de los productos manufacturados habían de importarse.

La sociedad seguía aún dividida en estamentos. Los nobles solían vivir del dinero que recaudaban en concepto de rentas y otros tributos por sus tierras y dominios, además de haber acaparado gran parte de los cargos municipales, que les dejaban sustanciosos beneficios. No obstante, muchos hidalgos vivían en situación económica apurada. El clero disponía de las inmensas riquezas de la Iglesia, pero estaban muy desigualmente repartidas y, junto a clérigos y comunidades muy ricas, había otros en condiciones de penuria. Artesanos y comerciantes fueron constituyendo una importante burguesía, aunque todavía insuficientemente organizada. Muchos de ellos pretendían integrarse en la nobleza y compraban los nuevos títulos que creaba el Estado para incrementar sus ingresos. Los campesinos vivían en condiciones muy precarias. En peor situación aún vivían mendigos, esclavos (negros para las colonias, moros comprados o hechos prisioneros de guerra) y gitanos (Felipe V llegó a mandar encarcelar a todos ellos en 1726).

Aunque las reformas ilustradas, promovidas desde el propio poder político, contribuyeron a minar esta estructura social estamental, las resistencias fueron muy fuertes. Los ilustrados hicieron especial hincapié en el desarrollo económico y en las reformas educativas. Se crearon en casi todas las provincias las Sociedades Económicas de Amigos del País y también nuevas instituciones docentes como el Real Seminario de Vergara o el Instituto de Gijón, promovido por Jovellanos. Ya antes se habían fundado importantes instituciones culturales: Biblioteca Nacional (1712), Real Academia Española (1713), Real Academia de la Historia (1736), Academia de Bellas Artes de San Fernando (1744)...

Sin duda, toda esta actividad reformadora indica el cambio de una mentalidad contrarreformista a otra más secularizada, pero las particularidades españolas hacen que este cambio sea tardío, lento y pleno de dificultades y aun de contradicciones entre los propios ilustrados, cuyas propuestas eran muy tímidas y, en general, no pasaban de un intento de adecuar la sociedad española a las nuevas necesidades productivas. Con todo, las pugnas entre ilustrados y tradicionalistas preludian las posteriores contiendas sociales e ideológicas de la España contemporánea.

(Lengua Castellana y Literatura, 2º Bachillerato, edición de Julio Rodríguez Puértolas, coordinación y revisión de Literatura de Domingo Ynduráin Muñoz, proyecto y redacción de José Antonio Martínez Jiménez, Francisco Muñoz Marquina, Miguel Ángel Sarrión Mora; ed. Akal, Madrid 2012)

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