NOTICIAS                              FORMACIÓN LITERARIA                              ARTÍCULOS                              LEER

El puente (Efraim Suárez)


Efraím Suárez, escritor, finalista del I Premio de novela Histórica CajaGranada con Hilos de ambición (de próxima aparición). Podéis seguirme en http://adspeculum.blogspot.com.es/ o en mi perfil de twitter https://twitter.com/EfraimSuarez

La criatura surgió de las entrañas de aquel pozo sin fondo cubierto de oscuridad que se abría a los lados del estrecho puente de piedra. Por un momento sentí que la sangre se helaba en mis venas, que mi aliento se convertía en escarcha y que mis ojos, atentos como habían estado a aquel movimiento vertiginoso y ascendente, se oscurecían ante la sorpresa y el terror. El ser que tenía ante mí no se parecía en nada a lo que había esperado. Su piel era de color verde, manchada aquí y allá por restos de piedra caliza, en vez de aquel gris oscuro que se hubiera esperado de su especie; y sus rasgos, porcinos en su mayor parte, poco tenían que ver con las angulosas facciones que se esperaría de tales seres.

Sobreponiéndome a la primera y paralizante impresión, y mientras la criatura rugía con inusitada violencia ante mí, esparciendo un aliento que despedía un extraño y nada sugerente olor a cebolla, planté mis pies con firmeza y con los brazos en jarra esperé una explicación. Tengo que admitir que aquel ser redobló sus esfuerzos para impresionarme, y durante los siguientes minutos recorrió el puente de cabo a rabo, agitando la desmesurada porra que llevaba en su garra derecha. Ni que decir tiene que nada de aquello hizo mella en mi actitud y, ofuscado por el ritmo que marcaba con mi suela, la propia criatura se dio por vencida y se colocó ante mí con aire compungido.
—¿Qué he hecho mal? —preguntó con tristeza, algo que asombraba debido a lo secas que sonaban sus palabras.

—No eres un trol —contesté, aún con los brazos en jarra y sin detener el rítmico toque de mi zapato.

—Eres muy observador —repuso cortante, dejándose caer sobre la superficie de piedra del puente.

—Se supone que son los troles los que acechan bajo los puentes y atacan a los viajeros —insistí, francamente decepcionado.

—Lamento haberte desilusionado —se disculpó, extendiendo la zarpa con gesto suplicante—. Son dos monedas.

—¿Dos monedas? Pero si ni siquiera eres un trol, ¿por qué tendría que darte nada? —Me sentía injustamente engañado. Había ido hasta allí para tener mi primer y terrorífico encuentro con un trol, no con aquel ser cuya raza escapaba a mi conocimiento—. Por cierto, ¿qué diablos eres?

—Un orco —respondió sin retirar la mano—. Y el peaje sigue siendo de dos monedas.

—No pienso pagar.

—¡Oh, vamos! —se quejó— ¿Sabes lo duro que es encontrar un buen trabajo últimamente? Los ejércitos del orden diezman a mi gente y los pocos que quedamos somos unos parias… no puedes culparnos por intentar ganarnos la vida.

—Pero aún así… esto es un puente…

—Ya, ya lo sé, y yo no soy un dichoso trol cabeza de granito —se quejó de nuevo—. Pero esos cerebro de mármol tienen mejores contratos que nosotros, y el sindicato nos ha dicho que teníamos que empezar a tomar ejemplo de ellos.

—¿El sindicato? —Estaba completamente asombrado. Se suponía que al atravesar un puente la vida de uno peligraba, no que mantenía una absurda conversación sobre la catalogación multirracial del trabajo—. Mira, parece todo muy interesante, pero no puedo perder el tiempo…

El orco me miró con aquellos ojos porcinos y arrugó el rostro de una manera que no creí posible en tales criaturas. Realmente daba pena; ahí sentado, con su mano extendida como si estuviese pidiendo limosna, manchado de barro y con la ropa hecha jirones. Incluso pude ver cómo le temblaba el labio inferior, enmarcado por aquellos temibles colmillos retorcidos, a modo de puchero.

—Por favor… —rogó—. Tengo una familia que mantener.

—¿Familia? —Aquello se estaba volviendo cada vez más rocambolesco.

—Sí, vivimos todos ahí abajo —dijo mientras señalaba hacia la oscuridad—. ¿Quiere conocerlos? Puede pasar y tomar una taza de té.

Ante aquella propuesta varios sonidos se hicieron audibles por encima del lejano río. Eran voces ásperas y rudas, pero no me cabía duda de que eran infantiles. Abrí los ojos de manera desorbitada.

—Yo… lo siento mucho… esperaba poder ver un trol de verdad.

—Lo sé, lo sé… Todos vienen esperando ver a uno de esos… Claro, ¿quién quiere ver a un triste orco? Están hartos de vernos.

Realmente sentía lástima por aquel ser, que intentaba hacer su trabajo pese a que nadie le tomaba en serio. Sin decir palabra, el orco se levantó de donde estaba y se dirigió hacia el borde del puente, dispuesto a volver a su hogar.

—¡Espera! —le grité—. Haremos una cosa. Vuelve a saltar desde el fondo y déjame ver cómo lo haces esta vez. Pero tienes que esmerarte.

Con una sonrisa porcina la criatura verde se lanzó a las profundidades, surgiendo poco después con un tremendo alarido que hizo que se estremecieran las rocas sobre las que me encontraba. Sus ojos se veían desorbitados, presa de una furia asesina, y su boca lanzaba espumajos sanguinolentos. Golpeó dos veces con la tremenda cachiporra en mi dirección y luego esperó, sin saber muy bien lo que hacer.

—¿Y bien? —preguntó al punto, irguiéndose.

—Absolutamente asombroso —reconocí—. Serán las dos monedas mejor gastadas de mi vida. Mucho mejor de lo que lo hubiera hecho un trol.

—¿De verdad? —quiso saber, ilusionado, achinando los ojos.

—Por supuesto —mentí—. Es más, te voy a dar tres monedas en lugar de dos. Así podrás comprarles algo a tus hijos.

Saqué tres monedas y se las entregué, fingiendo un estremecimiento al acercarme. El orco rió ante mi actuación, lanzando una risa seca y dura.

—No sabe cuánto se lo agradezco. —Y se alejó de nuevo hacia el borde.

—Ha sido un placer. Y no te preocupes, te recomendaré al resto de mis amigos… Pero no olvides esa mirada despiadada...

El orco saltó y me quedé sobre el puente, sonriendo. No había conseguido ver uno de aquellos temibles troles, pero al menos había llevado a cabo una buena acción. Ha sido curioso, pensé mientras me alejaba silbando una vieja tonada, asombrado de lo mucho que había cambiado el mundo.

(Maelstrom)

No hay comentarios:

Publicar un comentario