NOTICIAS                              FORMACIÓN LITERARIA                              ARTÍCULOS                              LEER

'Nos vemos allá arriba' (Pierre Lemaitre). La novela para leer este verano



El 28 de julio de 1914 dio comienzo la I Guerra Mundial. Hará, pues, 100 años dentro de nada, aunque ya las publicaciones, exposiciones, documentales y otros recuerdos de aquella monumental carnicería nos la llevan recordando desde que comenzara el año. Pues bien, una novela sobre tamaña matanza o, más bien, sobre las consecuencias inmediatas de aquel espanto se alzó con el premio Goncourt 2013 y se está vendiendo como pan caliente en todo el mundo que lee, España incluida. Es un best-seller pero no está fabricado para que sea un best-seller. Es decir, cuenta con los ingredientes básicos para despacharse a puñados en las librerías: aprovecha un tirón conmemorativo, suma muchas páginas, acción a tope, abundancia de personajes, hay buenos y malos y malísimos, amor y muerte, risa y llanto, vicio y virtud, soberbia y generosidad, estafas y probidad. Pero no es un petardo para consumo rápido: está bien escrita, progresa adecuadamente en su trama, no carece de humor (negro, muy negro) y, al final, quien la lea se ve compensado por las horas que empleó en su lectura. Pierre Lemaitre (París, 1951), su autor, viene de la novela negra por lo que conoce y emplea muy bien los trucos del oficio para fijar la atención.

De modo que 'Nos vemos allá arriba' (o sea, en el cielo) será la novela con la que ustedes se toparán este verano por todas partes y que harían bien en leer: aunque nada menos veraniego que sus páginas.

"La culpa es de la guerra. Sin la guerra no hay Pradelle que valga", afirma en la página 237 uno de los protagonistas, Édouard Péricourt. Henri D'Aulnay-Pradelle es un teniente del ejército francés, pero, sobre todo, es un canalla, un miserable. Un psicópata también. Entiende que la guerra es una oportunidad para hacerse un nombre heroico y medrar luego en sociedad. Liquida a dos de sus hombres, cuando ya los alemanes y los suyos dan casi por concluido el conflicto bélico (es noviembre de 1918), como excusa para tomar una cota y cubrirse de gloria castrense. Sin embargo, un par de soldados (el bonachón e indeciso y pobretón Albert Maillard y el citado Édouard, rico de por familia y pintor) le descubren la jugada y, aunque están en un tris de no sobrevivir (atroces escenas de la muerte de Albert y de su 'resurrección' gracias a su compañero, al que guardará fidelidad ilimitada, que queda espantosamente mutilado), se convertirán en testigos incomodísimos de la felonía de Pradelle. Un año más tarde, viene el nudo de la historia, un nudo duro de desatar: D'Aulnay-Pradelle se ha casado con la hermana de Édouard (quien vive escondido, en compañía de su amigo Albert y bajo personalidad encubierta, pues prefirió no volver a casa) y urde una estafa repugnante para, con la no conseguida ayuda de su suegro (que lo odia), hacerse de oro obteniendo la contrata de la reorganización de los cementerios donde yacen las víctimas de la Gran Guerra. Se trata de juntar enterramientos dispersos, lo que el mangante faldero de Pradelle aprovecha para ahorrar en madera de féretros: "Estaba enterrándose a miles de soldados franceses en ataúdes demasiado pequeños. Fuera cual fuese su estatura, podía ir del metro sesenta hasta más del metro ochenta (...), todos acababan en cajas de un metro treinta. Para que cupieran, había que fracturar nucas, serrar pies y partir tobillos. En resumen, se procedía con los cuerpos de los soldados como si fuesen mercancías que pudieran trocearse". El robo de piezas dentarias de metal y de cadenas, anillos y adornos que lucían los muertos, la confusión de identidad de los cadáveres y otras igual de horripilantes barbaridades (descubiertas por un secundario extraordinario: Joseph Merlin, que vale por toda la novela) lo llevan a la picota, de la que solo podría salvarlo la intercesión de su suegro... Mientras tanto, Édouard y Albert traman desde su retiro (y mudez del primero, por lo que leerá el lector curioso) un timo enorme también: cobrar adelantos por construir artísticos monumentos a los gloriosos caídos franceses, monumentos que jamás se alzarán.
Sin tratarse de la novela del siglo o de la década (¿qué serían, entonces, Balzac o Stendhal o incluso Dumas, de quienes tanto toma Lemaitre?), ni falta que le hace, ni su autor lo pretende, sí puede proponerse 'Nos vemos allá arriba' como novela para leer este verano. Porque encontrarse con una historia bien narrada, donde ocurran cosas (por muy espantosas que sean: aunque tampoco es la truculencia del 'Viaje al fin de la noche' de Céline), los personajes crezcan y haya intriga y no haya onanismo posmodernista no saben ustedes cuánto se agradece.

(Francisco García Pérez, La Opinión de Málaga)

No hay comentarios:

Publicar un comentario