NOTICIAS                              FORMACIÓN LITERARIA                              ARTÍCULOS                              LEER

Los muertos vivientes llegan a la literatura juvenil


"Porque, ¿quién no le presta atención a la gente cuando se muere?"
Como os prometí, aquí os traigo otra novela juvenil que me ha llamado la atención en estos días. Se trata de Su majestad el rey de los niños zombis, y tras este curioso título nos espera una historia muy divertida de Pedro Pablo Picazo. Lo publica la Editorial Viceversa y su precio es 14 euros. Libro ideal para niños a los que les guste las historias fantásticas con un puntito macabro y nada apto para los aprensivos... Eso sí, a partir de unos diez o doce años, perfecto, aunque ya sabéis que depende mucho de la madurez de los críos...

Óscar ya no sabe cómo llamar la atención de sus padres. Lo ha intentado todo, y nada, no hay manera de que le presten aunque sea un poco de atención... Tras un desafortunado incidente tratando de revivir a su hámster Julius, Óscar recibirá una descarga eléctrica y antes de que los funcionarios vengan a por su alma, Julius, al que ahora entiende perfectamente cuando le habla, le enseñará como quedarse en su cuerpo durante un tiempo más. ¿Lo peor? Que sus padres ni siquiera parecen haberse dado cuenta del cambio. Y aquí es dónde empiezan las aventuras de Óscar y Julius...

Pedro Pablo Picazo nació en Sevilla en 1974 y es diplomado en Guión por la Escuela de Cine y del Audiovisual de Madrid, lo que sin duda se percibe en su manera de escribir, muy visual y cinematográfica. Aunque esta es su primera novela, ya ha firmado guiones para series como Periodistas o para algunos cómics de Zipi y Zape.

Confieso que fue el título lo que me llamó la atención y que me leí las primeras páginas de un tirón. La novela empieza bien, con un estilo sencillo y mucha acción, genial para que los niños se enganchen desde la primera página a la lectura. Aunque no tengo conocidos en ese rango de edad, me lo apunto porque nunca se sabe… A los seguidores de las historias fantásticas les enganchará, estoy segura...

Título: Su majestad el rey de los niños zombis
Autor: Pedro Pablo Picazo
Editorial: Viceversa
Género: Juvenil
ISBN: 978-84-92819-52-2
EAN: 9788492819522
Páginas: 192
Formato: 15 x 21,5 cm
PVP: 14€

- Primeras páginas.

Uno

INSTRUCCIONES BÁSICAS PARA CONVERTIRSE EN UN NIÑO ZOMBI

Óscar lo había intentado todo para llamar la atención de sus padres: perderse en un bosque, disfrazarse de hada, quemar la freidora y, con ella, parte de la cocina, hacerse el poseído… Todas estas tentativas las había emprendido de forma consciente, premeditada y, también, sin éxito alguno. Pero la nueva oportunidad que se le presentaba había surgido de forma completamente espontánea, por una extraña casualidad, así que esta vez estaba convencido de conseguir su objetivo. Porque, ¿quién no le presta atención a la gente cuando se muere?

Los acontecimientos que habían conducido al fallecimiento del pequeño Óscar se produjeron de una forma totalmente trivial e inesperada. Una mañana, Julius, el pequeño hámster que sus padres le habían regalado para que no pasara tanto tiempo solo, apareció muerto en la jaula, junto a la rueda giratoria insólitamente estática. Los motivos de su defunción eran un enigma y comprendían varias posibilidades: desde una indigestión hasta un susto repentino ante la pantera negra de ébano que la abuela había colocado junto a su casita de barrotes de metal mientras limpiaba. Fuera cual fuese la causa, Óscar encontró en esta circunstancia una nueva manera de atraer la atención de sus padres. Pensó en resucitar al pequeño roedor. Para ello, dispuso como camilla una vieja zapatilla puesta del revés sobre la mesa y, a continuación, arrancó los cables de una lámpara amorfa contra la que su madre siempre despotricaba. Peló cuidadosamente los extremos, dejando al descubierto el hilo de cobre, y se dispuso a aplicárselo en el pecho al pequeño hámster para reactivar su corazón. Pero el plan era un completo disparate, y acabó de la forma más cruel y lógica posible: con Óscar tumbado en el suelo, junto a su mascota, al tiempo que su cabello desprendía algo de humo.

El niño no tardó en ver su cuerpo inmóvil sobre el parqué del salón mientras su espíritu flotaba en el aire. Se sentía como nadando en una piscina, pero sin tener que taparse la nariz.

—¡Menuda sorpresa van a llevarse cuando me descubran en el suelo! —pensó.

Pero alguien le chistó inesperadamente. Escondido detrás de la pantera de ébano estaba el espectro del pequeño Julius, que le señaló con el dedo de una de sus patitas delanteras.

—¡Tenemos que escondernos! —le gritó—. ¡Van a venir!

—¿Papá y mamá? —preguntó Óscar sorprendido de que eso le pareciese algo extraordinario al roedor, a quien, por cierto, ahora podía entender cuando hablaba.

—No, ellos no. ¡Los funcionarios!

El roedor sacudió ligeramente sus bigotes y le hizo señas para que lo siguiera. El espíritu de Julius saltó de cabeza al interior de su propio cuerpo y Óscar hizo lo mismo. Al instante, se presentó en el salón el Funcionario del Más Allá 1.187, con su flamante uniforme oscuro y su gorra de plato, dispuesto a llevarse con él las dos almas recién liberadas. Sacó su vieja libreta negra de hojas amarillentas y, con las manos enfundadas en guantes de cuero, comenzó a escribir los datos de la escena. El alma de Julius se agitaba expectante en el interior de su cuerpo, cuando al fin sucedió lo que tanto esperaba: se oyó el sonido de una alarma que no procedía de ninguno de los numerosos relojes de la casa. Provenía de uno de los bolsillos del uniforme de 1.187. Su cronómetro reglamentario le avisaba de que el turno había terminado. Como buen burócrata, el funcionario era muy cuidadoso e inflexible con todo lo relativo a su horario laboral. Arrancó una hoja de su libreta, la dejó sobre los cuerpos y desapareció de la misma manera en la que había llegado.

Julius asomó su cabeza espectral por el pecho de su propio cuerpo y le indicó a Óscar que imitara todo lo que iba a hacer. Como quien se pone unas botas altas o se coloca un guante muy ajustado, el hámster introdujo el alma en su cuerpo inmóvil y se vistió con él. Después empezó a moverlo poco a poco. Al principio, sus movimientos parecían un poco artificiales, como si se tratara de una marioneta manejada por un titiritero sin experiencia. Pero no tardó en acostumbrarse y moverse con soltura; a fin de cuentas, su cuerpo se ajustaba perfectamente a las medidas de su espíritu. Lo mismo sucedió con Óscar, aunque al pequeño le costó un poco más hacerse con el control, derribando en el intento un par de jarrones y varios libros de una estantería. Enseguida se presentó en el salón el funcionario 933, algo más delgado que 1.187 y con una barba cuidada y bien recortada. A Julius por poco se le olvida retirar la nota que había dejado el funcionario anterior, pero no tardó en recogerla del suelo, borrar el mensaje escrito y pedir a Óscar que apuntara en ella «Misión cumplida» antes de volverla a dejar donde estaba. Luego, con el codo, indicó a su amo que lo siguiera en aquella puesta en escena. Haciendo caso omiso de la presencia del burócrata, encendieron una vela ante dos retratos que había sobre una mesita frente a la entrada y se pusieron a llorar como magdalenas, compitiendo por el sollozo más alto. El funcionario 933 no tardó en encontrar la nota y asumió que 1.187 ya se había llevado las almas antes del cambio de turno. No era la primera vez que un compañero no cumplimentaba de forma adecuada el correspondiente informe al terminar su guardia. Como en las otras ocasiones, redactaría un completo memorando con todo lo sucedido y se lo haría llegar al mismísimo Supremo Inspector, quien esperaba que tomara las medidas disciplinarias oportunas.

Así fue como Óscar escapó a las garras de la muerte. Sin embargo, aunque permanecía en el mundo de los vivos, era evidente que su físico había sufrido las consecuencias. Su piel palideció, los ojos se le hundieron ligeramente acentuando las ojeras y sus facciones marcaron el contorno de su cráneo. Ahora era un niño zombi, un muerto viviente, alguien entre dos mundos, y el pequeño estaba convencido de que sus padres se fijarían en su cambio de imagen y, aunque fuera por un instante, lo mirarían a los ojos. Pero estos cambios físicos no fueron lo único que Óscar descubrió; había tres cosas más en su nuevo estado que le llamaron la atención. Por un lado, al mirarse al espejo, descubrió que colgando de su cuello pendía un gran reloj con números digitales. Aunque parecía tratarse de un reloj normal y corriente, Óscar no tardó en darse cuenta de que no funcionaba como tal, ya que estaba parado. No era el único portador de aquel instrumento, pues ahora podía ver que todos parecían llevar uno. A través de la ventana, el pequeño contempló a doña Luisa, la vecina, mientras ésta cortaba, como cada día, el seto que separaba ambas casas. De su cuello colgaba otro reloj, aunque parecía mucho más antiguo, con un segundero y un minutero que avanzaban a un ritmo más acelerado. Incluso Julius llevaba uno pequeño pendiendo de su corto pescuezo, y en las fotos familiares cada uno de los retratados aparecía con su correspondiente reloj sobre el torso, aunque en su caso estos estaban parados en la hora en la que se había tomado la imagen.

La segunda cosa que Óscar descubrió fue que, a su espalda, fuera donde fuese, siempre le seguía un portal sombrío y tenebroso del que brotaba una brisa fría y húmeda. El pequeño apenas se atrevió a acercarse unos pocos centímetros, y al otro lado vislumbró la oscuridad más absoluta. Como tenía el portal a su espalda, no le costó ignorarlo y hacer como si no existiera; pero a veces podía sentirlo aun sin mirarlo, y eso provocaba que un extraño escalofrío recorriera su piel muerta. La tercera y última cosa que halló en su nueva vida de zombi fue algo que, en realidad, ya había descubierto: ahora podía hablar con Julius, su mascota, tan muerta como él. Al pequeño Óscar nada de esto le resultó extraño. A fin de cuentas, hacía menos de un año que habían operado a su abuela para implantarle un nuevo marcapasos y, cuando ella le mostró el antiguo en su tarro de cristal, le pareció tan mágico y fantástico como que ahora pudiera hablar con un hámster zombi. Estas tres cosas no serían las únicas que Óscar descubriese en los días siguientes, pero sí fueron, al menos, las que más le llamaron la atención en sus primeras horas como niño cadáver. Y le llamaron la atención precisamente en ese orden, por eso no sorprende que lo primero que el pequeño zombi hiciera al percatarse del reloj que colgaba de su cuello fuera cogerlo y preguntarse por qué no funcionaba. Pensó que las pilas se habían agotado, así que le dio la vuelta. Para su sorpresa, no vio ningún compartimiento donde pudieran estar alojadas; lo único que encontró fueron unos botones ocultos que, según dedujo, debían de servir para ponerlo en hora. Óscar empezó a toquetearlos para ver si podía arreglarlo y, en vez de ello, el reloj comenzó a correr marcha atrás hasta dejar el contador a cero. En ese preciso instante, del interior de su engranaje, comenzó a surgir una intensa nube de humo que no tardó en envolver al pequeño. Una extraña niebla que parecía ocultar muchos misterios en su interior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario