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Tarántula (Thierry Jonquet). Aquel lunes, Richard Lafargue se levantó temprano... [Entrega 15]

- Segunda parte. El veneno.
1.-

Aquel lunes, Richard Lafargue se levantó temprano. Le esperaba un día muy ajetreado. Nada más saltar de la cama, dio unas brazadas en la piscina y desayunó en el jardín saboreando el sol matinal mientras leía distraídamente los titulares de la prensa.

Roger lo esperaba al volante del Mercedes. Antes de marcharse, fue a saludar a Ève, que aún dormía. Le dio unos cachetes en las mejillas para despertarla. La joven se incorporó de un salto, aturdida. La sábana había resbalado y Richard observó la graciosa curva de sus pechos. La acarició con la yema del dedo índice, subiendo desde la piel de las costillas hasta la areola.

Ève no pudo contener la risa; le asió la mano y la dirigió hacia su vientre. Richard se apartó instintivamente. Se levantó y salió de la habitación. Ya en la puerta, se volvió. Ève había apartado por completo la sábana y le tendía los brazos. Entonces fue él quien se echó a reír.

—¡Idiota! —dijo Ève con rabia—. ¡Te mueres de ganas!

Él se encogió de hombros, dio media vuelta y se marchó.

Una media hora más tarde, se encontraba en el hospital, en el centro de París. Dirigía el servicio de cirugía plástica, que había alcanzado fama internacional. Pero sólo iba allí por las mañanas; las tardes las reservaba para la clínica de su propiedad, en Boulogne.

Se encerró en su despacho a fin de estudiar la intervención que tenía programada para ese día. Sus ayudantes lo esperaban con impaciencia. Tras haberse tomado el tiempo necesario para reflexionar, se puso las prendas esterilizadas y entró en el quirófano.


Alrededor de la sala había un anfiteatro elevado, que quedaba separado del quirófano por un cristal. Los numerosos espectadores —médicos y estudiantes— oyeron la voz de Lafargue deformada por el altavoz mientras el cirujano exponía el caso.

—Bien, tenemos extensas capas queloideas en la frente y las mejillas, consecuencia de una quemadura provocada por la explosión de un «hervidor químico». La pirámide nasal es prácticamente inexistente y los párpados están destrozados. Como ven, es el caso típico que precisa tratamiento mediante colgajos cilíndricos... Recurriremos a los brazos y al abdomen...

Con ayuda de un bisturí, Lafargue ya había comenzado a cortar grandes rectángulos de piel del vientre del paciente. Por encima de él, los rostros de los espectadores se agolpaban contra el cristal. Una hora más tarde, podía mostrar el primer resultado: trozos de piel, cosidos en forma de cilindro, partían de los brazos y del vientre e iban a aplicarse a la cara, devastada por las quemaduras. Esa doble ligadura permitiría regenerar el revestimiento facial, totalmente deteriorado.

Cuando se llevaron al paciente, Lafargue se quitó la mascarilla y añadió algunas explicaciones.

—En este caso, el plan operatorio estaba condicionado por la urgencia. Huelga decir que será preciso repetir la intervención varias veces antes de obtener un resultado satisfactorio.

Dio las gracias al auditorio por la atención que le habían prestado y salió del quirófano. Eran más de las doce. Lafargue se dirigió a un restaurante cercano. En el camino, pasó por delante de una perfumería y entró para comprar un frasco de perfume que pensaba regalarle a Ève esa misma noche.

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