NOTICIAS                              FORMACIÓN LITERARIA                              ARTÍCULOS                              LEER

Tarántula (Thierry Jonquet). Tardaste mucho rato en emerger... [Entrega 14]

Tardaste mucho rato en emerger del sopor. Tus recuerdos eran confusos. ¿Habías tenido una pesadilla, un sueño horrible, mientras dormías?
No, todo seguía oscuro, como en el sueño, aunque ya habías despertado. Gritaste durante largo rato. Intentaste moverte, levantarte.

En vano: unas cadenas te sujetaban las muñecas y los tobillos, limitando tus movimientos. En la oscuridad, palpaste el suelo sobre el que estabas tendido, un suelo duro, recubierto de una especie de hule. Y detrás, una pared forrada de espuma en la que estaban firmemente insertadas las cadenas. Tiraste de ellas apoyando un pie en la pared, pero habrían podido resistir una tracción mucho más fuerte.

De pronto fuiste consciente de tu desnudez. Estabas desnudo, completamente desnudo, encadenado a una pared. Nervioso, te palpaste en busca de heridas cuyo dolor hubiera permanecido dormido, pero tu fina piel no mostraba marca alguna.

En aquella oscura habitación no hacía frío. Estabas desnudo, pero no tenías frío. Llamaste, gritaste, rugiste... Después lloraste golpeando la pared con los puños, sacudiendo las cadenas, bramando de rabia y de impotencia.

Imaginabas que llevabas horas gritando. Te sentaste en el suelo, sobre el hule. Pensaste que te habían drogado, que todo eso eran alucinaciones, que estabas delirando... O que habías muerto esa noche en la carretera, mientras circulabas en moto; por el momento no guardabas recuerdo de tu muerte, pero quizá lo recuperarías. Sí, la muerte era eso, estar encadenado en la oscuridad sin saber absolutamente nada...

Pero no, vivías. Chillaste de nuevo. El sádico te había atrapado en el bosque; sin embargo, no te había hecho ningún daño, nada.

«Me he vuelto loco...» Eso pensaste también. Tenías la voz rota, ronca, debilitada, la garganta seca, no podías seguir gritando.

Entonces sentiste sed.


Dormiste. Al despertar, la sed seguía allí, agazapada en la oscuridad, esperándote. Había velado pacientemente tu sueño. Tenaz e insidiosa, te oprimía la garganta: un polvo rasposo y denso que te recubría el interior de la boca y cuyas motas crujían entre tus dientes. No eran simples ganas de beber, no, sino algo muy distinto que no habías sentido hasta entonces y cuyo nombre, sonoro y claro, restallaba como un latigazo: sed.

Intentaste pensar en otra cosa. Recitaste poemas mentalmente. De vez en cuando, te ponías en pie para pedir ayuda al tiempo que golpeabas la pared. Vociferabas: «¡ Tengo sed!», luego murmurabas: «¡Tengo sed!», finalmente sólo podías pensar: «¡Tengo sed!» Gimoteando, imploraste, suplicaste que te dieran de beber. Lamentaste haber orinado al principio, al principio de todo. Habías tirado al máximo de las cadenas para mear lejos, a fin de mantener limpio el trozo de hule extendido sobre el suelo que te servía de lecho. Voy a morir de sed, debería haberme bebido mis propios meados...

Dormiste más. ¿Horas o sólo unos minutos? Imposible saberlo, desnudo en la oscuridad, sin ningún punto de referencia.


Transcurrió mucho tiempo. De pronto lo entendiste: ¡se trataba de un error! Te habían confundido con otro, no era a ti a quien querían torturar. Así que hiciste acopio de las últimas fuerzas que te quedaban para gritar:

—¡Señor, venga, se lo suplico! ¡Se ha equivocado! ¡Soy Vincent Moreau!¡Se ha equivocado!¡Soy Vincent Moreau!¡Vincent Moreau!

Entonces recordaste la linterna en el bosque. El haz de luz amarilla en tu rostro y su voz, queda, diciendo: «Eres tú.»

De modo que sí, eras tú.

(Ir al índice de entregas)

No hay comentarios:

Publicar un comentario