NOTICIAS                              FORMACIÓN LITERARIA                              ARTÍCULOS                              LEER

Tarántula (Thierry Jonquet). Regresaron a la villa de Le Vésinet... [Entrega 19]

Regresaron a la villa de Le Vésinet. Ève echó a correr por el jardín, se desnudó con presteza y se zambulló en la piscina gritando de contento. Jugueteaba en el agua y se sumergía para salir a la superficie al cabo de un momento.
Cuando salió de la piscina, él la envolvió en una gran toalla y la frotó enérgicamente. Ella le dejaba hacer mientras miraba las estrellas. Luego, Richard la acompañó a sus aposentos, donde, como todas las noches, Ève se tendió sobre la alfombra. El preparó la pipa con las bolas de opio y se la ofreció.

—Richard —murmuró la joven—, eres el tipo más cerdo que he conocido en toda mi vida...

Él la observó con atención para asegurarse de que consumía la dosis diaria de droga. Ya no era preciso obligarla; hacía tiempo que se había convertido en una necesidad para ella.


Después de la sed vino el hambre. A la sequedad de la garganta, a esas piedrecillas de cantos prominentes que te desgarraban la boca, se sumaron dolores profundos y difusos en el vientre; manos que te retorcían el estómago, llenándolo de acideces y calambres...

Llevabas días —sí, para que te doliera tanto tenía que haber transcurrido mucho tiempo— metido en ese cuchitril. ¿Un cuchitril? No..., ahora te parecía que tu prisión era bastante grande, aunque no podías afirmarlo con rotundidad. El eco de tus gritos en las paredes y tus ojos acostumbrados a la oscuridad casi te permitían «ver» los límites de tu celda.

Delirabas sin cesar, a lo largo de horas interminables. Postrado en el camastro, ya no te levantabas. A veces descargabas tu rabia contra las cadenas, mordías el metal profiriendo débiles gruñidos de fiera salvaje.

En una ocasión habías visto una película, un documental sobre la caza, imágenes patéticas de un zorro que, tras haber caído en una trampa, se había mordido la pata, arrancándose la carne a jirones, hasta lograr liberarse y huir mutilado.

Tú no podías morderte las muñecas y los tobillos. Sin embargo, estaban ensangrentados debido al incesante roce del metal contra la piel. Los notabas calientes e hinchados. Si hubieras estado en condiciones de pensar, habrías temido que se gangrenaran, que se infectaran, y que la podredumbre se extendiera desde los miembros hasta acabar invadiéndote todo el cuerpo.

En cambio sólo pensabas en agua, torrentes, lluvia, cualquier cosa que se pudiera beber. Te costaba muchísimo orinar; la micción te provocaba dolores cada vez más intensos en los riñones. Era una larga quemazón que descendía por tu sexo, que liberaba apenas unas gotas calientes. Te revolcabas en tus excrementos, que formaban costras secas sobre tu piel.

A pesar de todo ello, tu sueño era plácido. Dormías profundamente, agotado de cansancio, pero el despertar era atroz, estaba poblado de alucinaciones. Criaturas monstruosas te acechaban en la oscuridad, dispuestas a abalanzarse sobre ti para devorarte. Te parecía oír garras de uñas afiladas rascando el cemento, ratas aguardando en la oscuridad, espiándote con sus ojos amarillos.

Llamabas a Alex, y ese grito se reducía a un carraspeo. Si él hubiera estado allí, habría arrancado las cadenas, habría sabido cómo hacerlo. Alex habría encontrado una solución, un ardid de campesino. ¡Alex! Debía de estar buscándote desde que habías desaparecido. ¿Desde cuándo? ¿Desde cuándo?

(Ir al índice de entregas)

No hay comentarios:

Publicar un comentario