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'El manuscrito carmesí' (Antonio Gala) - Entrega 1

Introducción.-

En 1931, Francia encargó a una comisión de técnicos y de eruditos el estudio, en el Protectorado de Marruecos, de las construcciones y la historia de Fez. De ellos, dos arquitectos se dedicaron a uno de los más trascendentales edificios de la ciudad: la mezquita de Karauín. Es el mayor templo de Marruecos y de todo el Magreb. Su origen fue un pequeño santuario que, en los inicios del siglo IX, construyó Fatima, la rica heredera de Mohamed Fihri, fugitiva de Kairuán en una de las habituales conmociones de entonces. En la primera mitad del siglo XII, el almorávide Alí Ibn Yusuf construyó la actual mezquita, que tiene diez mil metros cuadrados, y que durante varios siglos fue la sede la Universidad de Fez, el centro intelectual más prestigioso de Marruecos. Su biblioteca, fundada en el XIII, conserva valiosísimos e irrepetibles ejemplares.

Los dos jóvenes arquitectos franceses comenzaron su trabajo con el levantamiento de los planos de la Karauín. Después de meticulosos cálculos, al plasmar en el papel las dimensiones perfectamente comprobadas, no cuadraban en cierto lugar las medidas externas con las interiores, aun descontando el grosor importante de los muros. Repitieron sus mediciones, y volvió a producirse el mismo desajuste. Esto les hizo pensar que aquella diferencia de superficie debía de corresponder a un espacio que, con el tiempo, se clausuró por alguna razón ya olvidada. Por medio de tanteos y prudentes perforaciones lograron hallar la cámara prevista. En ella se encontraba un cúmulo de manuscritos y libros preciosos, los más recientes con cerca de cinco siglos de existencia, en un estado de conservación mejor de lo imaginable, gracias a la virtual ausencia de agentes erosivos, si se exceptúan algunos insectos y alguna humedad acaso anterior al siglo XVI.

Entre ellos estaban -y hago alusión porque la Historia es muy amiga de las simetrías- las memorias de Abdalá, el último rey zirí de Granada, destronado por el almorávide Yusuf -predecesor del constructor de la Karauín-, y muerto en Agmat en circunstancias semejantes a las del rey de Sevilla Almutamid. Hubo algo, sin embargo, que llamó especialmente la atención de los arquitectos, personas curiosas, pero no expertas en materia de paleografía. Se trataba de unos manuscritos que destacan de los demás por dos razones: por estar encuadernados a la perfección, como si una mano cuidadosa los hubiese depositado allí con esmero, y por su color carmesí, que el tiempo no había apenas empalidecido.

La ordenación de los hallazgos de la Karauín duró mucho, y no todas las manos que en ella intervinieron fueron tan honradas como habría sido de desear. Desaparecieron numerosos manuscritos de valor histórico incalculable. Algunos de ellos han reaparecido, con los años, en bibliotecas públicas o privadas europeas, e incluso en poder de anticuarios y libreros más o menos desaprensivos. El manuscrito carmesí, que formaba un tomo de grosor considerable, había sido hurtado ya antes de la segunda visita de los arquitectos. Por avatares que el hombre no es quién no sólo para descifrar sino ni siquiera para plantearse, llegó a mi conocimiento su paradero en una conocida biblioteca de Rabat. Cuando lo tuve en mis manos, admiré primero su elegante caligrafía, que variaba con morosidad, como si quien escribió todas sus páginas lo hubiese hecho a través de una vida entera, y me sobrecogió una extraña impresión que, al conocer su contenido, comprendí. El manuscrito reúne las memorias de otro último rey; pero éste, definitivamente último. Son las memorias de Boabdil, el sultán en cuyo tiempo se extingue de hecho el Islam en España: el que entregó Granada a los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492.

Con la ayuda de numerosos peritos tanto marroquíes como españoles, a quienes doy desde aquí las gracias en conjunto, he procurado transcribir el -bellísimo de color- manuscrito carmesí. (Carmesíes fueron los papeles de la cancillería de la Alhambra). Ha sido precisa, para llegar a una tolerable confirmación, la consulta de numerosos textos, archivos, crónicas, referencias e historias. Al final de todos, para completarlos o para contradecirlos, se hallaba este relato, frío a veces, y a veces lleno de ardor.

(Entrega siguiente)

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