Se conoce que pierdo la memoria. Para evitar que volviera a olvidárseme, aunque no va a darme el tiempo la oportunidad, la anoté, mientras miraba a Amina, maliciosa, sonreír y tañer. Se trataba de una canción de adivinanzas.'Soy un fruto lascivo y redondeadoque alimentan las aguas del jardín.Ceñido por un cáliz rugoso,parezco el corazón de un cordero en las garras de un buitre'Amín soltó una risotada.- La berenjena -dijo.Estábamos bebiendo el vino oscuro y denso, lleno de madres, de esta tierra. Sin darme cuenta, yo llevaba el ritmo de la canción con mi copa. Pensaba en otra cosa, como suelo, y en otras circunstancias.'Crezco o decrezco entre los comensales,y, en mitad de la sombra, las lágrimas resbalan por mi cuello.Si me duermo, alguien corta mi cabellera,y permanezco insomne hasta mi muerte'.- Insomne hasta mi muerte -repetí.No lo adivinábamos. Acaricié el rostro de Amina, idéntico al de Amín.- La vela -gritó ella, y tomó un sorbo de mi copa.Volvió a cantar:'Soy delgado, y tan pálido y frágilque me dejo acuchillar fácilmente.De vez en cuando bebo,y de mis ojos luego brota el llanto'.Qué desgarradoras sonaban todas las letras. Era el cálamo; tampoco lo adivinamos. Amina palmoteaba.'Lo mismo que la espada nos portamos.Inseparables somos.Si algo entre las dos gemelas se interpone,de común acuerdo lo despedazaremos'.Esta vez fui yo el que acerté. Veía a Amín y a Amina, gemelos, ante mí. Si algo se interpusiese...- Las tijeras.Amina me besó entre halagos. Quizá habíamos bebido suficiente, pero continuamos. Las velas de la sala, como las del acertijo, parpadeaban y se desperezaban. En los rincones se amontonaban las sombras como animales dispuestos a saltar contra nosotros. 'La noche es mi enemiga', pensé. He aprendido a temer a las sombras. Seguros frente a ellas, mis gemelos me protegían con su sola presencia. Son demasiado jóvenes -¿es que eso es un defecto?- para temerle a nada.
(Entrega siguiente)

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