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Lecturas de verano (Luis Antonio de Villena)

(El Mundo)

Son muchos los lectores (y los que leen poco) que piensan que las horas tranquilas de las vacaciones de verano –la siesta, el atardecer, sobre todo en un jardín– son momentos ideales para la lectura, y no les falta razón. Otros, lectores más avezados, dicen que dejan para el verano los libros –a menudo por tamaño– que no han podido leer durante el curso, o aprovechan los días festivos, unos y otros, para leer esos libros fundamentales que todo amante de la literatura debe conocer pero que se te han podido pasar. A ellos van estos consejos, que son sólo algunos entre muchos…

Joaquín Leguina cuenta que se dejó para un verano la tremenda novela de Musil, El hombre sin atributos, pero que no pudo pasar del primer tomo. Seamos más realistas. En estos días puedes hincarle el diente a dos corpus novelescos que sin duda te van a fascinar –hablo para adultos, no niños, ni siquiera adolescentes, salvo casos excepcionales– como En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, para mí la mejor novela del siglo XX. Empezada a publicar en 1913 y culminada en 1927 (el autor ya había muerto), es el friso de una época, una novela total o, como el autor quería, una catedral o parecido. No es mentira. Menos sólido, pero lo mejor de su autor, es El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, que habla de la Alejandría cosmopolita de antes de la II Guerra Mundial. El mundo (hoy perdido) en el que vivió el gran Cavafis, apodado el viejo poeta de la ciudad. La primera de esas cuatro novelas y acaso la más célebre (aunque hay que leerlas todas, para sentir el juego de espejos y prismas) es Justine, de 1957. El conjunto se cerró con la publicación de Clea –los títulos son siempre nombres de personajes– en 1960.

Claro que uno debiera leer asimismo alguna de las obras clásicas de novelistas españoles de tanto fuste como Benito Pérez Galdós o Pío Baroja. De Galdós es imprescindible (y magnífica) Fortunata y Jacinta. Dos historias de casadas (1887), mujeres muy diferentes en el Madrid del siglo XIX que se cruzan por un hombre. El argumento sonaría a melodrama; la lectura (y el análisis del alma femenina) es insuperable. Los críticos suelen concordar en que las dos grandes novelas patrias del siglo XIX son La Regenta y Fortunata y Jacinta, ambas con mujeres en su eje, por cierto… Pío Baroja es muy múltiple y su estilo directo y desgalichado es tan personal que atrapa siempre. ¿Por qué no leer también La busca (1904), una de las entregas de la trilogía de La lucha por la vida, que cuenta cómo se fragua el espíritu y el mundo revolucionario en los bajos fondos del Madrid de entonces? Pobres y ricos se cruzan de madrugada al final: los pobres van al curro somnolientos y los ricos a la cama después de la francachela.

¿Y poesía? Pero claro. Se lee a sorbitos y es compatible con la novela. ¿Eliot? Un clásico de la modernidad. ¿O Luis Cernuda? Nuestro rebelde más clásico y perfecto. Donde elegir hay, sin duda alguna.

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