NOTICIAS                              FORMACIÓN LITERARIA                              ARTÍCULOS                              LEER

Una literatura propia

(Guillermo Busutil - La Opinión de Málaga)

Nunca he entendido bien qué impulsa a una persona, y mucho menos a un escritor, a escribir un diario. ¿Un espejo, un escondite, un amigo imaginario? Tampoco sé qué función cumplen esos papeles secretos y diacrónicos en los que una persona se desnuda en penumbra (en los diarios siempre hay algo de lencería y de sombras envolviendo la verdad y sus heridas), en los que se busca a sí misma (a través de las palabras que escoge, especialmente si es escritor-a), donde se pregunta y responde desde el límite de sus miedos, angustias y certezas (un límite en cuya orilla se hace pie y el vértigo no es una amenaza). Respeto a todos aquellos que han dedicado períodos de su vida a escribir diarios y si son escritores, a los que admiro o conozco, en ocasiones me adentro en estos cuadernos a cuya lectura concluyo siempre que la escritura se maquilla, se confiesa, se piensa, se enseña y se oculta igual que los magos muestran cómo prestidigitalizan una carta y sus sombras. Prefiero las moleskines de batalla, las páginas al descubierto sobre las que el autor no sueña huellas para que otros reconozcan su proceso, la seda con la que urde los caminos de su lenguaje y de sus productos. No obstante, como señalaba antes, a veces abro un diario y busco lo que de intimidad real hay en el boudoir de su literatura. Algunos me han deslumbrado, otros me han parecido pretenciosos y una máscara sin fondo. Hay otros a los que les elogio la verdad, la piel que el autor ha dejado en las reflexiones, las sombras que no le ha importado desnudar casi del todo, las búsquedas que ha explorado, las muescas de lo que fue y ha llegado a ser que se reúnen en las páginas. Y también lo que hay de literario como género, como mirada, como identidad, en las entrelíneas de cada diario.

A caballo entre estos dos últimos está 'Una vida subterránea' de Laura Freixas, publicado por Errata naturae. Una habitación propia wollfiana en la que la escritora, a sus treinta años, enfrenta los sueños de juventud y el tránsito por la ruta 66 de la madurez a la literatura y al deseo de la maternidad. Dos realidades, metáfora una de la otra, que aborda entre 1991 y 1994. Los años en los que transcurren la exigente gestación de una novela, la más difícil gestación del escritor y la de una hija cuyo nombre y posterior realidad, al final del diario, viene a ser precisamente la madurez, el equilibrio entre la vida y la literatura, el país de nunca jamás que se abandona cuando frente al cristal está el libro, está el hijo. Encontrarán los lectores en estas páginas cartas al amigo editor Giarandelli, paralelismos entre el diario personal y de otros escritores, trozos de ciudades que se han dejado atrás y de otras hostiles en las que uno debe construirse un hogar. También suculentas páginas acerca de los premios literarios, la independencia creativa, las dudas y las certezas, los consejos y las querencias, las luces y sombras del mercado, la cocina literaria, de esa hermandad del adversario -como llamo desde hace décadas al mundillo literario pespunteado de rivalidades amigas, de enemistades fieles, de ángulos muertos, alianzas y débitos enigmáticos-. Es decir, un mapa sobre la creación psicológica del escritor y su recepción social, su aceptación. La ambición que anhela todo aquel que se precia de escribir y de tener una literatura propia. Pero Una vida subterránea también es una palabra de mujer, la reivindicación de un espacio real en el que la incertidumbre, la frustración, el miedo, el amor, el cuerpo, la admiración, la complicidad, la entrega, la conciliación entre madre, esposa, persona y escritora, se liberen de culpas impuestas, de bloqueos, de renuncias, de límites inaceptables. Hay páginas en las que se respira un dramatismo de juventud y hay espinas que uno presupone reales al igual que ficcionadas, pero también hay grandes dosis de sinceridad tamizada por el lenguaje, por el presente de la diarista que sabe que el yo y sus aristas se templa en un yunque donde el tiempo y la madurez templan el acero. El de la vida y también el de la literatura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario