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Las voces perdidas

(J. A. Masoliver Ródenas - La Vanguardia)

Novela.- Piglia, autor de culto en el ámbito hispánico, publica nueva obra con fondo biográfico y en la que la tradición literaria tiene una importante presencia




Ricardo Piglia: El camino de Ida
Anagrama. 296 páginas. 17,90 euros
Para quienes profetizan la muerte de la novela como género les convendría mirar a su alrededor y, en un acto de humildad, prestar atención a lo que se está escribiendo en América Latina. Cuesta entender cómo narradores reverenciados en sus países cuenten aquí con un reducido grupo de lectores. Pienso en el mexicano Sergio Pitol, a pesar de haber sido galardonado con el Cervantes, y, cómo no, en Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940). En ambos, la biografía del autor crea una callada complicidad con el lector, hay una intensidad emocional controlada por la inteligencia y por el rigor expresivo, y la tradición literaria tiene una importante presencia, ya que se integra a la acción para darle una nueva dimensión. Como dice Piglia en El camino de Ida, a propósito de The secret agent, de Conrad, se revela “una intriga a la vez evidente y subterránea” y “un mensaje nítido y enigmático”.

A diferencia de Pitol, donde la autobiografía es el corazón mismo de su escritura para convertir al autor en el protagonista absoluto, a Piglia le sirve para establecer una relación entre sus distintas novelas, en la que se crean situaciones muy distintas que a través del personaje Emilio Renzi, que sin duda identificamos con su autor, se nos van haciendo familiares: Renzi ha nacido también en Adrogué, es de estatura mediana (en las novelas los detectives “suelen ser más altos que usted, agregó. Estamos en baja, le dije, el negocio ya no es lo que era”), y se mueve asimismo en círculos universitarios. Y, por supuesto, muchos rasgos autobiográficos pueden o no pueden ser reales. En El camino de Ida nos dice que, “vivir en tercera persona había sido la consigna de mi juventud, pero ahora me perdía en la turbulencia abyecta de los recuerdos personales”. Las pequeñas perturbaciones que le producen efectos extraños son las que le llevan a aceptar la propuesta de pasar un semestre como profesor visitante en la elitista Taylor University, en el estado de Nueva Jersey, pues “la rutina académica me ayudaba a ordenar el desorden de su vida”. Pero las experiencias que vive allí son realmente traumáticas.

Apenas llegar, conoce a Ida –una estrella del mundo académico, que está trabajando sobre las relaciones entre Conrad y Hudson–, y aquí se inicia “el desajuste que se iba a agravar en los días por venir”. “Su nombre era una acción, la ida, el viaje sin retorno, señala a quien se va. Y también a la muchacha rara” con la que comparte secretamente cama en un hotel. La muerte de Ida en extrañas circunstancias va a ser la que precipite los acontecimientos para dar a la novela una dimensión insólita desde el momento en que Renzi está determinado a descubrir lo que hay detrás de lo que parece un simple accidente de coche. El académico se convierte en un detective, y se crea así una íntima relación entre literatura y acción.

- Hudson y Conrad.

Esta íntima relación se establece a través de Ida Brown, y fue ella “la que me ligó a esta historia y por ella he escrito este libro”. Las ideas de Ida sobre Hudson y Conrad son determinantes. No sólo hay una brillante lectura de estos escritores, sino que a través de Conrad nos adentramos en una nueva dimensión: la del terrorismo, personificado en Thomas Munk, un matemático formado en Harvard para quien los científicos “enloquecidos con sus máquinas infernales y sus prácticas biológicas” son los que sostienen el imperio del mal, representado por el capitalismo criminal, y, como Tolstói, propone un regreso a la comuna rural.

De este modo, cada una de las interesantes reflexiones u observaciones sobre Melville, Anna Ajmatova, Wittgenstein, Horacio Quiroga o Camus, sin olvidar a Hitchcock, iluminan el sentido y el sinsentido de nuestra civilización. Todo en una escritura nada discursiva en la que se integran personajes singulares como la vecina rusa, el mendigo, el detective Ralph Parker o el académico Don D’Amato. Por el camino de Ida nos adentramos en una novela fascinante guiados por la inteligencia, la estremecedora capacidad crítica y el siempre presente humor.

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